Elena G. de White

Conflicto cósmico


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target="_blank" rel="nofollow" href="#ulink_f4286059-87ba-568f-a7e4-8ac285f698ab">14]Ibíd., t. 2, p. 141.

       Capítulo 7

      En la encrucijada de los caminos

      De entre los héroes que fueron llamados a conducir la iglesia desde la oscuridad del papismo hasta la luz de una fe pura, sobresale nítidamente Martín Lutero. Sin conocer ningún otro temor más que el temor de Dios, y no aceptando ningún fundamento para la fe fuera de las Sagradas Escrituras, Lutero fue el hombre de su tiempo.

      Sus primeros años los pasó en el humilde hogar de un aldeano alemán. Su padre quería que fuera abogado, pero Dios se proponía hacer de él un constructor del gran templo que se estaba levantando lentamente a través de los siglos. Las durezas de la vida, las privaciones y la severa disciplina fueron la escuela en la cual la infinita Sabiduría preparó a Lutero para la misión de su vida.

      El padre de Lutero era un hombre de mente activa. Su sentido común lo indujo a considerar el sistema monástico con desconfianza. Quedó muy disconforme cuando Lutero, sin su consentimiento, entró en el monasterio. Pasaron dos años antes que el padre se reconciliara con su hijo, y aun entonces sus opiniones seguían siendo las mismas.

      Los padres de Lutero trataron de instruir a sus hijos en el conocimiento de Dios. Sus esfuerzos, fervientes y perseverantes, tendían a preparar a sus hijos para una vida de utilidad. A veces demostraron excesiva severidad, pero el reformador mismo halló en la disciplina de ellos más cosas dignas de aprobación que de condenación.

      En la escuela, Lutero fue tratado con dureza y aun con violencia. A menudo sufrió hambre. Las ideas religiosas que entonces prevalecían, siendo lóbregas y supersticiosas, lo llenaban de temor. Solía ir a la cama con el corazón lleno de pesar, con un constante terror ante el pensamiento de que Dios era un tirano cruel, antes que un Padre celestial bondadoso. Cuando entró en la Universidad de Erfurt, las perspectivas para su vida eran más favorables que en sus años más jóvenes. Sus padres, mediante el trabajo y la laboriosidad, habían adquirido una posición desahogada, y podían prestarle toda la ayuda necesaria. Además, amigos juiciosos aminoraron los efectos sombríos de su educación anterior. Con influencias favorables, su mente se desarrolló rápidamente. Una aplicación incansable lo colocó muy pronto entre los más destacados de sus compañeros.

      La búsqueda de la paz

      El deseo de reconciliarse con Dios lo indujo a dedicarse a la vida monástica. En ella se le pidió que realizara los trabajos más humildes y que pidiera limosna de puerta en puerta. Pacientemente soportó esta humillación, creyendo que era necesaria a causa de sus pecados.

      Privándose del sueño y recortando aun el tiempo dedicado a sus escasas comidas, se deleitaba en el estudio de la Palabra de Dios. Había encontrado un ejemplar encadenado al muro del convento, y allí recurría a menudo.

      Ordenado sacerdote, Lutero fue llamado a ejercer un profesorado en la Universidad de Wittenberg. Comenzó algunas pláticas sobre los salmos, los evangelios y las epístolas, que fueron escuchadas por multitudes y causaron deleite entre sus oyentes. Staupitz, su superior, lo instó a ocupar el púlpito y predicar. Pero Lutero se creía indigno de hablar al pueblo en el nombre de Cristo. Fue sólo después de una larga lucha que accedió a los pedidos de sus amigos. Era poderoso en las Escrituras, y la gracia de Dios descansaba sobre él. La claridad y el poder con los cuales presentaba la verdad convencían a sus oyentes, y su fervor conmovía los corazones.

      La verdad acerca de la escalera de Pilato

      Se había prometido una indulgencia por parte del Papa para todos los que subieran de rodillas la