Marvin Moore

Camino al Armagedón


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simplemente involucrar a Eva en una conversación, así que, le hizo una pregunta sabiendo que la respuesta sería “no”, porque sería más probable que ella corrigiera su malentendido. Él quería que ella hablara, así que, hizo que ella le contara lo que Dios había dicho.

      Cayó en la trampa. Ella respondió: “Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni lo tocaréis, para que no muráis” (vers. 2, 3).

      Satanás consiguió lo que quería. Consiguió que ella hablara con él. Ahora era el momento de la mentira. Él dijo: “No moriréis” (vers. 4). Dios había dicho que morirían. Satanás dijo: “No moriréis”. El enemigo continuó diciendo una verdad a medias: “Sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (vers. 5). La verdad era que si comía el fruto sería como Dios en cuanto a conocer el bien y el mal. Lo que no le dijo es que el conocimiento del mal los angustiaría a ella y a su esposo.

      Al decir que ella sería como Dios, Satanás también sugirió que al comer el fruto entraría en un estado de existencia más elevado que el que Dios le había dado. Esa es la misma tentación que hizo que Satanás fuera echado del cielo. Él codiciaba la posición y la autoridad de Cristo, que eran más altas que las suyas.

      –¡Adán! ¡Adán! ¡Mira lo que tengo! Este es el fruto del árbol del que Dios dijo que no debíamos comer. Pero, Adán, lo comí y me siento de maravilla. Toma, pruébalo. ¡Te gustará!

      Imaginemos que Adán estaba recortando algunas cepas que se aferraban a un árbol. Cuando escuchó la voz emocionada de su amada esposa, se volvió hacia ella expectante, con una amplia sonrisa en su rostro. Pero luego escuchó sus palabras, y su corazón se detuvo. Por primera vez en su vida, sintió miedo; más que miedo, pánico.

      –¡Cariño, no lo hiciste! Oh, Eva, ¿cómo pudiste? Cariño, Dios dijo: “¡No!”

      –Pero, Adán, mírame. Todavía estoy viva, ¡y me siento tan bien!

      –¿Por qué?, si Dios dijo que no debíamos comer esa fruta. Oh, cariño, ¿por qué te dejé salir de mi lado cuando los ángeles nos advirtieron que permanezcamos juntos?

      –Adán, escúchame. La serpiente comió de la fruta, y no le dolió. Además, dijo que, si comemos la fruta, ¡llegaremos a ser como Dios! Oh, Adán, ¡prueba un poco!

      Ella le dio un pedazo. Adán tomó la fruta y miró a Eva, miró a la fruta y luego a Eva.

      –¡Oh, Eva, no puedo! Dios dijo que no.

      Eva frunció el ceño y dijo:

      –¡Así que no me crees!

      Una expresión de angustia marcó el rostro de Adán, y su voz se quebró:

      –Cariño, te creo cuando dices que una serpiente te habló y te hizo comer la fruta. ¡Pero te la comiste cuando Dios dijo que no lo hiciéramos!

      Miró a Eva con una expresión desconsolada y con el gran amor que sentía por ella. Luego miró la fruta, a Eva y luego a la fruta otra vez.

      –De acuerdo –dijo–, si mueres, moriré contigo.

      Él tomó un bocado.

      –Mmm... ¡Sabe bien! ¡Y me siento genial!

      –Cariño, te lo dije. Así me sentí cuando comí la fruta. Me pregunto por qué Dios nos dijo que no comiéramos, cuando nos hace sentir tan bien.

      Adán puso un brazo alrededor de Eva.

      –Le contaremos a Dios cuando venga esta noche y le haremos esa pregunta.

      Justo en ese momento sopló una leve brisa, y Adán sostuvo a Eva un poco más cerca.

      –Cariño, siento un poco de frío. Busquemos un lugar agradable y soleado donde podamos sentarnos y calentarnos.

      Encontraron una loma cubierta de hierba y se sentaron. Enterrados en sus propios pensamientos, ninguno de ellos habló por un tiempo. Finalmente, Adán rompió el silencio.

      –Me pregunto qué dirá Dios.

      Eva vaciló por un momento.

      –Me estoy preguntando lo mismo...

      Se sentaron en silencio por algunos minutos más, y luego Eva comenzó a llorar.

      –¡Adán, tengo miedo!

      –Yo también –dijo Adán asintiendo con la cabeza.

      De repente, Adán se enderezó y se puso de pie.

      –¡Eva, mírate! ¡Te ves igual que anoche cuando hicimos el amor!

      Eva miró su cuerpo de arriba abajo y luego miró a Adán con una mirada de asombro en su rostro.

      –Pero, pero, pero, Adán, ¡tú también!

      Adán se miró a sí mismo y gritó:

      –Oh, Eva, ¿qué hemos hecho? No podemos enfrentarnos a Dios esta noche luciendo desnudos. ¿Qué vamos a hacer?

      Eva guardó silencio por un momento.

      –Pensemos –dijo ella.

      Adán puso su brazo alrededor de ella y la abrazó. Ella reflexionó un momento más y luego dijo:

      –Ya sé lo que podemos hacer. ¿Recuerdas esa higuera en el prado al otro lado del arroyo? Esas hojas son enormes. Podemos cubrirnos con ellas.

      Adán frunció el ceño y dijo:

      –Pero ¿cómo las mantendremos juntas?

      –Oh, eso es fácil –dijo Eva–. Los perforaremos con el tallo de una hoja. Luego cortaremos algunos zarcillos delgados de la vid que está creciendo en el árbol donde dormimos, ¡y los coseré juntos!

      Ella miró a Adán con una sonrisa. Procedieron a la higuera, donde cortaron las hojas y las cosieron con zarcillos de una vid. Cuando terminaron, se pusieron sus ropas nuevas y se sentaron en un lugar cubierto de hierba frente a la higuera. El sol estaba a medio camino hacia el horizonte, así que esperaron. Con cada momento, el miedo en sus corazones crecía.

      Entonces lo oyeron: la voz de Dios los llamó.

      –Adán, soy yo, Dios. He venido a verte otra vez.

      Adán sintió que su corazón se sacudía, y él aferró la mano de Eva y se puso en pie de un salto.

      –Cariño, no podemos permitir que Dios nos vea así. Escondámonos.

      –Pero ¿dónde, Adán?

      Adán hizo una pausa y luego dijo:

      –¡Sígueme!

      Él se fue corriendo. Minutos después, sin aliento, cavaron profundamente en algunos arbustos en la parte más oscura del bosque.

      –Adán, Eva, ¿dónde están?

      La voz estaba más cerca ahora, y cada segundo se acercaba. Momentos después escucharon que las ramas se separaban. El corazón de Adán se aceleró.

      –Adán, Eva, ¿son ustedes?

      Adán se agachó, empujándose más profundo en un arbusto. Luego levantó la vista y vio a Dios, y se quedó sin aliento.

      Dios no dijo nada.