José Luis Cámara Pineda

Relatos desde el purgatorio


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      Hay historias que merecen ser contadas. La de Frederick Cissé es una de ellas. Comienza en el verano de 2006, cuando, como otros muchos inmigrantes africanos, decide embarcarse en un cayuco rumbo a las Islas Canarias. Nacido en un pequeño barrio a las afueras de Dakar (Senegal) en una familia modesta de 11 hijos, sus padres se divorciaron cuando él tenía 17 años. La separación obligó a su madre a ponerse a trabajar como vendedora ambulante. Pathé, como le conocen cariñosamente, tuvo que dejar sus estudios porque no podía pagar el material ni la matrícula, ni tampoco los suyos podían permitirse una boca que alimentar sin producir. La búsqueda de un plato de arroz sustituyó entonces una brillante carrera escolar y un futuro prometedor como técnico en informática. «Escuché que había gente que llevaban a otros a Europa. Pregunté, decidí que tenía que hacerlo y lo hice. No teníamos dinero, así que mi madre hipotecó la casa y nos dieron 1.000 euros para el viaje y la manutención de mis hermanos pequeños», explica.

      Pese a los consejos de su progenitora, que le insistió durante días que no se jugara la vida en el mar, Pathé tenía claro que debía salir rumbo a El Dorado europeo. «Era el único que sabía que podía llegar a algo», agrega el inmigrante senegalés, quien junto a otras 98 personas partió una noche de agosto hacia el Archipiélago en una barcaza clandestina. La travesía hasta Tenerife, que se suponía breve, se prolongó durante 11 angustiosos días. «Lo pasamos muy mal por el frío. La gente estaba nerviosa, se peleaba. Viajar en cayuco es otra cosa. No sé cómo explicar lo que se siente. Es imposible explicar ese miedo. Nada da más pavor que viajar en cayuco», relata Frederick, quien pese a todo reconoce que no pensó mucho en la muerte, porque «también podía morir en mi casa». «Tenía miedo a dejar a la familia con deudas, a no saber cuándo iba a llegar, si iba a salir vivo de la travesía…», agrega nuestro protagonista.

      Cuando la mayoría se temía lo peor después de que una ola partiese su cayuco, la Guardia Civil interceptó la barquilla a dos kilómetros de la Isla y los llevó al puerto de Los Cristianos. Allí, además de miembros de la Cruz Roja, los esperaban agentes de la Policía Nacional. Aquel año, las llegadas de sin papeles se sucedían con frecuencia, y el puerto tinerfeño era un caos. «No entendía nada. Pensaba que la jefa era una chica de la Cruz Roja, porque le dio órdenes a un guardia civil, que me cogió en brazos. Me sentí tranquilo, porque me tomó como a su hijo. Ella me dijo que me tranquilizase y se puso a llorar, como si sintiese mis sentimientos», denota.

      A partir de ahí empezó otra odisea para el joven senegalés. Primero fue trasladado a la comisaría de Los Cristianos. Luego, al improvisado centro de internamiento habilitado en aquellas fechas en Las Raíces.

      Y de ahí pasó a otro CIE en Las Palmas, donde estuvo 17 días antes de ser trasladado a Málaga una vez se cumplió su periodo de retención, los 40 días que establece la Ley.

       PAPEL Y BOLÍGRAFO

      «Solo comía y dormía; tenía mucho tiempo para pensar», arguye Pathé Cissé. Por eso, dos días antes de su cumpleaños, el 17 de agosto, se le ocurrió una idea que marcó su vida. Decidió relatar su historia. «Le pedí un bolígrafo a un policía y una persona de la Cruz Roja me dio algunos folios; empecé el libro justo el día que cumplía 23 años». «Al principio solo quería contar quién era, pero luego decidí continuar. Una psicóloga que hablaba francés —Isabel Cardenal— me dijo que eso era bueno, que en España solamente se contaban los inmigrantes por números. No se sabe mucho de sus vidas», recalca Frederick.

      Siempre había sido un buen estudiante, aunque desde que su padre los abandonó para irse con otra mujer, los libros habían dejado de ser para él una prioridad. Sin embargo, las palabras fueron saliendo precipitadamente de su cabeza, para ser plasmadas sobre el papel. Así, en apenas 20 días dio forma a La Tierra Prometida, diario de un emigrante, un libro que el pasado día 15 fue presentado en la Diputación de Cádiz, editora de la obra en francés y castellano. «Fue como ver una película y escribirla después; solo se trataba de contar lo que había sufrido», expone el inmigrante dakarí.

      La publicación del libro, no obstante, no ha cambiado demasiado la vida de Pathé Cissé, al menos de momento. Sigue trabajando como vendedor ambulante para salir adelante. Está a la espera de lograr su permiso de residencia por arraigo, y colabora como traductor en la Cruz Roja de San Fernando, donde reside. «No tengo problemas con la gente ni con la Policía. Hago todo lo que puedo para integrarme. En cuanto llegué me puse a estudiar español, y ahora hablo mejor que muchos que llevan más años».

      Ni siquiera sabe dónde se puede adquirir su obra, pero espera que le permita obtener el dinero suficiente para evitar que sus hermanos tengan que pasar por lo que él pasó. De momento, ya ha logrado que varios de ellos puedan estudiar y no piensen en subirse a un cayuco. «Con lo poco que he conseguido en España he arreglado muchas cosas en mi familia. Han podido pagar la luz, comida, médicos,.. No puedo decirles a otros como yo que no vengan a Europa, porque si les digo eso, me insultarían».

      Y es que, en su opinión, «los gobiernos como el de España le dan dinero a países como Senegal, pero eso no hace nada, porque algunas personas se quedan con todo. Podrían crear empresas para dar trabajo a la gente». «Nadie se mete en un cayuco porque sí. Le aseguro que los 98 que íbamos allí dentro aquel día amábamos la vida, y todos pensábamos en nuestra familia. Si yo ahora les digo que no vengan aquí me dirían gilipollas, porque yo llegué y conseguí muchas cosas», arguye.

      En su novela, Pathé Cissé reconoce que África sigue estando en su cabeza, «porque es difícil vivir lejos de mi gente, de mis costumbres; pero aquí he aprendido a vivir, a quererme a mí mismo», asegura.

      «Creía que aquí todo se regalaba, que te daban el dinero, pero luego me di cuenta de que no es así. A los que vienen les diría que trabajen duro y se comporten bien, que algún día llegarán a algo».

       UN DESEO PARA ESTA NAVIDAD

      Para Pathé Cissé la Navidad no es una fecha tan especial como para la mayoría de nosotros. De hecho, reconoce entre risas que la pasará «como todos los negros: vendiendo cosas por ahí para sacar algo».

      También seguirá colaborando en Cruz Roja, donde intenta convencer a sus compatriotas para que hablen castellano. «Hago fichas de los que llegan y de traductor con los abogados», explica el joven senegalés.

      «Espero que me toque el Gordo de la Lotería algún día. Tendría muchos proyectos», dice irónicamente. En su horizonte más inmediato está legalizarse y proseguir sus estudios como técnico informático. «Me gustaría poder ganar lo suficiente para construir una casa para mi madre», recalca. Más lejos para él queda el sueño de ver una África diferente. «Los gobiernos allí nunca harán las cosas a la europea. Seguirán los mismos presidentes, y los siguientes serán los hijos de los que están, y los ministros serán los hijos de los ministros de ahora. Los pobres serán aún más pobres y los ricos, más ricos», concluye.

      III. Vivir para contar lo que dejaron atrás (noviembre de 2008)

      En ocasiones, la realidad supera a la ficción. Y ésta es una de ellas. Las historias de Malik, Mahyub y Héctor tienen en común que la realidad que padecieron es, con diferencia, peor de lo que pueda escribirse o contarse. Ahora, tratan de olvidar el pasado y empezar de nuevo como refugiados, víctimas de conflictos en los que no habían participado y que les obligaron a dejar atrás toda una vida. Tuve la oportunidad de hablar con ellos merced a la colaboración de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), que se ha convertido para los tres y para muchos otros en tabla de salvación a la que agarrarse después de nadar en la desesperación sin encontrar nunca la orilla.

      La primera de las historias es la de Malik, el más joven. Con solo 17 años llegó en cayuco a Los Cristianos a mediodía del 17 de agosto de 2006. Su relato, la base sobre la que se sustenta su petición de asilo, está marcado por los detalles, como recordar con exactitud esa fecha, imposibles de inventar si no se ha sufrido en carne propia. Malik vivía con su familia en Bouake (Costa de Marfil), un país marcado desde hace un lustro por la guerra civil