eran las que más los atraían. Era una buena manera de aterrizar en el mundo laboral. Al final de cada una de las tres rotaciones el socio responsable del área en que había trabajado el júnior cumplimentaba una evaluación escrita en la que valoraba las capacidades del tutelado. Allí se juzgaba todo, desde los conocimientos técnicos hasta el aspecto físico. Con puntuaciones del uno al diez.
ORGANIZACIÓN DEL ESPACIO DE TRABAJO: 9
- Comentario del evaluador: Mesa de trabajo extremadamente ordenada, pero no etiqueta los códigos legislativos de acuerdo con las normas de house style del Gran Bufete.
- Comentario del evaluado: No me llegaron a tiempo las etiquetas y no pude ponerlas. En cuanto lleguen las coloco. Mis disculpas por ello.
Y así todos los apartados. Al final de la evaluación había una última casilla en la que el evaluador indicaba si, una vez completados los dos años de rotaciones, deseaba que le asignasen al abogado evaluado. Las opciones eran tres: SÍ, NO y NO DECIDIDO. Lo ideal era tener tres SÍ, aunque algún NO DECIDIDO no influía demasiado. Sin embargo, lo que provocaba la inmediata salida del joven abogado de la firma era recabar un NO por parte de alguno de los tres socios evaluadores.
Álvaro recibió el tercero de sus tres SÍ y llamó raudo a Bernardo, que acababa de terminar su tercera rotación con Pier Águila, uno de los socios recién nombrados en la última Junta anual del Gran Bufete.
–¿Qué pasa, gordo? ¿Te han hecho ya la evaluación? A mí me la acaba de hacer «Henry».
–Pues todavía no. Me ha citado Pier para dármela esta tarde. ¿Qué tal te ha ido?
–Muy bien. También me ha puesto un SÍ. Prueba superada. Ya estoy a salvo. A esperar ahora a ver dónde me asignan.
Al recabar tres SÍ Álvaro sabía que había superado el período de prueba y que formaba parte de ese cincuenta por ciento de la promoción que conseguía seguir en El Gran Bufete tras las rotaciones. Ahora solo le tocaba esperar a saber con qué socio lo asignaban finalmente para continuar su carrera profesional.
–¡Qué bien! ¡Enhorabuena!
–Gracias, gordo. Seguro que a ti Pier también te pone un SÍ. Con eso pasas el corte seguro.
Y es que Bernardo por el momento llevaba un SÍ de Tomás y un NO DECIDIDO de «Henry». Sabía tan bien como Álvaro que estaba al borde. Con un NO estaba fuera, aunque era imposible que Pier le pusiera un NO. El riesgo era que en lugar del SÍ, en la última casilla de su evaluación apareciera un NO DECIDIDO. Eso le dejaría al límite, en la frontera de los que pasan el filtro y los que no. Así que esa tarde, cuando recibió el formulario de evaluación de Pier, lo primero que hizo fue ir a la última página con el corazón acelerado. Cuando vio el deseado SÍ respiró tranquilo.
No solo le había dado su SÍ. Además de eso Pier había pedido expresamente que le asignasen a Bernardo, como finalmente ocurrió. Él habría preferido haber acabado en el departamento de Tomás, que era la gran estrella del Gran Bufete. Además, eso le habría permitido trabajar cerca de Álvaro, que finalmente había sido asignado a Henry, que había visto en él a un buen y dócil soldado. Sin embargo, Bernardo disfrutó así de su etapa más tranquila y cómoda en El Gran Bufete.
Su tercer año, el primero tras la asignación, su primero completo con Pier, le iba a permitir encontrar poco a poco su papel como segundo de a bordo de un socio. Con un rotante a su disposición. Y sin sobresaltos. Trabajando tan intensamente como antes pero sin tener la espada de Damocles de las evaluaciones permanentemente sobre la cabeza.
Fue uno de sus mejores años. Trabajó en multitud de medianas operaciones de M&A en las que pudo operar de facto como responsable del asesoramiento, al mismo tiempo que participaba codo con codo con Pier en un puñado de grandes transacciones en las que lo acompañaba haciendo las funciones de mano derecha. Pier era mucho más tranquilo y mucho menos estresado que Tomás. Además, confiaba en Bernardo y le daba cancha. No lo agobiaba con estupideces. Le dejaba volar solo y así él comenzar a tener sus propios clientes, pero al mismo tiempo le enseñaba la profesión. Bernardo se iba dando cuenta con el transcurso de los meses de que no era tan torpe como le habían intentado hacer creer. Le faltaba todavía mucha experiencia, aunque al acercarse al final de su tercer año en El Gran Bufete ya era consciente de que tenía las cualidades necesarias para dedicarse a esa profesión. Por fin comenzaba a tener claros sus objetivos. Aspiraba a acabar por ser él quien liderase el asesoramiento de las grandes operaciones, con una lista de clientes deseosos de recibir su sagaz asesoramiento. Ese era sueño, ser un abogado de campanillas. El nuevo Tomás.
* * *
La camada de abogados de tercer año, entre los que aún se contaban Álvaro y Bernardo, iba adelgazando progresivamente. De una forma lenta pero segura. Por una u otra razón, a esas alturas eran escasos los abogados que resistían y conseguían llegar al cuarto año. Algo menos de la cuarta parte de los que comenzaron juntos esa aventura. Y no necesariamente los mejores. Quizá sí los más preparados para aguantar esa mezcla de ritmo inhumano de trabajo y excelencia, aunque por supuesto siempre lo suficientemente cualificados. En El Gran Bufete nadie sobrevivía sin ser un excelente abogado, de eso no cabía ninguna duda.
Álvaro no estaba teniendo problema alguno en seguir en esa intensa carrera. Las cualidades requeridas, resiliencia y solidez jurídica, las poseía de sobra. Pero es que además atesoraba las virtudes de la alienación y la discreción. No desentonaba en absoluto en el grupo ni generaba ninguna desconfianza en sus mayores. Por eso había logrado ser asignado al equipo de «Henry». Álvaro era feliz quemando poco a poco las etapas hasta llegar a socio. Cada vez estaba más mimetizado con su entorno y más integrado en El Gran Bufete. Esto era evidente para cualquiera menos para su colega, la otra mitad de «Los Chaquetas», que una mañana de septiembre, recién superada por los dos la barrera del tercer año en El Gran Bufete y conculcando las más elementales normas de la prudencia, rompió una de los principios más básicos del Arte de la Guerra: «Nunca desveles tus intenciones».
–Gordo, ¿has visto que Templeton & Smith va a abrir oficina en la Nación, no? –disparó Álvaro sin previo aviso.
A Bernardo una descarga le sacudió el espinazo.
–¡Y dicen que se llevan a un socio del Gran Bufete como socio director! –añadió.
Por supuesto que lo sabía. Lo primero porque había salido en toda la prensa especializada. El desembarco de los bufetes ingleses en la Nación. En particular, el más grande de los radicados en Londres. Lo segundo porque Pablo Pastor, socio del área de Derecho Mercantil del Gran Bufete, se lo había confirmado días atrás en persona, cuando se reunió con él en una discreta y céntrica cafetería para proponerle su incorporación a Templeton & Smith como primer (y único por el momento) asociado de la flamante nueva oficina en la Gran Capital del gigante anglosajón.
–Sí, ya lo sabía –replicó Bernardo de manera lo suficientemente confusa como para levantar las sospechas de Álvaro, logrando que le hiciese la pregunta que, en el fondo, estaba deseando escuchar.
–¿Cómo que lo sabías, perro? Vaciló un momento.
–¿No me jodas que te han llamado para irte con ellos? ¿Y no me has contado nada?
Bernardo puso cara de póker. O al menos lo intentó.
Torpemente.
–Es un despacho cojonudo, las grandes ligas… ¡Qué cabrón eres!
Álvaro lo presionaba sin quitarle la mirada de encima.
–Bueno, todavía no he aceptado la oferta, es un proceso largo –confesó finalmente Bernardo lleno de orgullo.
–Joder, ¿y no podríamos irnos los dos? Sería increíble.
Sería como empezar nuestro propio despacho de cero.
–Se lo puedo preguntar a Pablo si quieres.
–Claro que quiero, gordo. Díselo enseguida –le pidió a Bernardo mientras le pasaba el brazo por encima del hombro dándole