Santa Teresa De Lisieux

Historia de un alma


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ningún consuelo en su vida de oración» (MsA 73vº).

      Cumplido el tiempo para hacer la profesión, se le retrasa la fecha. Ella siente este percance. Anhelaba, quería consagrarse a Dios cuanto antes. La candidata a santa reflexiona y reacciona con espíritu de fe. Acepta la decisión (cf MsA 73vº). Más tarde cae en la cuenta de que en aquella prisa por consagrarse a Dios no todo era amor puro. Había una buena dosis de amor propio (cf C 152).

      Este año descubre los valores de las enseñanzas de san Juan de la Cruz. Lee asiduamente sus obras (cf MsA 83rº; C 88).

      La santa exclama: «Así pasó el tiempo de mis esponsables..., resultó bien largo para la pobre Teresa» (MsA 73vº).

      La profesión religiosa

       (8 de septiembre de 1890)

      Empieza la preparación para este solemne acto con un retiro de diez días. Todo este tiempo lo transcurre en la más absoluta aridez, casi en el abandono. Pero Dios no se desentiende de ella. Le va inspirando insensiblemente lo que debe hacer para agradarle en todo (cf MsA 75vº). Es la manera suave de comunicarse de Dios.

      Se nos ha conservado el testimonio de las notas que escribió a sus hermanas durante este retiro para informarlas sobre su estado espiritual. En ellas se refleja perfectamente lo que pasa en su interior. Nos ponen ante los ojos cómo se puede encontrar una gran santa en vísperas de dar el paso más decisivo de su vida. Fácilmente nos imaginamos a los santos con transportes de amor, con comunicaciones gozosas de Dios, casi en la gloria. Yo creo que la lectura y meditación de estos textos nos puede enseñar mucho sobre lo que es vivir en pura fe. Para el día de la ceremonia escribe un billete en el que expone sus anhelos y esperanzas. Luego lo llevará siempre sobre su pecho como testimonio de constante afirmación de su consagración a Dios (O 2). Una grafóloga que examina el autógrafo dice: «El texto está escrito con unos trazos que revelan el miedo de una niña y una decisión de guerrero».

      Durante la noche, que precede a la profesión, sintió una fuerte angustia, pero llegada la mañana, nos dice: «Me sentí inundada de un río de paz, y con esta paz, que supera todo sentimiento, pronuncié mis Santos Votos» (MsA 76vº). Era la mañana del 8 de septiembre de 1890.

      En esta época la profesión se celebraba en la intimidad, sin más testigos ni participantes que las religiosas de la comunidad. La ceremonia externa era la imposición del velo negro. En el caso de sor Teresa se dejó para el día 24.

      Fue un día muy triste para la pobre Teresa. Todo le salió mal. Su padre no pudo asistir ni siquiera para darle la bendición al final de la ceremonia como lo habían proyectado, en secreto, la novicia y su hermana Celina. Esta ausencia oscureció el día. Bajo el velo negro, recién estrenado, de la joven consagrada, corrieron las lágrimas en abundancia. «Me hallé –dice más tarde– verdaderamente huérfana de padre en la tierra pero pudiendo mirar con confianza al cielo y decir: “Padre nuestro, que estás en el cielo”» (MsA 75vº).

      Los años oscuros (1890-1893)

      Después de la profesión empieza un período de dos años y medio al que algunos denominan los «años oscuros» de sor Teresa. Es cierto que durante este tiempo la joven religiosa llevó una vida monótona, sin sucesos de relieve en ningún aspecto. Pero no fueron años perdidos. Hace un gran descubrimiento: encuentra el verdadero sentido religioso de la «monotonía del sacrificio» (C 85). Ha dado con el meollo de la vida monástica.

      En el exterior, la vida no cambia apenas. El padre continúa su humillante destierro en el sanatorio. Su hermana Celina, una joven inteligente y bella llama la atención de más de un joven. Pero sor Teresa está empeñada en que Dios la llama y debe consagrarse a Él en la vida religiosa. De ahí esas cartas en las que le expone las excelencias de la virginidad y de la vida consagrada (cf C 102; 104; 109). Más tarde nos recuerda cuánto le preocupó este asunto hasta que la tuvo a su lado en la clausura (cf MsA 82rº).

      En su vida conventual no le faltan problemas. Por parte de las religiosas no recibe atenciones especiales. No tiene ocasión de desahogarse con sus hermanas mayores. Se siente como un «granito de arena». Todos lo pueden pisar, y no sólo pisarlo, sino olvidarlo, que es lo más duro, lo que más se siente (cf C 81; 84). Aunque sea olvidada por las criaturas, «desea ser vista por Jesús. Si las miradas de las criaturas no pueden abajarse hasta él, que por lo menos la Faz ensangrentada de Jesús se vuelva hacia él... No desea más que una mirada, una sola mirada» (C 84). Pero tampoco Jesús le atiende. Hay que amarle sin compensación. Pero la joven, ansiosa de amor, lo siente. A pesar de todo, reacciona así: «Amémosle (a Jesús) lo bastante para sufrir por él todo lo que quiera, incluso las penas del alma, las arideces, las angustias, las frialdades aparentes... ¡Ah! es gran amor amar a Jesús sin sentir la dulzura de este amor... Es un martirio. ¡Pues bien, muramos mártires!» (C 73). Aunque se muestra valiente, esa falta de respuesta sensible de Jesús llega a turbarla en algunos momentos. Le hace dudar de si verdaderamente es amada por Dios (cf MsA 78rº). Las palabras de la M. Genoveva la consuelan. Al año siguiente la noche se hace más oscura aún. «Sufría yo entonces toda clase de pruebas interiores (hasta preguntarme a veces si había un cielo)». Y es precisamente al encontrarse tan angustiada cuando aparece un mensajero providencial del cielo, un religioso franciscano, que la comprende, la anima y la «lanza a velas desplegadas sobre las olas de la confianza y del amor», y le asegura que «sus faltas no causaban pena a Dios» (MsA 80vº).

      Hace también otro descubrimiento muy importante. Hasta entonces se había alimentado espiritualmente con libros de devoción, y en esta época empieza a apreciar la doctrina del Doctor del Carmelo: «Cuántas luces he sacado de las obras de san Juan de la Cruz... A la edad de diecisiete y dieciocho años no tenía otro alimento espiritual» (MsA 83rº). Algo más tarde, a partir de 1892, da con la llave del evangelio. En adelante «allí encuentra todo lo que necesita mi pobre alma» (MsA 83vº). En medio de las arideces, gracias a las luces que le llegan por estos cauces, va esbozando los rasgos fundamentales de su «caminito», de su mensaje.

      Se produce un acontecimiento muy consolador. El 10 de mayo de 1892 el padre regresa a la familia. No es que se haya curado. Está agotado, sin fuerzas. Pero no deja de ser motivo de alegría para sus hijas poder tenerlo entre los suyos aunque les haga llorar, con frecuencia, su estado deplorable.

      A los dos días de llegar a su hogar, le llevan al locutorio del Carmelo para que salude a sus hijas. Momento emocionante. Es la última vez que las ve y ellas lo ven en la tierra. Se despide «hasta el cielo» (C 117). Probablemente no pasó por la mente de ninguno de los presentes el pensamiento de que la primera en acudir a la cita sería la más joven, su «reinecita».

      Priorato de la M. Inés

       de Jesús (1893-1896)

      El 20 de febrero sor Inés de Jesús (Paulina) es elegida Priora de la comunidad. Sor Teresa acoge el suceso con gran alegría. Lo considera verdaderamente providencial. La misma noche de la elección, sin esperar más, le escribe una carta donde expone los sentimientos y esperanzas que esta designación despierta en ella. Espera mucho de la actuación como Madre de su «madrecita» (C 119).

      Hay novedades en su situación y oficios dentro de la comunidad. La joven sor Teresa va a asumir dos oficios. En primer lugar, la Priora la encarga ayudar a la M. María de Gonzaga en la formación de las novicias. Seguirá ejerciendo este oficio hasta el final de su vida.

      En segundo lugar, va a reemplazar a la recién elegida Priora en la labor de preparar las veladas recreativas. Habrá de componer poesías y piezas de teatro para recitarlas y representarlas en los días de fiesta. La joven nunca se había puesto hasta entonces a escribir versos, pero demostró poseer cualidades nada comunes para este quehacer. Ahí quedan las cincuenta y cuatro poesías y las ocho piezas de teatro que compuso y se han conservado. Cierto que no poseen un valor literario excepcional, pero le han servido para exponer, ante la comunidad, lo que piensa, y eso sí que es importante. Desgraciadamente, en la mayoría de los casos, no entendieron las oyentes lo que les quería decir.

      Al enviar algunas de sus poesías a un misionero le advierte que «al componerlas he atendido más