Ty Gibson

Jesús, el Hijo de Dios


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de modo abusivo. Quienes defienden la posición contraria generalmente responden ensartando su propia lista de versículos y ofreciendo sus propias interpretaciones forzadas. Así que, terminamos atrapados en un callejón sin salida, oponiendo mis textos probatorios escogidos contra los tuyos y los tuyos contra los míos.

      Pero hay una solución, y veremos muy claramente que es la solución una vez que nos comprometamos con ella y veamos a dónde conduce:

      Lee la Biblia.

      De tapa a tapa.

      En sus propios términos.

      Cuando leemos la Biblia como un relato en desarrollo, como la gran historia que realmente es, con personajes clave presentados en una línea argumental con una intención concreta, el significado de la filiación de Cristo se vuelve evidente de manera inequívoca. En otras palabras, si realmente queremos entender el sentido en el que Jesús es el Hijo de Dios, necesitamos salir de nuestra selección personal de versículos para entrar en el gran relato histórico que los profetas están contando.

      En caso de duda, mira el panorama completo.

      Cuando lo hacemos, se abre ante nosotros todo un nuevo mundo de comprensión bíblica, y no hay necesidad de interpretaciones forzadas. Sencillamente, lo vemos. La historia completa nos muestra la verdad de maneras en las que la microgestión de versículos aislados no lo puede hacer.

      Así que, vamos a hacer justo eso. Leamos la Biblia en sus propios términos, y veamos a dónde nos lleva.

      Esto promete ser emocionante.

      “…cuando utilizamos el método de textos-prueba, que no toma en cuenta el contexto, no tenemos más remedio que llenar los vacíos con especulaciones que no son inherentes al texto. En otras palabras: tenemos que inventar cosas”.

      Una profecía sobre progenie

      La historia bíblica empieza con la creación de Adán y Eva por parte de Dios.

      Se trata de los primeros seres humanos.

      Todos los demás humanos descienden de ellos.

      Hay un patrón que salta a la vista en el relato: creación y procreación.

      Dios crea a Adán y a Eva “a imagen de Dios”, y luego Adán, con no poca ayuda de Eva, “engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen” (Gén. 1:27; 5:3).

      Y este muchacho, Adán, es el primer “hijo de Dios” mencionado en el relato bíblico. Es el primer personaje en la historia que da significado a la noción de filiación, un concepto que se sigue construyendo a lo largo del resto de la Biblia. Cuando llegamos al relato del Nuevo Testamento, el contenido y el alcance del tema del “hijo” se hacen evidentes. En la genealogía de Jesús según Lucas, a cada personaje del linaje se lo llama el “hijo de” un padre humano, hasta que llegamos al final de toda la lista, Adán, el primer hombre, que se distingue de todos los demás por lo siguiente:

      “…Adán, hijo de Dios” (Luc. 3:38).

      ¿Te diste cuenta? El Nuevo Testamento se remonta deliberadamente hasta el inicio de la historia bíblica, con el fin de aclararnos quién es Jesús, y lo hace diciéndonos quién era Adán. Por un lado, está Adán; y por el otro, Jesús. Y estas dos figuras constituyen la base de toda la historia bíblica, como veremos mejor y con mayor claridad a medida que avancemos.

      Desde el principio de nuestra historia, Dios tiene un hijo, y su nombre es Adán. Dios tiene también una hija, y ella también forma parte vital de la trama de la historia, como pronto veremos. Por ahora, estamos interesados en seguir el hilo de la noción de “hijo” en la Biblia, para comprender la filiación de Jesús.

      Según Lucas, Adán es “hijo de Dios” en un sentido más “fundacional” que cualquiera de los seres humanos que lo siguen.

      ¿Por qué?

      Bueno, simplemente porque él es el primero de su clase, el primer ser humano, de quien saldrán todos los demás y de quien recibirán su identidad.

      Adán y Eva fueron creados.

      Todos los demás fueron procreados.

      Así es como comienza la historia bíblica.

      Adán era la cabeza de la raza humana, de quien toda la humanidad recibiría su “semejanza”. A partir de él, la “imagen” de Dios debía transmitirse de generación en generación, y crear un círculo cada vez más amplio de seres humanos con la capacidad de amar como Dios ama, y de vivir a “imagen y semejanza” de Dios. Ese era el plan divino al crear a la humanidad. Habría una sucesión de hijos e hijas que pasarían a sus descendientes la imagen de Dios. Una vez más, para que quede claro:

      Dios creó a Adán y a Eva “a su imagen” (Gén. 1:27).

      Y Adán “engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen” (Gén. 5:3).

      ¡Qué maravilloso plan!

      Pero aquí la historia da un vuelco trágico. Se impuso una interrupción del plan original:

       Una interrupción que llamamos la Caída de la humanidad.

       Una interrupción en la que Lucifer, el ángel caído, engañó a la humanidad para que creyera que Dios es arbitrario, represor, no confiable y egoísta (Gén. 3:1-5).

       Una interrupción que casi borró la “imagen” de Dios en la persona del “hijo de Dios”, y perturbó así su capacidad de transmitir claramente la imagen de Dios de generación en generación.

      Y, como hubo una interrupción, se necesitó una intervención:

       Una intervención que tendría que producirse desde el seno de la situación humana.

       Una intervención que abriría un nuevo camino con un nuevo punto de partida.

       Una intervención que vendría bajo la forma de un nuevo “Hijo de Dios” para reemplazar a Adán, una nueva cabeza de la raza humana que restablecería la “imagen” de Dios en la humanidad.

      Inmediatamente después de la Caída, el Creador formuló una profecía en forma de amenaza contra Satanás y de promesa para la humanidad:

      “Y pondré enemistad entre ti [Satanás] y la mujer [Eva y sus descendientes], y entre tu simiente y la simiente suya; ésta [uno de sus descendientes] te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gén. 3:15).

      Fíjate bien en esto: La promesa de liberación está presentada en términos de progenie, o descendencia. Dos grupos de personas estarán en conflicto a lo largo de la historia. Un linaje espiritual surgirá de Satanás y hará guerra contra Dios y su pueblo, mientras que un linaje espiritual procedente de la mujer dará nacimiento un día a un “descendiente especial”, que derrotará a Satanás e invertirá los efectos de la Caída. Adán, “hijo de Dios”, fracasó ante la tentación en su encuentro con Satanás. Pero un nuevo Hijo nacerá de entre la raza caída, que aplastará a la serpiente en vez de rendirse ante ella. Un segundo Adán, un nuevo “hijo de Dios”, iniciará una nueva etapa de la historia humana y triunfará donde el primer Adán falló.

      Vemos, entonces, que desde el principio de la historia Dios está haciendo frente al problema del pecado en términos de sucesión familiar, al prometer el nacimiento eventual de un Hijo. El Dios creador de la humanidad intenta salvarla desde su propio seno, desde nuestro propio reino genético, desde la posición estratégica de un “Hijo de Dios” que nacerá del linaje de Adán con el fin de redimir la caída de Adán.

      Ahora que ya tenemos esta pieza inicial de la historia bíblica claramente establecida en nuestra mente, todo lo demás a lo largo del camino empieza a tener sentido y a hacerse