Elena G. de White

Conflicto cósmico


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creciente valentía Hus protestaba enérgicamente contra las abominaciones toleradas en nombre de la religión. El pueblo acusaba abiertamente a Roma como la causa de las miserias que agobiaban al cristianismo.

      De nuevo Praga se vio al borde de un conflicto sangriento. Como en los tiempos pasados, el siervo de Dios fue acusado de ser “perturbador de Israel” (1 Reyes 18:17, VM). La ciudad de nuevo fue puesta bajo la censura papal, y Hus se retiró otra vez a su aldea nativa. Él había de hablar desde un escenario mayor a toda la cristiandad, antes de deponer su vida como un testigo de la verdad.

      Se reunió un concilio general que debía sesionar en Constanza (al suroeste de Alemania), convocado de acuerdo con el deseo del emperador Segismundo por uno de los tres papas rivales, Juan XXIII. El papa Juan, cuyo carácter y conducta no soportaban la investigación, no se atrevió a oponerse a la voluntad de Segismundo. Los principales objetivos a conseguirse eran solucionar el cisma de la iglesia y desterrar la “herejía”. Los otros dos antipapas fueron citados para presentarse, y también se requirió la presencia de Juan Hus. Los dos antipapas fueron representados por sus delegados, y el papa Juan concurrió con mucho recelo, temiendo que se le pidiera cuenta de los vicios con que había corrompido la tiara y de los crímenes por medio de los cuales la había conseguido. Sin embargo, hizo su aparición en la ciudad de Constanza con gran pompa, asistido por eclesiásticos y un séquito de cortesanos. Sobre su cabeza había un palio de oro, sostenido por cuatro de los principales magistrados. Se llevaba delante de él la hostia, y las ricas vestiduras de los cardenales y de los nobles constituían una imponente ostentación.

      Mientras tanto otro viajero se acercaba a Constanza. Hus dejó a sus amigos como quien nunca va a encontrarse de nuevo con ellos, sintiendo que su viaje lo conducía a la estaca de la hoguera. Había obtenido un salvoconducto del rey de Bohemia y también uno del emperador Segismundo. Pero hizo todos sus arreglos en vista de la probabilidad de su muerte.

      El salvoconducto del rey

      Debilitado por la enfermedad –el húmedo calabozo le produjo una fiebre que casi terminó con su vida–, Hus fue traído por fin ante el concilio. Cargado de cadenas apareció en presencia del emperador, cuya buena fe había sido empeñada para protegerlo. Mantuvo firmemente la verdad y expresó una solemne protesta contra las corrupciones del clero. Al pedírsele que eligiera entre retractarse de sus doctrinas o sufrir la muerte por medio del martirio, aceptó esto último.

      El triunfo previsto

      Por última vez Hus fue traído ante el concilio, una vasta y brillante asamblea: estaban el emperador, los príncipes de todo el imperio, los delegados reales, cardenales, obispos, sacerdotes y una gran multitud.

      Hus muere en la hoguera