Matías Rivas Aylwin

Yo no soy un Quijote


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el estado de sitio en todo el territorio nacional. El último en hablar es el que ordenó el bombardeo a La Moneda: el comandante en jefe de la Fuerza Área, Gustavo Leigh.

      —Tenemos la certeza, la seguridad de que la mayoría del pueblo chileno está con nosotros, está dispuesto a luchar contra el marxismo y a extirparlo —sube su tono de voz— ¡hasta las últimas consecuencias!

      Una larga amistad en los turbulentos años de la Unidad Popular

      María Edy pasa dos noches en la casa de sus amigos y relata en detalle lo que vivió con Jacques. Andrés escucha con calma, aunque sabe que cada minuto que pasa es un minuto más que tendrán los uniformados para encontrarlo. El toque de queda que inició el martes a las seis de la tarde sigue vigente; si van a intentar algo, necesitarán una ventana de tiempo razonable. ¿Podrá resistir Jacques? Andrés implora una respuesta, pero se siente atado de manos. Recuerda con nostalgia la época en que su amigo lo iba a visitar todas las semanas hasta San Bernardo en un viaje que le tomaba dos horas, cuando estuvo enfermo de tuberculosis. Se habían conocido en los años cuarenta cuando él estudiaba Derecho en la Universidad de Chile y su amigo, Agronomía. Juntos hicieron una candidatura de la Falange para la presidencia de la FECh en la que Andrés postuló de presidente y Jacques, de secretario general; no ganaron, pero recibieron un premio de consuelo cuando al preguntar en la facultad de Artes por qué de los treinta votos que les habían prometido solo sacaron cuatro, les contestaron que los alumnos más inteligentes habían votado por ellos. Su amistad siempre se mantuvo, incluso con la escisión de la Democracia Cristiana en 1969 y el nacimiento del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), partido al cual ingresó Jacques y que posteriormente integraría las filas de la Unidad Popular. Lo que vendría después sería duro para él. “Fue muy destructivo y triste para mí ya que el MAPU se forma poco antes del 21 de mayo, fecha en que el Presidente de la República tiene que dar cuenta al país —recordaría el año 2018, al reflexionar sobre la forma en que se desarrollaron los hechos en esos años previos al gobierno de Allende—. Entonces yo era diputado y fui a ver la cuenta de Frei, pero me sentía mal, me sentía incómodo y triste, sentía que había perdido la pertenencia, que ya estaba fuera, que había dejado de ser parte de un lugar donde tenía tantos amigos y que tenía que pensar en nuevas amistades”7.

      El ambiente en el Congreso Pleno, ese 21 de mayo, era tenso y existía temor de que más parlamentarios y dirigentes sindicales se fueran al MAPU. Durante el discurso del Presidente, Andrés tuvo la sensación de que, al menos tres veces, Frei Montalva lo miró directamente, mientras entregaba su mensaje político. “Pensé que podía ser una ilusión, una equivocación, porque yo era un simple parlamentario”, recordaría.

      Una vez finalizada la sesión del Senado, era costumbre que los diputados y senadores fueran a La Moneda a saludar y expresar su adhesión al mandatario. Pero él decidió restarse. Se fue, inquieto, a caminar por calle Ahumada, para luego sentarse en un café a meditar. Ahí estuvo, absorto, hasta que se dio cuenta de que si había decidido permanecer en la Democracia Cristiana no podía adoptar una actitud infantil; debía ser consecuente y regresar. Volvió a La Moneda —aún pensativo, triste y ausente—, subió hasta el segundo piso y divisó al Presidente, quien al verlo le dirigió una amistosa mirada y se acercó a saludarlo.

      —Andrés, tu presencia aquí es lo más importante que me ha pasado en este último tiempo —le dijo mientras lo abrazaba fuertemente—. Para mí es muy importante que hayas venido. Y te voy a decir algo más: cuando yo estaba pronunciando el discurso al país, yo varias veces te miré a ti. Te veía preocupado.

      ***

      Durante la presidencia de Allende, el creciente antagonismo entre la Democracia Cristiana y el oficialismo se acentuó aún más tras el asesinato del democratacristiano y ex ministro del Interior Edmundo Pérez Zujovic, a manos del grupo de ultraizquierda Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP). Este hecho, que sería interpretado como un regalo para quienes perseguían la caída del Presidente8, fue el preámbulo de los días más negros para el futuro de la democracia.

      El mismo día del crimen, Andrés se dirigió al Hospital Militar y se encontró de frente con un ministro del gobierno de Allende. Con la emoción del atentado en su corazón, estuvo a punto de decirle una pachotada, pero se detuvo poco antes de hacerlo.

      La lucha por la paz —pensaba— debía continuar.

      Al día siguiente, hubo una sesión extraordinaria en la Cámara de Diputados. Andrés sintió la necesidad de hablar directamente, y en un tono más humano, con el ministro del Interior, José Tohá.

      —Este asesinato es una triste consecuencia de una campaña previa, tolerada por el gobierno, que ha convertido a seres humanos buenos y pacíficos en personas despreciables —le dijo.

      Le pareció percibir cierta comprensión del ministro, pero tristemente ya se habían desatado fuerzas oscuras que, en sus palabras, “conducían al abismo”.

      Durante aquellos días, Andrés mantuvo una fluida relación con Jacques, que por entonces era ministro de Agricultura, y aprovechaba cada encuentro para manifestarle su preocupación de que tomaran medidas que atentaran contra la legalidad del país. “Nuestra amistad dura toda la vida —le decía—. Pero si entran por la vía violenta vamos a tener que cortar relaciones”. Jacques respondía haciendo referencia a lo que él llamaba la obsesión del Presidente por atenerse a la legalidad y su irrestricto apego a la institucionalidad democrática, lo que sin embargo se contradecía con los constantes llamados de sectores más radicales de izquierda a agudizar la revolución socialista por medio de acciones violentas.

      Andrés, férreo opositor al gobierno de Allende, no lo veía todo en blanco o negro y creía que la Unidad Popular había tenido una oportunidad histórica para movilizar al pueblo por grandes ideales. Pero su rechazo, como le ocurriría a muchos democratacristianos, fue aumentando en la medida en que predominaba la falta de entendimiento y la rivalidad entre ambos bloques, expresada en el repudio de la DC a las masivas ocupaciones ilegales de predios agrícolas y sus posteriores expropiaciones amparadas en resquicios legales, al indulto a extremistas que habían sido procesados por actos terroristas y a la postura radical del Partido Socialista, que no descartaba entre sus estrategias para consolidar el poder la lucha armada. Esas diferencias, entre muchas otras, terminarían siendo irreconciliables y derrumbarían los diálogos entre el centro y la izquierda, como bien lo describiría Camilo Escalona: “La izquierda y el centro divididos, antagonizados por su retórica discursiva y un espeso ideologismo que los llevó a enfrentarse sin ningún tipo de contemplaciones, facilitaron o coadyuvaron a la crisis institucional, condición necesaria para el golpe de Estado”9.

      En ese contexto, en septiembre de 1972, Andrés escribió:

      Cuando la historia analice estos tiempos juzgará a los gobernantes no tanto por los errores, que son muchos, sino más que nada por la oportunidad perdida. Ha sido el empleo de tácticas políticas totalitarias, la utilización del odio en forma masiva, casi científica, lo que ha exacerbado las pasiones en tal medida que hemos llegado a tener una nación destruida espiritualmente; dividida hasta en la escuela o la familia10.

      En paralelo, su amigo Chonchol era removido de su cargo luego de intensos ataques en su contra por su liderazgo en la reforma agraria, plasmado en su polémica frase: “La reforma debe implementarse de forma rápida, drástica y masiva”. Eso le ganó en la prensa el apodo de “Atila”; lo acusaban de no respetar el derecho a la propiedad y de implementar una reforma arbitraria que inevitablemente conduciría al país a la ruina económica. Jacques era, según él mismo ha reconocido, uno de los hombres más odiados del gobierno de Allende. No le quedó alternativa: tuvo que dar un paso al costado y se fue a trabajar al Centro de Estudios de la Realidad Nacional.

      Un mes después de las cruciales elecciones parlamentarias de marzo de 1973, que culminaron con el fracaso de la oposición en conseguir los dos tercios que necesitaba en el Senado para aprobar la destitución legal del Presidente (abriendo, de este modo, una enorme interrogante respecto a cómo podrían coexistir fuerzas tan antagónicas e intransigentes11), Andrés escribió un nuevo artículo de prensa en el que mantuvo firme su