José Luis Cámara Pineda

Relatos desde el purgatorio


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Natalia reconoce que «depende de a quién le preguntes, va mejor o peor. Hay casas que tienen su clientela estable y no les falta de nada. A mí, sin embargo, se me ha juntado la crisis con las vacaciones. Y tengo a algunos de mis hombres fuera, mientras yo apenas saco para las compras del supermercado». Su exposición la refrenda Nicolás García, presidente de Unapro, una asociación pionera en la Isla que se dedica a la asistencia integral de personas en situación de exclusión social. García confirma que «desde principios de año, e incluso meses antes, advertimos que la situación sería muy complicada, sobre todo porque creemos que existe descoordinación en los recursos socio-asistenciales de Canarias». La organización que él dirige, por ejemplo, agotó en apenas cuatro meses todo el presupuesto previsto para este año en materia de ayudas sociales.

      «Cada vez hay más parados, hay pensiones no contributivas que no dan ni para comer, y en zonas como el Sur la situación está siendo muy compleja», agrega Nicolás García, que incluso relata que en Unapro tienen constancia de casos de personas en algunos municipios del norte de Tenerife que se han trasladado a vivir a cuartos de aperos; u otras que compaginan sus trabajos con escarceos en la prostitución o el narcotráfico. De hecho, en lo que al mundo de los contactos sexuales se refiere, García afirma que se ha producido una «notable bajada en el coste de los servicios», lo que ha llegado a provocar agrias disputas entre el colectivo de las trabajadoras del sexo que ejercen en las Islas. Algunas de ellas, incluso, han cometido actos delictivos que, por su condición de inmigrantes irregulares, las han llevado a la deportación a sus países de origen. «Las que están organizadas o trabajan en clubes se encuentran mejor, pero las que ejercen en la calle o en pisos han tenido que bajar los precios de manera casi desesperada», arguye el presidente de Unapro.

       CONFLICTOS

      Esta circunstancia no solo ha generado conflictos sociales, sino que también incide de manera negativa en la prevención. En este sentido, José Pablo Pérez, coordinador del área de Exclusión Social de Médicos del Mundo, explica que su organización aún no ha contrastado con datos los efectos de la crisis, aunque reconoce que algunas trabajadoras del sexo a las que asiste la ONG sí les han expuesto que «ahora hay menos clientes». «Todo el mundo se queja de la situación, y ellas no iban a ser menos», recalca José Pablo, quien opina que las bajadas de precios también pueden provocar «que se descuide la prevención». Tanto Unapro como Médicos del Mundo han constatado además que se han producido algunos desplazamientos de miembros de estos colectivos, desde el Sur y la zona metropolitana a pequeños municipios y pedanías de la Isla, con el objetivo de lograr mayores ingresos con su actividad. Cindy, colombiana de 24 años que trabajaba hasta hace poco en la capital santacrucera, así lo ha hecho. Ahora se mueve por el norte de la Isla, donde ha encontrado nuevos clientes. Ella, para paliar la recesión, ha optado por rebajar sus tarifas, e incluso acepta el regateo de precios de buen grado, cuando hace unos meses lo rechazaba de plano y llegaba a amenazar al cliente, en pleno lecho, con dejarle a medias.

      «La negociación siempre ha existido; ellos quieren que les rebajes, pero la diferencia es que ahora hay quien no tiene más remedio que ceder», expone. Los descuentos, en muchos casos, rondan el 50%, ya que de los 50 o 60 euros que solía costar la media hora de relaciones sexuales, ahora hay quienes la ofertan por 25; e incluso hay meretrices que trabajan en pisos que aceptan estar con los clientes una hora completa por menos de 50 euros. En la calle, recuerdan desde Médicos del Mundo, «hay subsaharianas y chicas de Europa del Este que llegan a hacer algunos servicios por poco más de diez euros». Junto a Cindy, en su apartamento trabajan otras tres mujeres, además de la madame, que es la encargada de organizar y tratar con los usuarios. Al igual que su compañera, María, canaria de 22 años, denota que «sí se ha notado un poco de bajón en el trabajo, aunque por el momento la jefa nos mantiene a todas; ella dice que esto es pasajero y que ya ha conocido otras crisis, que al final los hombres siempre terminan viniendo para desahogar sus problemas entre nuestras piernas». Pese a todo, ni siquiera las más avezadas mantienen la regularidad de hace apenas un año. «Hasta hace unos meses podían llegar al piso diez o quince hombres cada jornada, mientras que ahora hay días que apenas conseguimos cinco servicios», incide la meretriz, que, por el momento, sigue recibiendo la misma asignación diaria por cada cliente al que satisface. La falta de trabajo afecta a todos por igual, ya sean hombres, mujeres o transexuales.

      Alexa, por ejemplo, ha tenido que marcharse de La Laguna al Sur debido a la escasez de usuarios. Ella llegó a Canarias a finales de 2006, después de recorrer la Península y algunas capitales europeas.

      Transexual de 27 años, cobraba 200 euros la hora, cifra que ahora ha bajado más de un 40%. «Soy una profesional que vive de esto, y mientras sigan viniendo clientes, la crisis lo único que impedirá será que deje de comprarme ropa cara o de cenar en restaurantes todas las semanas». «Hay que buscar los pisos buenos y tener tus contactos, porque a muchos de los que vienen a verme les da igual el Euribor», asevera sarcásticamente. En la misma línea se expresa Toni, brasileño de 24 años que se oferta como «guapo, atlético y solo para caballeros». En su opinión, «para los clientes lo importante es que los trates bien y les hagas disfrutar, porque ahora hay muchos que precisamente acuden a mí para olvidarse de los problemas económicos o personales que tienen». «Nosotros tenemos la opción de trabajar en muchas partes diferentes, y siempre hay sitios donde se saca para vivir bien». Él, como la mayoría de sus compañeros de profesión, capean el temporal con optimismo y astucia, las mismas armas con las que muchos ciudadanos con trabajos supuestamente más respetables hacen frente a la recesión, la crisis o a cualesquiera de las acepciones que se le quieran dar.

      VII. Lecciones de vida en un colegio muy especial (abril de 2016)

      María lleva días sin poder ir al colegio. Por culpa de un problema de salud, está ingresada en la planta de Pediatría del Hospital Universitario de Canarias (HUC). Está en 3º de la ESO, y justo en este trimestre estaba aprendiendo las capitales europeas, la interculturalidad y los adverbios, entre otras muchas cuestiones. Para ayudarla a no perder el ritmo de las clases, esta tinerfeña de 14 años acude cada día al aula hospitalaria Las Andoriñas, que dirige la profesora María Dolores Gómez. Como María, más de 700 menores pasan curso tras curso por este particular colegio, que facilita el desarrollo educativo y afectivo-social de los menores ingresados.

      El aula, fruto de un convenio entre la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias y la Obra Social La Caixa, ocupa una superficie de 143 metros cuadrados, y está destinada a niños de edades comprendidas entre los 3 y 16 años. Desde las 9 y hasta las 14 horas, la maestra María Dolores Gómez atiende a los menores tanto en sus habitaciones como en el Hospital de Día y la propia aula, mientras que por las tardes voluntarios de Cruz Roja, Fundación La Caixa y asociaciones como Pequeño Valiente y Veredas llevan a cabo diferentes actividades lúdicas y de entretenimiento. Y es que, si ya de por sí la educación es puramente vocacional, mucho más si el aula está en un hospital, un reto que María Dolores asumió hace ahora tres años. «Me vine para acá porque necesitaba un cambio. Llevaba muchos en el mismo centro y quise tener una experiencia nueva en la enseñanza; por eso solicité una comisión de servicio para ser la docente del hospital», confiesa María Dolores, que no solo es muy querida por sus alumnos, también por los padres y el propio personal sanitario.

      Confiesa que su adaptación no fue fácil, porque los niños «van y vienen, son de diferentes edades y tienen necesidades distintas». Por eso, su trabajo se desarrolla en tres espacios del centro: en las habitaciones, en el aula y en el Hospital de Día. «Priorizo las habitaciones y el aula, pero a veces me resulta difícil, porque hay muchos chicos en planta», subraya la profesora, que imparte clases para alumnos de Infantil, Primaria y Secundaria, aunque a veces también ha llegado a tener chicos de Bachillerato. Entre los problemas que se encuentra, además del elevado número de niños con los que trabajar, María Dolores debe atender dinámicas muy diversas, ya que hay niños que pueden llegar a pasar largas temporadas ingresados, mientras que otros, en cambio. «Primero siempre hablo con los médicos, para que ellos me digan cuál es la situación del niño, antes de ponerme en contacto con los colegios. Hay menores con trastornos de alimentación que no pueden recibir clase de inmediato, porque su nivel de concentración es muy bajo, tienen altos niveles de ansiedad, estrés, etc. Por eso, se trabajan otras cuestiones