Francisco Alberto Cantú Quintanilla

Ciudadanos de las dos ciudades


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querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres”.[4] En definitiva, una paz que no surja como fruto del desarrollo integral de todos, tampoco tendrá futuro y siempre será semilla de nuevos conflictos y de variadas formas de violencia.[5]

      Siendo esto así de claro, nos causa una gran pena constatar que este precioso bien –la paz– tan delicado y frágil, sea constantemente roto por los hombres. ¡Qué frustración e impotencia nos provoca, un día y otro, la dramática violencia que impera en amplias regiones de nuestro país! Al contemplar tanto sufrimiento nuestra sensibilidad cristiana no puede permanecer indiferente. y es lógico que nos preguntemos: y yo, ¿qué puedo hacer? ¿Qué puedo aportar para mejorar aunque sea un poco este terrible panorama? ¿Cómo conseguir que la riqueza de la paz de Cristo no quede arrinconada en el cofre de nuestras almas, sino que sea compartida y multiplicada en la vida de otras personas?

      Tres propuestas

      Que la Virgen Santísima, Reina de la paz, nos ayude a difundir con obras y de verdad la paz de Cristo. En las próximas fiestas y siempre.

      Santa Fe, Ciudad de México, noviembre de 2015

      [1] Isaías 9, 5.

      [2] Lucas 2, 14.

      [3] Juan 14, 27.

      [4] Pablo VI, Populorum Progressio, núm. 76.

      [5] Francisco, Evangelii gaudium, núm. 219.

      [6] San Josemaría, Es Cristo que pasa, núm. 30.

      [7] Ibidem, núm. 181.

      [8] Ibidem, núm. 182.

      Pedro entre nosotros

      Una grata noticia

      El pasado 12 de diciembre, al habitual gozo de festejar a nuestra madre de Guadalupe, se añadió la alegría de saber que el papa Francisco quiso celebrar en esa fecha una misa en la basílica de San Pedro, en Roma, en la que aludió detenidamente a su próximo viaje a nuestra tierra. Apenas iniciado el Año Santo de la Misericordia, el romano pontífice aprovechó la ocasión para poner en las manos de la virgen morena los frutos de su viaje y, de alguna manera, de todo el Jubileo que tenemos por delante.

      En un momento de su intervención dijo:

      Que la dulzura de su mirada [de la Guadalupana] nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios. A ella le pedimos que este año jubilar sea una siembra de amor misericordioso en el corazón de las personas, las familias y las naciones. Que nos convirtamos en misericordiosos, y que las comunidades cristianas sepan ser oasis y fuentes de misericordia, testigos de una caridad que no admite exclusiones.

      Es una clara llamada a agrandar el corazón, a revisar si no habrá en nosotros mismos algún viejo resentimiento que convenga arrancar en este año nuevo que estamos comenzando. Luego añadió para alegría de todos nosotros: “Para pedirle esto, de una manera fuerte, viajaré a venerarla en su santuario el próximo 13 de febrero. Allí pediré esto para toda América, de la cual es especialmente Madre”.

      La “sombra” de Pedro