Fernando Gonzáles

Santander


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es como la tinta china.

      Antioquia tiene hoy más de dos millones de habitantes, dentro y fuera, y ha pintado con su sangre casi todas las familias colombianas. Bogotá es nuestra ciudad más populosa. Y si tan ricos, tan activos y tan realistas, no hemos hablado aún los antioqueños del occidente colombiano, ¿cómo afirmar que Santander es el representativo, el héroe nacional?

      En mejores palabras expresó el Libertador esta misma idea. Refiriéndose a los letrados, que siempre han creído ser el pueblo colombiano, dice:

      “Esos señores piensan que la voluntad del pueblo es la opinión de ellos, sin saber que en Colombia el pueblo está en el ejército, porque realmente está y porque ha conquistado este pueblo de mano de los tiranos; porque además es el pueblo que quiere, el pueblo que obra y el pueblo que puede; todo lo demás es gente que vegeta con más o menos malignidad, o con más o menos patriotismo, pero todos sin ningún derecho a ser otra cosa que ciudadanos pasivos. Esta política, que ciertamente no es la de Rousseau, al fin será necesario desenvolverla para que no nos vuelvan a perder esos señores. Piensan esos caballeros que Colombia está cubierta de lanudos, arropados en las chimeneas de Bogotá, Tunja y Pamplona. No han echado sus miradas sobre los caribes del Orinoco, sobre los pastores del Apure, sobre los marineros de Maracaibo, sobre los bogas del Magdalena, sobre los bandidos del Patía, sobre los indómitos pastusos, sobre los guajibos de Casanare y sobre todas las hordas salvajes de África y de América que, como gamos, recorren las soledades de Colombia.

      ¿No le parece a usted, mi querido Santander, que esos legisladores, más ignorantes que malos, y más presuntuosos que ambiciosos, nos van a conducir a la anarquía, y después a la tiranía, y siempre a la ruina? Yo lo creo así y estoy cierto de ello. De suerte que si no son los que completan nuestro exterminio, serán los suaves filósofos de la legitimada Colombia” (carta de Bolívar a Santander.—Junio 13 de 1821).

      ¡Qué bello! Nos dice allí el Libertador que en Colombia no se había manifestado la voluntad popular, por incapacidad; que la única voluntad manifestada era la de su ejército y que en la Nueva Granada había un grupo de ideólogos, suaves filósofos, que iban a destruir su obra. Y esta profecía se la hace al rábula que valiéndose de ellos la iba a destruir, y a asesinarle moralmente.

      Pues bien: los mineros y usureros de Antioquia; los bogas del Magdalena; los indómitos pastusos y todas las hordas salvajes que vegetábamos cuando la guerra de independencia, estamos ya unificados racialmente, y ¡Santander no puede ser nuestro héroe!

      Queda explicado que ni los antioqueños, ni los caucanos y pastusos, ni los costeños del Atlántico, que hoy formamos la más prometedora nacionalidad de Suramérica, tuvimos parte o culpa en la formación de esta república clerical y masónica que celebra ahora, en mayo de 1940, el primer centenario de la muerte del general Santander. En nosotros comienza la Colombia futura.

      * * *

      Panorama suramericano de héroes nacionales: Perú es pueblo huérfano de héroe, pero en su política conquistadora se manifiesta el inca expansivo. Pueblo peligroso para sus vecinos. Otros le hicieron la emancipación.

      Chile tiene a nuestro padre O’Higgins. Dejémosle hasta que perezca la aristocracia viciosa de Santiago.

      En el desgraciado Ecuador el padre de la patria es Juan José Flores, venezolano, compadre de Santander, nacido en Puerto Cabello de ajuntamiento desconocido… El pueblo es indio. Si no despiertan y libertan al nativo, se los llevará el Perú.

      Venezuela, la noble Venezuela, tiene la ciudad santa y todas sus piedras son lugares sagrados; fue autora de la guerra de independencia suramericana. Podemos decir que está por encima de los héroes nacionales.

      Aspiramos a que este libro sea incitación a comprender cómo nacieron las repúblicas suramericanas. Las ciencias madres de la sociología proporcionan visión de los hombres y pueblos como fenómenos del devenir.

      * * *

      El sitial de Bolívar es olímpico. Le sentimos entre los dioses que vivifican el universo. De la guerra que le inició Santander y de donde surgieron estas repúblicas que perdieron el istmo de Panamá, deseamos mostrar cómo le hizo detener en su marcha al Río de la Plata y a la unificación del continente: le trajo a Bogotá, al frío lomo andino, y le formó pelea en el campo en que Santander era invencible: el de la pequeñez: elecciones, compadrazgos, congresos, libelos, suspicacias, intrigas… Fue como ágil hormiga en lucha con el león. ¿Cómo vencerlo? Yendo y viniendo, andando más allá, picándole los ijares… El león corre, desespera y muere precipitado: así fue como el Mayor Santander venció al Libertador.

      * * *

      A los aficionados a la filosofía nos está encomendada la obra de suministrar la visión amplia de que seamos capaces: incitar a la comprensión del fenómeno social. Nuestro problema de ahora es el de cómo nacen los héroes y qué significan, y desnudar a un ídolo falso que tuerce el camino de la juventud; cómo se desarrolla el drama humano, de dónde y para dónde, y aplicar esta visión a Santander.

      Porque pretendemos llenar una necesidad de estos pueblos que viven en la apariencia, en la múltiple apariencia, sin vuelo, amando y padeciendo pequeñeces, vida atómica, pasiones minúsculas. ¿Y no es la filosofía el ascender, según la capacidad, a las colinas más o menos altas, desde donde se abarcan en conjunto los fenómenos?

      Hemos trepado a cima desde la cual vemos a los actores suramericanos en sus puestos, apaciblemente, guiados en la acción por sus demonios interiores o fatalidad biológica. Esta nuestra colina es el problema del héroe nacional, planteado y resuelto aquí por primera vez.

      Nada nos importan panegíricos e insultos, que serán la contribución y tributo de los colombianos en este centenario. Queremos un libro de filosofía y una estatua viva: Historia.

      * * *

      ¿Qué es historia? La ciencia que de una sucesión de hechos sociales induce la energía que en ellos se manifiesta, y el futuro. Considera los hechos como índices de una voluntad. Es útil, por futurista; emocional, por adivina; estética, porque vivifica. Trabaja en las formas pasadas para prever las futuras.

      La historia aspira a visión en conjunto del drama. Para ella el mundo es voluntad y representación. Indaga inductivamente la voluntad social y augura la representación.

      No llamemos historia los veinticuatro tomos del Archivo Santander: son los documentos que dejó para cubrirse: monedero falso. Cartas, oficios, narraciones de campañas, monumentos, medallas y retratos, y la vida de sus hijos espirituales que le heredaron el gobierno, son apenas fenómenos para inducir, material indicador.

      Montón de imágenes de hechos: eso es lo que hay sobre esta mesa; por más que los lea y aprenda de memoria no dejarán de ser lo que son: índices; y mientras no logren, como dedos que señalan, incitarnos a ver lo que subyace, la vida, no tendremos la estatua animada del Mayor Santander.

      ¿Qué señalan esos índices, materiales para la historia? Señalan el por qué sucedieron. Y como la energía que en tales fenómenos emergió no se extingue, también nos señalan el futuro fenoménico.

      ¿Qué devenir urgía para que sucediera este hombre llamado Santander y qué porvenir nos revela acerca de la patria?

      ¡Ojalá podamos cumplir nuestro deber, tal como lo hemos expuesto!

      * * *

      En esto de biografías se han usado dos métodos hasta hoy: el narrativo y el filosófico. El primero saca su interés de los procedimientos del novelista; es muy exitoso: Ludwig. El segundo es más serio e intelectual: Zweig.

      Usaremos nuestro método, el emotivo: revivir la historia por el procedimiento de la autosugestión, según la técnica que expusimos en el tratado del conocimiento, que lleva por título Mi Simón Bolívar. La ventaja o inferioridad de este procedimiento sobre los que hasta hoy se han usado es asunto que dejamos al lector.