Gianluigi Pasquale

365 días con el Padre Pío


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acuerdo al testimonio de la misma sagrada escritura: «El rey [es decir, Dios] se prendará de tu belleza».

      (16 de noviembre de 1914, a

      Raffaelina Cerase, Ep. II, 226)

      28 de enero

      Hija mía, persuadámonos y resignémonos ante esta gran y terrible verdad: el amor propio no muere nunca antes que nosotros. Ciertamente nos duele tan triste verdad, que hemos heredado como castigo de la culpa original; pero es necesario resignarse y tener paciencia con nosotros mismos; y, en la paciencia, según la enseñanza divina, poseeremos nuestra alma. Posesión tanto más estable cuanto menos esté mezclada con inquietudes y problemas, también en lo que se refiere a nuestras imperfecciones.

      Los asaltos sensibles y las secretas actuaciones del amor propio se sentirán siempre mientras pisemos esta tierra. Para no ofender a Dios y no manchar el alma, basta que no demos nuestro consentimiento con voluntad deliberada. Esta virtud de la indiferencia es tan excelente que ni el hombre viejo, ni la parte sensible, ni la naturaleza humana con sus facultades naturales han sido capaces de conseguirla. Ni siquiera el mismo divino Maestro, como hijo de Adán, aunque exento de pecado, y a pesar de las apariencias, logró ser indiferente en su parte sensible y según sus facultades naturales; al contrario, deseó no morir en la cruz, porque tal indiferencia estaba reservada al fruto de la misma cruz; es decir, al espíritu, a la parte superior, a las facultades poseídas por la gracia.

      Por tanto, hijita mía, quédate tranquila. Cuando te suceda que quebrantas las exigencias de la indiferencia en cosas indiferentes, por súbitos impulsos del amor propio y de las pasiones, póstrate, en cuanto te sea posible, con tu corazón ante Dios y dile con confianza y humildad: «Señor, misericordia, porque soy una pobre enferma». Después, levántate en paz; y, con ánimo tranquilo y sereno y con santa indiferencia, prosigue tus actividades.

      (12 de febrero de 1917, a

      Maria Gargani, Ep. III, 266)

      29 de enero

      Ten esto siempre grabado en tu mente: que los hijos de Israel estuvieron durante cuarenta años en el desierto antes de llegar a la tierra prometida, si bien, para este viaje, habrían sido más que suficientes seis semanas. Pero no les fue permitido investigar por qué Dios los conducía por caminos tortuosos y ásperos; y todos aquellos que se rebelaron, murieron antes de llegar a ella. El mismo Moisés, que era gran amigo de Dios, murió en la frontera de la tierra prometida, y sólo la vio de lejos, sin poder gozarla. No te fijes mucho en el camino que pisas; ten los ojos siempre fijos en el que te guía y en la patria celeste hacia la que Él te conduce. ¿Por qué preocuparte sobre si será por los desiertos o por los campos que tú alcanzarás la meta, con tal de que Dios esté siempre contigo y tú llegues a la posesión de la bienaventurada eternidad? Créeme, mi buena hijita; desea también lo que me has manifestado; pero que todo lo hagas con calma; y sé paciente al esperar las misericordias del Señor.

      (6 de diciembre de 1917, a

       Antonietta Vona, Ep. III, 828)

      30 de enero

      Hijito mío, ¿por qué estás angustiado en tu espíritu? ¿Por qué te ves lleno de miserias y debilidades? Pues bien, he ahí otro motivo para conseguir un beneficio para tu alma. He ahí otra fuente de mérito para ti. Humíllate delante del buen Dios; pídele continuamente la gracia de salir de este estado de enfermedad y de debilidades; deséalo ardientemente; y no dejes de hacer lo que sabes que puedes hacer para poder curarte.

      Mientras tanto, si quieres ser perfecto, sé paciente al soportar tus imperfecciones. Este es un punto importante para el alma que ha profesado buscar la perfección. «En vuestra paciencia –dice el divino Maestro– poseeréis vuestra alma». En consecuencia, sé paciente al soportarte a ti mismo y tus propias enfermedades; y, mientras tanto, ingéniate para poner en práctica los medios que tú conoces, y que has aprendido de mí y de los demás. Tus miserias y debilidades no te deben espantar, porque Jesús las ha visto en ti bastante peores, y no por eso te rechazó. Y mucho menos te rechazará ahora que tú intentas por todos los medios poder curarte. La divina misericordia nunca ha rechazado a esta clase de miserables; al contrario, les concede su gracia, poniendo el trono de su gloria sobre su ambición y vileza.

      (30 de enero de 1919, a

      fray Marcellino Diconsole, Ep. IV, 396)

      31 de enero

      Te he dicho muchas veces que, en la vida espiritual, es necesario caminar de buena fe, sin prejuicios y sin soberbias. Haz de este modo: aplícate, en la medida en que lo permitan tu capacidad y tu debilidad, a querer hacer siempre el bien. Si lo consigues, alaba y da gracias al Señor por ello; si, a pesar de toda tu atención y buena voluntad, no consigues hacerlo totalmente o en parte, humíllate profundamente ante Dios, pero sin desanimarte; proponte estar más atento en el futuro, pide el auxilio divino, y continúa adelante.

      Sé bien que tú no quieres hacer el mal intencionadamente. Y los otros males que el Señor permite y que tú cometes sin que lo desees, que te sirvan para humillarte, para mantenerte lejos de la vanagloria. Por tanto, no temas y no te angusties en adelante por las dudas de tu conciencia; porque sabes bien que, después de esforzarte y de hacer cuanto está en tus manos, no hay motivo para temer y angustiarse.

      (30 de enero de 1919, a

      fray Marcellino Diconsole, Ep. IV, 396)

      Febrero

      1 de febrero

      Humíllate siempre ante la piedad de nuestro Dios y ofrécele siempre la acción de gracias por todos los favores que te ha concedido, y esta será la mejor de las disposiciones para recibir los nuevos favores que el Padre celestial, en los abismos de su amor por ti, te va a conceder. En buena lógica, no merece nuevas gracias el que no responde a las que ha recibido con el agradecimiento y la constante acción de gracias, sin cansarse nunca. Sí, confía en Dios y agradece siempre todo, y de este modo desafiarás y vencerás todas las iras del infierno.

      (20 de abril de 1915, a

      Raffaelina Cerase, Ep. II, 403)

      2 de febrero

      El cuadro de la vida, si está formado por representaciones de las culpas cometidas, es equivocado y, como consecuencia, viene del demonio. Tú eres amada por Jesús; y Jesús ya ha perdonado tus culpas; y, por tanto, ya no puede haber lugar para el abatimiento del espíritu. El querer persuadirte de lo contrario es una verdadera pérdida de tiempo, es una ofensa que se hace al Corazón de nuestro tiernísimo Amante. Si, por el contrario, el cuadro de la vida es la representación de lo que podrías o pudiste ser, entonces viene de Dios.

      El deseo de estar en la paz del claustro es santo, pero es necesario moderarlo. Es mejor hacer la voluntad de Dios, esperando todavía un poco más fuera del sagrado recinto para no faltar a la caridad, que gozar de la fresca sombra del sagrado claustro. Sufrir y no morir era el dicho de santa Teresa; y el de san Francisco de Sales: «Vivir para sufrir siempre». Es dulce el purgatorio cuando se sufre por amor a Dios.

      (26 de agosto de 1916, a

      Maria Gargani, Ep. II, 236)

      3 de febrero

      Las pruebas por las que sientes traspasada el alma ten por cierto que son señales del amor divino y alhajas para el alma. Todo lo que sucede en ti es obra de Jesús; y debes creer que es así. A ti no te toca juzgar la obra del Señor; pero sí debes someterte humildemente a esas divinas actuaciones. Deja plena libertad a la gracia que actúa en ti; y recuerda que nunca debes inquietarte ante las situaciones adversas que te puedan sobrevenir, con el convencimiento de que hacerlo sería un impedimento a la acción del Espíritu divino.

      Por eso, en cuanto sientas que algún sentimiento de inquietud se va suscitando en ti, recurre a Dios y abandónate en Él con total y filial confianza; porque está escrito que quien confía en Él, no quedará nunca defraudado. Valentía siempre, y siempre adelante. Pasará el invierno y vendrá la interminable primavera, tanto más rica de bellezas cuanto más duras fueron las tempestades.

      La aridez de espíritu,