Gianluigi Pasquale

365 días con el Padre Pío


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le he hecho sufrir demasiado con mis miserias; de que le he hecho llorar demasiado con mi ingratitud; de que le he ofendido demasiado. No quiero a otros, sino sólo a Jesús; no deseo ninguna otra cosa (que es el mismo deseo de Jesús) que sus sufrimientos.

      (1 de febrero de 1913, al P. Agostino

      da San Marco in Lamis, Ep. I, 334)

      16 de febrero

      Anímate, porque tu sufrimiento es según Dios. Si la naturaleza se queja y reclama sus derechos, es porque esta es la condición del hombre que está en camino. Si, secreta o calladamente, experimenta el dolor de los sufrimientos y naturalmente quisiera huir de ellos, es porque el hombre fue creado para la felicidad y las cruces fueron una consecuencia del pecado. Mientras se está en este mundo, tendremos que sentir siempre la natural aversión a los sufrimientos. Es esta una cadena que nos acompañará por doquier.

      Ten la certeza de que, si con lo más alto del espíritu deseamos la cruz y al fin la abrazamos y nos sometemos a ella por amor a Dios, no por eso dejaremos de sentir en la parte interior el reclamo de la naturaleza que no quiere sufrir. En efecto, ¿quién amó más la cruz que el Maestro divino? Pues bien, también su humanidad santísima, en su agonía aceptada voluntariamente, pidió que el cáliz se alejara de él, si eso fuera posible.

      (13 de mayo de 1915, a

      Raffaelina Cerase, Ep. II, 417)

      17 de febrero

      Nuestra conversación continua sea siempre en el cielo o, al menos, en el costado de Jesús. Continúa, pues, gritando con el apóstol: «Yo llevo en mi espíritu y en mi cuerpo la cruz de nuestro Señor Jesucristo»; porque, en este momento, es el suspiro más coherente con lo que vive tu espíritu. O bien: «Estoy con Cristo espiritualmente clavado en la cruz», hasta que llegue el momento en el que tengas que exclamar: «En tus manos encomiendo mi espíritu».

      Sé, por desgracia, que tú querrías apresurar el momento de repetir esta última frase; pero, hijita mía, ¿puedes decir ya el «Todo está cumplido»? A ti, quizá, te parezca que sí; a mí me parece que no. Tu misión no está cumplida todavía; y más que de ser absorbida en Dios debes tener sed de la salvación de los hermanos: «Tengo sed».

      Es cierto que también allá arriba puede llevarse a cabo la obra de la mediación; pero, según el modo humano de entendernos, parece que los santos se preocupan más de las miserias de los demás cuando están en la tierra.

      (26 de abril de 1919, a

      Margherita Tresca, Ep. III, 219)

      18 de febrero

      Hijita mía, no temas nada en relación con tu espíritu. Todo es obra del Señor; y, por tanto, ¿de qué puedes tener miedo? Como consecuencia, déjale actuar, incluso cuando no sientas que debes dejarle actuar; es decir, acepta con resignación la voluntad de Dios, también cuando él no te permita una dulce resignación. Hijita mía, tú sufres y tienes motivos para quejarte. Laméntate, pues, y a gritos; pero no temas. La víctima de amor que busca la voluntad de Dios debe gritar que no puede más y que le es imposible resistir los caprichos del amado, que la quiere y la deja, y la deja mientras la quiere.

      Pide al Señor que me conceda lo que desde hace tiempo le estoy pidiendo con insistencia; pídele que me haga comprender con luz íntima y con claridad lo que la autoridad me dice; y, en premio, tú obtendrás la misma gracia. De tus sufrimientos deduce los míos, que son muy superiores a los tuyos; y aprende a ayudarme. Tú dices que me basta con que me lo aseguren; y a ti, ¿por qué no te es suficiente?

      (26 de abril de 1919, a

      Margherita Tresca, Ep. III, 219)

      19 de febrero

      Fortalécete con el sacramento eucarístico. En medio de tantas desolaciones no deje tu alma de cantar frecuentemente a Dios el himno de la adoración y de la alabanza. Vive siempre alejada de la corrupción de la Jerusalén carnal, de las asambleas profanas, de los espectáculos corruptos y corruptores, de todas esas sociedades de los impíos.

      Dispón tus labios, como hizo el divino Redentor, y sigue bebiendo con él las negras aguas del Cedrón, aceptando con piadosa resignación el sufrimiento y la penitencia. Atraviesa con Jesús este torrente, sufriendo con constancia y valentía los desprecios del mundo por amor a Jesús. Vive recogida, y toda tu vida quede escondida en Jesús y con Jesús en el huerto de Getsemaní, es decir, en el silencio de la meditación y de la oración. No te asusten ni la oscuridad de la noche de la humillación y de la soledad ni el aumento de las mortificaciones. Siempre adelante, adelante, Raffaelina; la amargura del torrente de la mortificación no te detenga. La persecución de los mundanos y de todos los que no viven del espíritu de Jesucristo no te aparten de seguir ese camino que han recorrido los santos. Corre siempre por la pendiente del monte de la santidad y no te desanime el sendero escabroso. Sigue caminando junto a Jesús, y si, siguiéndole a él, estás a salvo de todo, es también muy cierto que triunfarás, como siempre, en todo.

      (4 de agosto de 1915, a

      Raffaelina Cerase, Ep. II, 470)

      20 de febrero

      Jesús, el hombre de los dolores, querría que todos los cristianos le imitaran. Ahora bien, Jesús me ofreció este cáliz también a mí; y yo lo acepté; y he aquí por qué no me priva de él. Mi pobre sufrir no sirve para nada; pero Jesús se complace en él, porque lo amó tan intensamente aquí en la tierra. Por eso, en ciertos días especiales, en los que él sufrió más intensamente en esta tierra, me hace sentir el sufrimiento incluso con más fuerza.

      ¿No debería bastarme sólo esto para humillarme y para buscar vivir escondido a los ojos de los hombres, porque he sido hecho digno de sufrir con Jesús y como Jesús?

      ¡Ah!, padre mío, siento que mi ingratitud a la majestad de Dios es demasiado grande.

      (1 de febrero de 1913, al P. Agostino

      da San Marco in Lamis, Ep. I, 334)

      21 de febrero

      Medita el fiat de Jesús en el huerto; ¡cuánto le habría pesado para hacerle sudar y sudar sangre! Pronuncia tú también este fiat, tanto en las cosas prósperas como en las adversas; y no te inquietes ni te rompas la cabeza pensando en cómo lo pronuncias. Se sabe que en las cuestiones difíciles la naturaleza huye de la cruz, pero no por eso se puede decir que el alma no se ha sometido a la voluntad de Dios, cuando la vemos, a pesar de la fuerza que siente en contra, ponerla en práctica.

      ¿Quieres tener una prueba concreta de cómo la voluntad pronuncia su fiat? La virtud se conoce por su contrario. Puesta por el Señor en una prueba, sea esta difícil o sencilla, dime: ¿te sientes movida a rebelarte contra Dios? O, mejor, pongamos como ejemplo lo imposible: intentas rebelarte. O, dime, ¿no te horrorizas ante el simple hecho de oír estas frases blasfemas? Pues bien, entre el sí y el no, no existe, no puede darse, nada intermedio.

      Si tu voluntad huye de la rebelión, ten por seguro que está sometida, tácita o expresamente, a la voluntad de Dios y, en consecuencia, también ella pronuncia a su modo su fiat.

      (30 de enero de 1915, a

      Raffaelina Cerase, Ep. II, 321)

      22 de febrero

      San Pablo nos advierte que «los que son verdaderos cristianos han crucificado su carne con los vicios y las concupiscencias». De la enseñanza de este santo Apóstol se deduce que quien quiere ser verdadero cristiano, es decir, quien vive con el espíritu de Jesucristo, debe mortificar su carne, no por otra finalidad, sino por devoción a Jesús, quien por amor a nosotros quiso mortificar todos sus miembros en la cruz. Esa mortificación debe ser estable, firme, constante y que dure toda la vida. Más aún, el perfecto cristiano no debe contentarse con una mortificación rígida sólo en apariencia, sino que debe ser dolorosa.

      Así debe llevarse a cabo la mortificación de la carne, ya que el Apóstol, no sin motivo, la llama crucifixión. Pero alguien podría contradecirnos: ¿por qué tanto rigor contra la carne? Insensato, si reflexionaras atentamente en lo que dices, te darías