María Francisca Sierra Gómez

365 días con Jesús de Nazaret


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a su lado. Ante la lectura de este texto, satúrate de «misericordia» y de amor y aprende de las actitudes de Jesús, que te quiere con él.

      Gracias, Señor, por tener tanta misericordia conmigo y llamarme a pesar de verme tan poco digno de seguirte. Gracias por fijarte en mí. Gracias por tu misericordia. Que sepa seguirte con alegría y tenga fortaleza y seguridad para no volver nunca atrás. Madre del «sí», ayúdame a decir «sí» en lo que me pidas. Gracias por la «llamada» y los muchos avisos en mi historia.

       19 de febrero Exigencias de la llamada

      Realmente seguir, caminar, vivir al lado de Jesús implica mucho. Él es exigente, pero a la vez muy comprensivo en su seguimiento. Así nos lo demuestra con sus discípulos. «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Lc 9,58). Al primero le dice que con él no va a tener todas las comodidades que desea, a otro le exige que lo deje todo y a un tercero lo mismo: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios» (Lc 9,60). Jesús nos exige un seguimiento incondicional. Tendremos muchos obstáculos y dificultades, pero todo lo tenemos que vencer con alegría y fuerza.

      Cuando realmente decides seguir la vida con y como Jesús, te tienes que interrogar: ¿qué condiciones pongo al Señor? ¿Qué actitud tengo ante este seguimiento? ¿Sé dejar todo para seguirle incondicionalmente? Mira hacia delante. Renuncia a ti mismo para seguirle. Él te llama y te necesita para la misión. Para que no te cueste tanto la entrega, el mejor camino es que te abandones en sus manos bondadosas y que llenes tu corazón de su ardiente deseo de entregarse por la humanidad.

      A ti, Jesús, te repito que me des fuerza para entregarme. Quiero seguirte incondicionalmente, sin poner excusas. Por eso hoy te digo: «Señor, me entrego todo a ti, dispón de mí como tú quieras y para lo que tú quieras». Señor, que tenga el corazón abierto para seguirte y no negar tus llamadas.

       20 de febrero El vino nuevo de Jesús

      Jesús muestra un mensaje nuevo que debe recogerse en odres nuevos, como él nos dice: «Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; el vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan» (Mt 9,17). Por esto nos exige el cambio del hombre viejo al hombre nuevo, con espíritu nuevo que solo cabe en un manto nuevo y en unos odres nuevos. Esta es la novedad del espíritu de Jesús: la libertad de espíritu, la fuerza de comunicar, la alegría de vivir y la comunicación amorosa del mensaje del Reino.

      Con este texto se nos llama a la alegría, a no vivir con tristeza y dejadez la vida de Dios, a iluminar nuestra ruta con la antorcha de la fe y de la luz, con el empuje de su gracia. No puedes dar curso a la dejadez, a la apatía, a la tristeza, a la soledad y al cansancio. No. Jesús te ofrece una vida nueva donde reina la alegría de vivir. Considera en ese texto las palabras de Jesús, que quiere que vivas a su estilo con estos ejemplos: la del remiendo en paño nuevo y la del vino en los odres nuevos. Necesitas cambiar y ser paño nuevo y odres nuevos. Pregúntate: ¿qué clase de paño soy? ¿Qué clase de odre soy? ¿Cómo es el hombre que hay en mí, viejo o nuevo?

      A la luz de estos ejemplos, suplica a Jesús: Quiero ser persona que vive con un espíritu nuevo y joven, que acoge la luz de tu mensaje, que se llena de la alegría de tu mensaje, Señor. Hazme abierto al Espíritu, que no esté cerrado, opuesto a la novedad de tu mensaje. María, abre mi corazón para que reciba la vida de Dios.

       21 de febrero ¿Aún no tienes fe?

      Después de un día de faena, los discípulos están con Jesús en la barca. Ha sido un día muy intenso y Jesús está agotado, tanto que se queda dormido en la popa. De pronto, las olas amenazan con hundir la barca y los discípulos increpan a Jesús: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» (Mc 4,38). La reacción de Jesús no se hizo esperar: calma el viento y se hace una gran calma, pero le duele que estando él tengan miedo y duden, y les recrimina: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (Mc 4,40).

      Muchas veces tu vida está muy agitada y las olas de la turbación te invaden y amenazan hundirte. Tus temores te hacen perder la fe, sentirte solo, desconfiar de un Dios que te parece que vive dormido en el fondo de tu alma. Son los momentos de prueba, de soledad, de ver todo contradictorio, pero si en tu interior acudes a Dios, le gritas que te hundes, descubrirás que detrás de todo está el Señor salvándote, devolviéndote la calma. Él nunca te abandona, quiere probar tu fe. Él quiere que lo despiertes, que confíes en él. ¿Por qué desconfías? ¿Qué haces en los momentos duros? ¿A quién acudes? Contempla esta maravillosa escena y confía.

      Di a Jesús: Gracias, Señor, por fortificar mi fe, por no dejarme hundir en los momentos difíciles de mi vida. Gracias por estar siempre a mi lado. Aumenta, fortifica, llena mi vida de fe en ti, sabiendo con toda certeza que contigo superaré todas las dificultades de mi diario caminar. ¡Auméntame la fe! En ti pongo mi confianza y nunca seré confundido. Madre de la fe, infúndela en mi corazón con fuerza.

       22 de febrero El poder del mal

      Asistimos a un rechazo de Jesús ante el mal, ante el poder del demonio que se ha adueñado de un pobre hombre de la región de Gerasa. Desde los sepulcros salió un endemoniado a su encuentro (Mt 8,28).

      ¡Qué reacción tan pobre y temerosa la de estos ciudadanos que temen que la presencia de Jesús les traiga males mayores! Reflexionemos sobre esta escena. También nosotros podemos sufrir esta clase de mal que todo lo destruye. Pero no temamos nunca al maligno. Nunca echemos a Jesús de nuestro lado. Nunca tengamos una actitud de rechazo.

      Esta escena te lleva a pensar: ¿qué poderes del mal te dominan? ¡Cuántas veces tu falta de amor y tu falta de confianza han hecho que rechaces la intervención de Jesús, como estos gerasenos! Necesitas continuamente del Señor, no le rechaces. Sal de tus sepulcros y arrójate a sus pies para que te cure y haga salir todo el mal que te domina.

      No dejes de suplicarle con mucha fe: ¡Señor, no te alejes de mí! Te necesito porque sin ti me lleno del mal, pierdo la fe y la esperanza. Quédate conmigo. Que nunca desconfíe de ti y del maligno enemigo, defiéndeme. Dame la seguridad que necesito para experimentar que tú siempre me liberas. Madre del Perpetuo Socorro, no me abandones.

       23 de febrero «¿Quieres quedar sano?»

      Nos impresiona cómo descubre Jesús entre tanta multitud a un enfermo abandonado. Al verlo, sabiendo que ya llevaba mucho tiempo enfermo, le dice: «¿Quieres quedar sano?». El enfermo le contesta: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar» (Jn 5,5-8). Así es Jesús. Su mirada se fija en los más necesitados, en los que nadie quiere, en los más pobres.

      Las lecciones de este texto son sorprendentes y te hacen pensar en tantas veces que no echas una mano ni ayudas a quien está necesitado.

      Observa el deseo de Jesús de estar siempre atento a solucionar tus problemas. Admira la fe de ese hombre. Una vez curado, Jesús le advierte: «No vuelvas a pecar». Cuando te sientes curado, te obligas a cambiar de vida, a convertirte y a no echar en el olvido tus fracasos, para no volver a reincidir en ellos.

      Y ahora reflexiona: ¿sientes la necesidad de ser sanado por Jesús? ¿Qué haces ante el sufrimiento y las necesidades de los demás?

      Señor, siento necesidad de ti. Necesito vivir cerca de ti. Cuántas veces me dirijo a ti para decirte: «¡Señor, no tengo a nadie que me indique el camino del bien! ¡Cúrame! ¡Échame una mano para entrar en la piscina de tu amor!». Acudiré a ti de una manera especial ante mis enfermedades, que no me dejan avanzar. Madre de la Salud, ayúdame.

       24 de febrero Deseo de misericordia

      «Jesús atravesó en sábado un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas» (Mt 12,1). Una acción inocente de sus discípulos, como es comer espigas cuando tenían hambre, es mal vista y escandaliza a los fariseos, estrictos cumplidores de la ley. El espíritu y no la letra es lo que nos santifica y agrada a Dios. Jesús libera a su pueblo de la