del manuscrito y converge con aquella importada por los primeros urbanistas novohispanos en páginas de pensadores como Leon Battista Alberti. Al mismo tiempo, las leyes dadas por los señores de México a lo largo de la primera sección del Mendocino se reflejan en las nociones de civilidad que encarna el concepto español de policía, a partir del cual se mediría y se debatiría la naturaleza de las sociedades del Nuevo Mundo a lo largo del siglo XVI. La representación del espacio, tradicionalmente bidimensional en los manuscritos mexicanos, se contrapone al de la perspectiva de un solo punto importada de Europa por frailes cosmopolitas, la cual expande las posibilidades de representación del mundo material tanto para el artista nahua como para el espectador europeo. Todos estos temas son abordados en los capítulos subsiguientes.
A lo largo de su historia, el Códice mendocino se ha presentado como un objeto de forma e identidad en constante cambio, en parte por la naturaleza misma del objeto —un manuscrito de 71 folios cuya totalidad es imposible de comprender de manera inmediata— y en parte, por la manera en que cada estudio lo ha analizado, respondiendo a distintas preguntas originadas en contextos históricos diferentes. Así lo sugiere el reciente trabajo de Daniela Bleichmar, quien en su estudio sobre la circulación y transmisión del Mendocino ha observado que la ontología del manuscrito se manifiesta inestable a lo largo del tiempo y es recreada por cada nuevo estudio e interpretación, pese a que el objeto mismo se ha mantenido estático en Oxford (2020, 199). Asimismo, en este volumen Todd P. Olson aborda el Mendocino a través de su recepción e interpretación en la obra de Melchisédech Thévenot, identificando un proceso gradual de secuestro y disolución de los contenidos del manuscrito hasta que estos se hacen prácticamente irreconocibles dentro el universo del conocimiento enciclopédico que tomó forma a lo largo del siglo XVII. El trabajo de estos historiadores del arte ve al Mendocino más allá del documento histórico o la fuente primaria y funciona como un segue lógico al de aquellos de estudiosos como H. B. Nicholson, Silvio Zavala o James Cooper Clark, quienes respondiendo a las prioridades históricas del momento, buscaron otorgar al manuscrito una identidad lo más apegada a lo que la realidad de la investigación documental les permitiera.
Con base a hallazgos tempranos y recientes sobre la materialidad, contexto histórico y circulación del manuscrito, además de sus contenidos, prioridades y recepción, este volumen busca contribuir al agregado de identidades que historiadores han creado para el Mendocino; por medio de algo tan sencillo, como cambiar el ritmo y énfasis de los distintos episodios de la historia de la reproducción y circulación del manuscrito, o establecer rangos de fechas para la creación del manuscrito, a partir del doble eje que ofrece el análisis histórico y el estudio de la materialidad del códice. Este agregado, parafraseando una de las ideas de Daniela Bleichmar, aporta en la construcción de la ontología fluida del Mendocino. Esta decisión resalta invariablemente elementos que, independientemente de su importancia para la historia del manuscrito, habrían sido relegados a la periferia de estudios anteriores.
Tal es el caso de las contrastantes hipótesis para la llegada del Mendocino a manos de su primer dueño conocido, el geógrafo francés André Thevet, o el momento en el siglo XVIII en el que Clavijero “inventa” el Códice mendocino a partir de una fuente ampliamente conocida, pero anónima. La primera de estas ha sido subsidiaria a una historia enfocada en demostrar la conexión entre el primer virrey de Nueva España y el manuscrito a partir del mencionado momento de invención de Clavijero en el siglo XVIII. De esta forma, la manera en que llegó el Mendocino a Francia se dio por sentada, a partir de un relato que, como veremos, carece de sustento en sus afirmaciones en el mejor de los casos y da información falsa en el peor de ellos. En este ensayo se plantea la posibilidad de una ruta alternativa que abre el manuscrito a un contexto europeo inicial mucho más amplio que el del encargo virreinal; al mismo tiempo que se reconoce que, dada la realidad de la evidencia documental disponible hasta ahora, es imposible verificar la trayectoria inicial del manuscrito con total certeza. Asimismo, se sugiere que la decisión que tomó Clavijero obedeció más a la agenda de su obra literaria en el contexto de un momento proto-nacionalista mexicano que a la existencia de evidencia que atara el manuscrito al virrey.
La trayectoria del Códice mendocino reexaminada
Cuenta la historia que este manuscrito fue creado por encargo del primer virrey de Nueva España, don Antonio de Mendoza (r. 1535-1550), para ser enviado a Carlos I de España. Sin embargo, el manuscrito llegó a Francia, donde fue adquirido por el geógrafo y clérigo André Thevet (1516?-1592); quien, a partir de 1559 se desempeñaría como geógrafo de cuatro reyes de la dinastía Valois-Angouleme. Pese a que, como discutiremos más adelante en este capítulo, Thevet volvió una y otra vez al manuscrito, firmándolo y marcándolo en distintas páginas. En la década de 1580 el manuscrito pasó a manos del clérigo y geógrafo inglés Richard Hakluyt (1552-1616), quien fue secretario del embajador inglés en Francia, Sir Edward Stafford, entre 1583 y 1588. Después de la muerte de Hakluyt en 1616, el manuscrito pasó a manos de otro inglés, Samuel Purchas (1577-1626), quien fue el primero en publicar las imágenes y textos del Mendocino en 1625 como parte de su compendio de exploración Hakluytus Posthumus: or, Purchas His Pilgrimes. Finalmente, el manuscrito pasó a su último dueño privado: John Selden (1584-1654), jurista y erudito especialmente interesado en leyes antiguas inglesas y hebreas, en egiptología y en las culturas del Nuevo Mundo prehispánico (Toomer 2009). De hecho, su biblioteca, que fue donada a la Biblioteca Bodleiana después de su muerte en 1655, contenía tres manuscritos mexicanos: el Códice mendocino; el Códice Selden, también conocido como Códice Añute; y el Rollo Selden, también conocido como Rollo del Fuego Nuevo.4 Si bien el interés de Selden en el México prehispánico parece haber sido tangencial, su perfil es digno de considerarse ya que prefigura aquel de los estudiosos que incluirían el Códice mendocino en sus obras durante los siguiente dos siglos: pensadores con interés en la antigüedad mediterránea y cómo esta se reflejaba en términos conceptuales y a veces prácticos en el Nuevo Mundo, con interés en el judaísmo y su impresión en la construcción del pensamiento occidental, y con interés en la historia natural.
Pese a la continua reproducción y circulación sostenida del manuscrito a lo largo del siglo XVII y XVIII, dos de los momentos más importantes para la construcción de la historia moderna del Mendocino llegaron a finales del siglo XVIII e inicios del XIX. En 1781, Francisco Clavijero —jesuita mexicano exiliado en Italia— lo identificaba como la Colección de Mendoza en su Historia del México antiguo. Esto dio inicio a toda una nueva etapa de estudios enfocados en la conexión entre el manuscrito y el primer virrey de Nueva España, tratándolo como un documento fundacional de lo que ya en ese entonces se vislumbraba como un momento proto-nacionalista mexicano. Como veremos más adelante, en la introducción a su Historia, Clavijero (1964) anunciaba que su obra sería una “primera verdadera historia de México para el servicio de la patria y la nación”. Acto seguido, escogía y anunciaba 47 fuentes para escribirla, todas y cada una de las cuales eran historias pintadas por artistas mexicanos, o historias escritas por notables novohispanos o por autores cuyos textos eran simpáticos a una narrativa de inclinación nacionalista. Dentro de estas figuraba prominentemente lo que él identificó por vez primera como “La colección de Mendoza”, hoy Códice mendocino.5
Tabla 1: Circulación, reproducción y estudios del Códice mendocino (1625-1992)
En su análisis de la obra de Clavijero, Rolena Adorno (2011, 15; véase también Marchetti 1986) ha resaltado que esta “buscaba recobrar la perdida nación mexicana y defenderla de pensadores de la Ilustración Europea quienes subestimaban su valor e importancia en base a una pretensión de inferioridad cultural y natural… Clavijero ha sido frecuentemente considerado un precursor de la independencia mexicana. Sin lugar a dudas, su patriotismo criollo y su defensa de las Américas frente a pensadores europeos contemporáneos han fijado el perfil que reconocemos en su famosa Historia antigua de México”. Al reconocer el rol y contexto ideológico de la obra de Clavijero —en particular de la Historia antigua de México y en consecuencia del Mendocino— esta invariablemente se inserta en el género de literatura patriótica latinoamericana que crean los jesuitas a finales del siglo XVIII (Brading 2015, 34).
En 1831, Edward King vizconde de Kingsborough sacaba el manuscrito