Era la posibilidad de vivir la apertura de un bufete internacional desde cero lo que los seducía. Un bufete con una lista de clientes por la que incluso El Gran Bufete mataría. Asuntos además de dimensión internacional, con múltiples jurisdicciones involucradas. Y todo ese trabajo no podía sino caer en sus manos, pues no habría más asociados en un primer momento. Estarían metidos en todas las grandes operaciones. Nadie podría aplicarles la «gestión por tapón»… O eso creían ellos.
El plan de acción para el día de autos estaba claro. A las diez en punto de la mañana del viernes, así el fin de semana amortiguaría el impacto de la noticia, Bernardo comunicaría su salida a Pier y, a la misma hora, Álvaro haría lo propio con «Henry». Cada uno a su superior inmediato, al socio con quien trabajaban a diario y al que más podía afectarle su salida. Informados estos, hablarían con Tomás (Bernardo) y don Ramón (Álvaro), en calidad de socios responsables de los departamentos a los que estaban asignados. Finalmente, ambos acudirían a hablar con Olga Gracia, la responsable de asuntos internos del Gran Bufete. Evidentemente a nadie se le ocurría llamar a Olga directora de Recursos Humanos.
Nada salió según lo previsto. Ambos entraron a las 10 en punto en los despachos de «Henry»y Pier. A partir de ahí, cualquier similitud con lo planeado debió de ser pura coincidencia, al menos a ojos de Bernardo.
–Pier, ¿tienes un momento? –le preguntó Bernardo mientras entraba en el despacho del socio.
–Claro, campeón, pasa.
–Pier, tengo que darte una mala noticia, bueno, para mí espero que no. He decidido aceptar la oferta de Templeton para incorporarme a su oficina de la Gran Capital.
–¿Y eso? Acabamos de hacer las evaluaciones de fin de año y te había conseguido un aumento mayor que el del resto de tu promoción –mintió Pier–. ¡Me dejas a los pies de los caballos! ¡Me van a colgar!
–Lo siento, Pier. Yo he trabajado fenomenal contigo, pero se trata de una oportunidad única. Y no es por dinero; de hecho ni sé a ciencia cierta cuánto voy a ganar.
–¿Se lo has dicho a alguien antes que a mí?
–No, Pier.
–No hables con nadie, déjame que gestione la comunicación.
–Pero Pier, eso no es posible…
Bernardo dudó si desvelarle la marcha de Álvaro, pero consideró que no era apropiado hacerlo; de hecho habían acordado no mencionar nada de la salida del otro. Se sabría inmediatamente, pero lo mejor era desvincular la salida de ambos y, en todo caso, que cada uno que hablase solo de lo suyo, sin interferencias.
–¿Por qué no?
–Pues porque para poder dar mi preaviso formalmente he de comunicárselo a Olga.
–¿Cuándo te han dicho que te incorpores?
–Cuanto antes; yo había pensado que dentro de un mes.
–¿Un mes? Te necesito aquí como mínimo tres meses. Hay multitud de asuntos que estás gestionando tú solo.
–A ver qué dice Templeton. Ellos no tienen a nadie y en estos momentos necesitan mucho más a un asociado que El Gran Bufete.
Pier se tomó un momento. La situación era peliaguda.
–Déjame que hable con los socios y te decimos algo hoy mismo.
–Vale, pero al menos querría subir a la tercera a hablar con Tomás.
–Me parece bien; déjame que lo llame antes por teléfono –le pidió Pier mientras marcaba la extensión.
«Pues no ha ido tan mal, se dijo Bernardo», que se sorprendió a sí mismo sudando copiosamente. Ahora a ver a Tomás.
Al llegar al despacho del socio este ya estaba colgando el teléfono.
«Pier se ha dado prisa –reflexionó Bernardo–. Mejor así».
En efecto, Tomás estaba hablando de la salida de Bernardo de El Gran Bufete, pero no con Pier.
–Pasa, Bernardo. ¿Cuántos más os vais? Más directo no podía ser.
–¿Cómo que cuántos más?
–Álvaro, tú ¿y quién más? Me acaba de llamar «Henry» –le aclaró Tomás de manera firme pero todo lo cariñosa que le permitían las circunstancias. Bernardo siempre había sido de su agrado.
–Que yo sepa, Templeton nos ha hecho oferta solo a los dos.
–Bueno, Bernardo, está claro que no hemos conseguido que sientas los colores del Gran Bufete. Espero que te vaya bien. Seguro que sí. No puedo decirte nada más.
–Yo sí, Tomás. Te quería decir que he trabajado muy a gusto contigo. Te echaré de menos. He aprendido mucho de ti.
Tomás sonrió agradecido y le estrechó la mano mientras se dirigía a la puerta de su despacho despidiéndose de manera elegante de su pupilo. Bernardo salió del despacho dudando si por su parte El Gran Bufete habría sentido esos años sus colores. No le parecía un comentario justo. No se trataba más que de una profesión, no de un equipo de fútbol. Por mucha sintonía que uno pudiera sentir con su empleador ninguno de los dos podía esperar sacrificios por parte del otro más allá de lo meramente profesional.
En años venideros Bernardo olvidaría muy a su pesar esa reflexión.
Habían ya transcurrido tres horas desde que anunciaron su marcha y Bernardo estaba agotado, así que decidió irse pronto a comer. Llamó a Álvaro para ir juntos a tomar algo. Era el único con el que podía hablar libremente.
–Álvaro, ¿cómo ha ido, tío? Yo estoy agotado. ¿Comemos juntos y comentamos?
–Todo de puta madre, pero no puedo comer. Ya he quedado. Luego hablamos.
Bernardo se compró un bocata y se fue a un parque cercano a relajarse. Allí sería mucho más fácil no coincidir con nadie. Lo necesitaba. Volvió a primera hora de la tarde y se encontró encima de la mesa del despacho dos cajas vacías de cartón y una nota:
PARA: Bernardo Fernández Pinto
DE: Pier Águila
Ven a verme en cuanto llegues.
Se dirigió raudo al despacho de Pier con un nudo en el estómago. Desde luego, la cosa pintaba mal.
–Buenas tardes, Pier. He visto tu nota (y las cajas). Dime.
–Bernardo, prepárame un informe con todos los temas que estás llevando tú solo para ponerme al día, recoge todas tus cosas inmediatamente y no vuelvas. Tienes de plazo esta tarde.
Bernardo titubeó.
–¡Pero si esta mañana me pediste que me quedase tres meses!
–Eso era esta mañana. Esta es la decisión definitiva de los socios.
–¿Y qué ha pasado desde esta mañana?
–No puedo decirte nada más que tienes que irte esta misma tarde.
–Pues yo no pienso irme deprisa y corriendo sin despedirme de nadie como si hubiera hecho algo malo. No entiendo este cambio de actitud, Pier. Llevo dejándome la piel en beneficio de los socios más de tres años. Es viernes por la tarde y no podré despedirme en persona de mis compañeros. El lunes vuelvo y lo recojo todo.
–Como quieras. Pero podrías haberme dicho que Álvaro se iba contigo.
Ahora entendía lo que había ocurrido.
–¿Cómo que se va conmigo? Querrás decir que nos vamos los dos.
–Pues no es eso lo que me han dicho. Parece que tú le has convencido de que se fuera contigo a Templeton.
–¡¡Eso es totalmente falso!! –gritó Bernardo. En ese instante sonó el teléfono de Pier.
–Lo siento, Bernardo, no tengo tiempo para ti ahora.