Ty Gibson

Jesús, el Hijo de Dios


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Las probabilidades de que más de cuarenta autores, que escribieron a lo largo de un lapso de mil quinientos años, compongan una historia coherente tan genial, sin ser guiados por una misma Mente superior, son tan remotas que resultan imposibles. Pero esta ni siquiera es la parte más asombrosa. Lo verdaderamente notable de esta historia es que nos invita a creer lo mismo que secretamente esperamos, en lo más profundo de nuestro corazón, que sea verdad: que somos objeto de un amor tan fiel que preferiría morir antes que dejarnos de lado. Una de las razones por las que sabemos que el relato bíblico es verdadero es porque responde a nuestros anhelos más profundos de ser amados de un modo que no encuentra ninguna correspondencia satisfactoria en este mundo nuestro, transgresor del Pacto. Jesús encarna aquello para lo que intuitivamente sabemos que estamos hechos: una relación de amor perfecta.

      Y, sin embargo, a muchos cristianos nunca se les enseña ni siquiera a tomar conciencia de la deliberada conexión narrativa existente entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, y mucho menos a entender lo que eso implica para la restauración del amor de Dios en las relaciones humanas. Nuestro enfoque ha estado orientado sobre todo por la preocupación egocéntrica por la salvación personal. La visión teológica del cristianismo ha estado tan completamente saturada de pensamiento griego en la iglesia medieval que la orientación típicamente hebrea hacia la relación del Pacto es casi desconocida en el cristianismo moderno.

      La Biblia nos está contando una historia. El objetivo de esta historia es que el amor inspirador del Pacto sea restaurado en la raza humana. Jesús es la figura central y más sobresaliente de la historia. Él es quien logra hacer realidad las intenciones del Pacto, final y completamente. En Cristo, somos testigos de la gran reconstrucción de la historia de Israel, esta vez con fidelidad al Pacto. En él, todo lo que Dios había previsto para Israel, y para toda la raza humana, se cumple. En cada acto de su existencia, hasta el punto de dar su vida por sus enemigos como el evento culminante de la fidelidad al Pacto, Jesús vivió el amor de Dios y, al hacerlo, cumplió plenamente la intención de la narración del Antiguo Testamento, con todos sus ideales del Pacto y sus imperativos relacionales. Pablo entendió claramente esto cuando resumió toda la Biblia en una sola frase:

      “Porque todas las promesas de Dios son en él ‘sí’, y en él ‘Amén’, por medio de nosotros, para gloria de Dios” (2 Cor. 1:20).

      El gran panorama narrativo de las Escrituras ilumina con brillantes rayos de luz la vida y la persona de Cristo. Todo lo que Dios prometió al mundo por medio de Israel, el hijo infiel de Dios, se cumplió ahora en el Hijo fiel de Dios, Jesucristo. La historia de Jesús es un microcosmos de la historia de Israel, solo que esta vez se trata de una historia que irradia la hermosura del amor infalible. Este es, entonces, el sentido en que el Nuevo Testamento llama a Jesús “el Hijo de Dios”.

      Vamos ahora a explicar algunos detalles más del Nuevo Testamento.

      “En el momento en que el gran panorama de la Biblia se despliega ante nosotros y escuchamos su teología y su historia, nos damos cuenta de que algo pasmosamente sencillo ha permanecido ignorado bajo nuestras mismísimas narices todo el tiempo”.

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