Santa Teresa De Lisieux

Historia de un alma


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Le ha perdonado prevenientemente, que es la manera más admirable de perdonar y la que debe despertar mayor agradecimiento (cf MsA 39rº). Insiste sobre el tema en la poesía 19, compuesta en julio de este mismo año.

      El 17 de octubre la M. Inés encomienda a sor Teresa un hermano misionero todavía seminarista, el abate Mauricio Bellière, a quien escribirá once cartas muy interesantes. Ante una fotografía suya, en la que aparece vestido de militar, Teresita, ya enferma de gravedad, exclama: «A este soldado de aire marcial le doy consejos como a una niña. Le enseño el camino del amor y de la confianza» (UC 12.8.2).

      El 30 de mayo del año siguiente, por mediación de la M. María de Gonzaga, se le encomienda otro misionero llamado Adolfo Roulland (cf MsC 33rº). Le dirigió siete cartas.

      La fraternidad espiritual con estos dos misioneros resultó providencial para estimular el espíritu misionero de la ardiente carmelita. La M. María de Gonzaga le permitió sostener con ellos una correspondencia, que no era habitual en el convento.

      Este mismo año compuso para Navidad una especie de paraliturgia titulada «El divino pequeño mendigo de Navidad pidiendo limosna a las carmelitas». Desarrolla en ella la idea que tanto le impresionaba de que Dios se muestra como un menesteroso que mendiga nuestro amor, el amor de sus pobres criaturas. Con estos descubrimientos, que aparecen en estas exposiciones de su mensaje, se puede decir que ha encontrado su «camino completamente nuevo», un verdadero atajo para llegar pronto y con seguridad a la cumbre de la montaña de la santidad. Es como un ascensor que eleva a uno. Está hecho para los niños, para los que son demasiado pequeños «para subir la ruda escalera de la perfección» (MsC 3rº).

      Año 1896

      Es un año decisivo, de grandes acontecimientos.

      En enero entrega a su hermana el Manuscrito «A». Esta lo recibe sin darle importancia. Lo guarda, sin leerlo, en el tirador de su mesa. El 24 de febrero, su hermana sor Genoveva hace la profesión religiosa. Fue una gran satisfacción para Teresa. «El más íntimo de mis deseos, el más grande de todos, el que nunca pensé ver realizado, era la entrada de mi Celina querida en el mismo Carmelo que nosotras» (MsA 82rº). Ahora la tiene ya comprometida para siempre por sus votos religiosos. Se acabaron sus sufrimientos respecto al destino de la que amaba tanto. «Puedo decir que mi cariño por Celina desde mi entrada en el Carmelo era un amor de madre tanto como de hermana» (MsA 82rº). El mes de abril marca el inicio de lo que podíamos llamar la última etapa de su vida.

      La noche del Jueves al Viernes Santo, 2-3 de abril, siente la primera hemoptisis «como dulce y lejano murmullo, anunciando la llegada del Esposo» (MsC 5rº). Es la declaración manifiesta de la enfermedad que la llevará al sepulcro. Ella contempla la muerte y su destino eterno con una gran fe diáfana: «Gozaba entonces de una fe tan viva, tan clara, que el pensamiento del cielo constituía toda mi felicidad» (MsC 5rº).

      Ahora es cuando llega el tercer gran acontecimiento de su vida espiritual: la prueba de la fe. Pocos días después, a raíz de la gran fiesta de la Pascua, se oscurece su horizonte espiritual. Se siente «invadida por unas espesas tinieblas». Jesús «permitió..., que el pensamiento del cielo, tan dulce para mí, no fuese ya más que un motivo de combate y de tormento» (MsC 5vº). Así empiezan las grandes y persistentes tentaciones contra la fe, que la privaron, si no de la paz, sí de todo el gozo de la fe durante el año y medio que le resta de vida. No dejará de tener algunos consuelos externos como la profesión y toma de velo negro de su querida novicia sor María de la Trinidad a primeros de mayo. Pocos días después, un sueño consolador: la visita de la venerable Madre Ana de Jesús, fundadora de los Carmelos de Francia, que le produce el sentimiento y la seguridad de que hay «un cielo y de que ese cielo está poblado de seres que me quieren» (MsB 2vº).

      Redacción del Manuscrito «B»

      El origen de este escrito es el siguiente: su hermana mayor está enterada de que la joven sor Teresa expone a las novicias, sobre todo a algunas de ellas en particular, unas ideas originales. Las denomina una «pequeña doctrina» novedosa. Le pide que, durante el retiro espiritual que va a hacer en la primera quincena del mes de septiembre, le prepare, por escrito, un resumen de estas enseñanzas. Sor Teresa se dispone a complacerla. Y de aquí nacen estas páginas, unas de las más profundas y bellas de la espiritualidad cristiana. La parte principal de este escrito está dirigida a Jesús, en forma de plegaria. Va precedida de una carta de introducción para explicar a su hermana cómo ve a Dios y cómo se siente ella ante él y qué cree que él quiere y espera de ella. Dios no le pide grandes cosas. Nada más que abandono y gratitud. Solamente eso. No todos comprenden el amor que Dios les profesa, la obra maravillosa que proyecta realizar en ellos. No se fían y huyen de él.

      La nueva doctrina, que ella enseña, no es una quimera. Está avalada por la Biblia. Por tanto, está asegurada, goza de toda garantía. Esa es la verdadera revelación de Dios (MsB 1rº).

      En la plegaria dirigida a Jesús afirma que ella ha comprendido a Dios tal como es en realidad. Quisiera que esta comprensión fuera contagiosa. ¡Cuántas gracias ha recibido ella durante este año a partir del mes de abril! «Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas..., ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cumbre de la montaña del amor» (MsB 1vº).

      Ha descubierto con toda claridad su vocación personal en la Iglesia. Cree tener todas las vocaciones, quisiera realizar todas las obras de los santos, pero eso es imposible. Por fin da con la vocación que puede satisfacer todas sus aspiraciones: «En el Corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el Amor». «Mi vocación es el Amor». «Así lo seré todo..., así mi sueño se verá realizado» (MsB 3vº). No le arredra su pequeñez. Muy al contrario, le parece que es muy normal que Dios escoja a sus víctimas de amor entre los insignificantes y los débiles pues «lo propio del amor es abajarse» (MsB 3vº).

      Continúa exponiendo cómo se desarrolla el proceso de intercambio de amor entre Dios y ella, entre el Dios-Amor Misericordioso y la pequeña e imperfecta, pero confiada, criatura. Termina su oración implorando a Dios que «escoja una legión de pequeñas víctimas dignas de su amor» (MsB 5vº).

      La vida sigue su curso. Escribe a los misioneros. La enfermedad avanza. Llega el duro invierno. Las tinieblas espirituales se hacen más espesas. Son, se puede decir, continuas. A medida que la fe se oscurece, Dios la ilumina por otro lado. Gracias a esta luz, descubre el sentido profundo de la caridad fraterna (cf MsC 11vº-18vº).

      Todavía por el mes de noviembre se hace una novena por su restablecimiento con vistas a su traslado a una comunidad de Indochina. La aparente mejoría resulta una pura ilusión. Pronto sufre una recaída fuerte, la definitiva.

      La enferma continúa su labor de composición de poesías y redacción de cartas muy interesantes, llenas de admirable doctrina. Para Navidad prepara una sencilla poesía titulada «La pajarera del Niño Jesús», en la que canta la vocación de la carmelita encerrada en su convento por amor a Jesús.

      Año 1897

      El horizonte se va reduciendo y la enferma divisa cercana la meta de su carrera en este mundo. Se convence de que no puede vivir mucho. Ya en enero, en una carta dirigida a la M. Inés, menciona a la muerte como algo que está a la vista (cf C 186). Poco después, con otra misiva, manifiesta: «Creo que mi carrera aquí abajo no será larga» (C 187). Vuelve a repetirlo en otras cartas. Lo tiene ya asumido. La única pena que tiene para morir en plena juventud es la de tener que renunciar a la realización de sus proyectos apostólicos. ¿Podré seguir salvando almas desde el cielo?, se pregunta. En una pieza de teatro que compone y cuyo protagonista es san Estanislao de Kostka, un santo que murió muy joven, plantea este a la Virgen el mismo problema. María le asegura que podrá continuar su labor de salvar almas desde el cielo. Con esta garantía el joven acepta en paz la muerte prematura. La preocupación no fue de san Estanislao. Por lo menos, no nos consta. Es de sor Teresa. Ella se siente asegurada por el cielo. Allí proseguirá su misión de ayudar a los misioneros, de salvar almas hasta el fin de los tiempos. Lo promete con toda solemnidad unos meses más tarde, el 17 de julio (cf UC 17.7).

      El