Francisco Alberto Cantú Quintanilla

Ciudadanos de las dos ciudades


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de todos los seres creados. La familia es el lugar de la formación integral, donde se desenvuelven los distintos aspectos, íntimamente relacionados entre sí, de la maduración personal”.[6]

      A la virgen del Carmen le pido que nos conceda a todos la gracia de descansar bien este verano, combinando armónicamente la convivencia familiar, el ejercicio físico, el enriquecimiento cultural y, sobre todo, la contemplación espiritual.

      Que Dios los bendiga.

      Santa Fe, Ciudad de México, julio de 2015

      [1] San Josemaría, Surco, núm. 514.

      [2] Marcos 6, 30-31.

      [3] Marcos 20, 12.

      [4] Marcos 11, 28.

      [5] San Agustín, Sermón 241, 2, citado en el Catecismo de la Iglesia católica, núm. 32.

      [6] Papa Francisco, Alabado seas, núm. 213.

      Septiembre, mes de la patria

      Un aspecto de la caridad

      El mes de septiembre anuncia la llegada del otoño. En nuestro medio aumentan las lluvias, baja un poco la temperatura, algunos árboles cambian de follaje y, una nota muy mexicana, por todas partes –en los automóviles, en las fachadas de las casas, en los edificios públicos– aparecen banderitas tricolores.

      Y es que, en efecto, para nosotros este mes es el de la patria. Con el aniversario de nuestra independencia nacional, celebramos gozosa y un tanto ruidosamente nuestra mexicanidad. Pienso que los mexicanos, de una forma u otra, experimentamos, en particular en estos días, una compleja amalgama de sentimientos que tienen como fondo un noble y sincero amor por la tierra que nos vio nacer. Apreciamos, con una nueva luz, nuestras tradiciones y cultura, nuestra música y cocina, y tantas cosas más.

      El ejemplo de los primeros cristianos

      Emociona constatar en la célebre Epístola a Diogneto, a propósito de aquellos discípulos de finales del siglo ii, que “habitan en su patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria, tierra extraña”. Vivían, pues, una doble nacionalidad: pertenecían a la ciudad celestial, pero sin apartarse de la ciudad terrena. Estaban en medio del mundo, cumpliendo sus deberes, amando intensamente a su patria sea cual fuere, pero a la vez con la mirada clavada en el cielo.

      San Josemaría, desde muy joven insistía también en que

      Hagamos nosotros lo mismo. Aprovechemos estos días para fomentar el amor a México (o, si se fuera extranjero, a la propia patria) con un corazón universal. Con auténtico patriotismo, pero sin esas exageraciones nacionalistas que tanto daño han hecho y siguen haciendo a la sociedad. Procuremos, también, ir un poco más allá de la mera celebración externa y folclórica. Revisemos, por ejemplo, además del antes mencionado deber de respeto y obediencia a las autoridades, si estamos cumpliendo con las exigencias patrióticas que nos pide nuestra vocación cristiana. Si, por ejemplo, trabajamos honesta y cabalmente, si atendemos con delicadeza nuestros deberes familiares, si pagamos los impuestos que en justicia nos corresponden, si prestamos algún servicio social o profesional. Y un punto particularmente importante y delicado: si amamos con radicalidad la verdad en todas sus manifestaciones. Porque debemos estar persuadidos de que, sin verdad en nuestras vidas, abrimos espacios a la corrupción y a la injusticia. Esa terrible corrupción pública y privada que nos está ahogando tiene su última raíz en la mentira.

      Santa Fe, Ciudad de México, septiembre de 2015

      [1] Lucas 13, 34.

      [2] Romanos 13, 7.

      [3] Catecismo de la Iglesia, núm. 2239.

      [4] San Josemaría, Camino, núm. 525.

      [5] San Josemaría, Surco, núm. 302.

      Príncipe de la paz

      “Mi paz les doy”

      El papa Francisco nos lo recuerda tenazmente: