sobre Tocqueville que se ocupan de su vida o de algún aspecto, temático, metodológico o estilístico de su producción, varios de los cuales son mencionados en los siguientes capítulos porque nutrieron nuestra reflexión.3 El motivo por el cual Alexis de Tocqueville es uno de los personajes centrales y está en el título del libro es más específico pero, no por ello, menos ambicioso. Tocqueville propone un modelo de Ciencia Política revolucionaria como el tiempo que le tocó vivir: el reino de la igualdad de condiciones. Sin embargo, esa revolución trasciende su tiempo, porque su manera de analizar la política, con un enfoque que combina lo estructural con lo subjetivo, que entiende a las instituciones como prácticas sociales, que se sirve de la historia, política, conceptual e intelectual, está mucho más próximo a los abordajes hermenéuticos con los que hoy se hace Ciencia Política que el paradigma politológico que terminó siendo hegemónico a fines del siglo XIX y principios del siglo XX: el positivismo o conductismo.4 En tal sentido, Tocqueville fue más que un pionero, fue un adelantado, que supo advertir que una Ciencia Política empírica que se precie de tal necesitaba de conceptos y de imaginación teórica. Y, fundamentando nuestro argumento en su autoridad legítima, podemos afirmar que la división entre Ciencia Política, por un lado, y Teoría Política, por el otro, es un error epistemológico detectado mucho antes que la filosofía de la ciencias se ocupara de los estudios políticos.
¿Por qué Tocqueville? Porque aquí, en los confines del mundo, en el extremo Sur del continente americano, cuando el acceso a las comunicaciones y las novedades literarias era más veloz que en los siglos anteriores pero tenía un ritmo lento para los estándares contemporáneos, un grupo de sudamericanos quiso pensar y cambiar su propio mundo político, nutriéndose de las enseñanzas del autor de La Democracia en América. Y casi dos siglos después de ese momento, en la segunda década del siglo XXI, Tocqueville sigue diciéndonos mucho sobre la fenomenología de las sociedades democráticas modernas, sobre sus contradicciones internas, sus potencialidades, sus promesas incumplidas y sus sueños posibles. Su actualidad no radica exclusivamente en los temas que aborda, o en su estilo muy democrático, ya que es accesible e interesante tanto para especialistas como para legos. Alexis de Tocqueville es nuestro contemporáneo porque entiende a la Ciencia Política como una empresa intelectual que es a la vez científica y filosófica, que tiene una finalidad en sí misma pero también un objetivo programático: mejorar la política por venir.
2. La Generación de 1837 y la cultura política argentina
La Generación de 1837 es mi obsesión personal, pero también lo ha sido para la cultura política argentina. Y así queda demostrado por los casi incontables textos que desde diferentes abordajes disciplinares, como la historia de las ideas, la historia política, la filosofía, la sociología, o géneros, la biografía intelectual, los ensayos, los artículos académicos, las notas periodísticas, se han ocupado individual o colectivamente de sus figuras representativas. Por tal motivo, en el primer capítulo de este libro se presenta una semblanza de algunas de las referencias bibliográficas básicas sobre la Generación de 1837 que ponen el énfasis en la sociabilidad generacional y los usos e invenciones de conceptos políticos.
Este grupo de intelectuales y políticos se propuso comprender por qué, tras la revolución de mayo de 1810, la nueva sociabilidad democrática no podía organizarse bajo una forma política estable fundada en los supuestos del gobierno representativo. Y quienes los sucedieron, tanto en el campo político como intelectual, siguen apelando a la Generación de 1837 cada vez que no entienden por qué la política argentina se revela ante todos aquellos que pretenden domesticar con la violencia represiva o la rigidez institucional, su conflictividad, su plebeyismo, su individualismo, su rebeldía, en otras palabras, su manera singular de combinar libertad e igualdad.
Los miembros de la Generación de 18375 se plantearon interrogantes que aún hoy, a más de doscientos años de sus respectivos nacimientos, nos interpelan: ¿por qué la democracia argentina se resiste a la institucionalización?, ¿puede convivir la república con el poder personal?, ¿hay libertades superiores a otras?, ¿cuáles son los límites de la ciudadanía política?, ¿podemos crear una filosofía política nacional?, ¿hay héroes que no sean de guerra?, ¿la patria es lo mismo que la nación?, ¿se puede educar al soberano?, entre tantas otras.
La Generación de 1837 fue muy buena haciendo preguntas pero no pudo responder ninguna de ellas tan definitivamente como hubiera querido. De hecho, los autoproclamados representantes de la Joven Argentina no pudieron resolver el enigma que los obsesionó desde sus años juveniles: Juan Manuel de Rosas (1793-1877). ¿Por qué alguien que no había sido un héroe revolucionario, ni era de origen popular, ni tenía pretensión de educar a las masas se transformó en la figura política más relevante de su tiempo? Tampoco pudieron eludir las trampas que aquejan a quienes creen que pueden dominar las pasiones sociales desde el control de un saber que los hace sentir superiores. Y, cuando tuvieron responsabilidades políticas, ya que la mayoría de ellos tuvieron cargos importantes como presidentes, ministros, diputados, constituyentes, senadores, embajadores, cometieron bastantes errores. Fueron tan injustos, arbitrarios, violentos e inmorales como los actores políticos que los precedieron y a los que habían juzgado tan severamente: los hombres de mayo de 1810, los rivadavianos de la década de 1820, unitarios, federales del período de las guerras civiles que se dieron durante tres de las primeras cinco décadas del siglo XIX. A fines de la década de 1830, estos hombres, con poco menos de treinta años, creían que venían a salvar a la política argentina de sus rencillas internas y que, gracias a ellos, se iba lograr la tan mentada unidad nacional. Sin embargo, a lo largo de sus trayectorias, se la pasaron peleando entre sí. En algunos momentos tuvieron diferencias políticas sustanciales respecto de la unidad nacional, la relación entre la Iglesia y el Estado, los alcances y limitaciones de la ciudadanía política y los sentidos del republicanismo y el liberalismo como tradiciones políticas. Pero, la mayoría de las veces, el motivo de disputa fue por cuestiones personales, que van desde la incompatibilidad de caracteres hasta la envidia o el recelo por el mucho o poco reconocimiento de sus pares.
A pesar de estos vaivenes, a lo largo de su historia, la Generación de 1837 tuvo un credo común. Estaban convencidos que la democracia como estado social era el fenómeno político más importante generado por las revoluciones políticas modernas, esas que hoy llamamos atlánticas y que incluyen, aunque los europeos y estadounidenses no se terminen de convencer, las insurrecciones que promovieron la independencia política de los territorios situados al sur del Río Bravo. Pero el dogma tocquevilliano de la Generación de 1837 no se limitaba a un interés temático común: sus miembros querían legar a la posteridad un análisis de la democracia en el Plata que se sirviera de las herramientas heurísticas empleadas en La Democracia en América. Y lo más interesante fue que ese malogrado sueño juvenil, ya que el tantas veces prometido libro La Democracia en Plata, nunca fue publicado, terminó plasmando una obra colectiva, plural, contradictoria, e igualmente inconclusa, que muestra, a quienes quieran y sepan ver más allá de los prejuicios políticos, disciplinares y epistemológicos, cómo hacer Ciencia Política a la manera de Alexis de Tocqueville en la Argentina.
3. El fin del mundo, nuestro centro del mundo
El fin del mundo para otros, el extremo sur del continente americano, que hace pensar a los habitantes de otras latitudes en inmensas soledades, desolación y fuerza natural, es el centro del mundo para quienes nos dedicamos a descifrar la realidad política y social argentina. La decisión de poner la expresión fin del mundo parece responder a un prejuicio eurocéntrico que terminó siendo internalizado por la autora de estas líneas, que no está exenta del colonialismo cultural que también afectó a la Generación de 1837. Pero también tiene una motivación más poética: tratar de mirar el mundo como lo miraban los personajes que pueblan estas páginas. No sé por qué, pero cada vez que pienso en los modos en que Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi, Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López, Félix Frías, Juan María Gutiérrez y Esteban Echeverría, por sólo citar a los miembros de la generación de 1837 más mencionados en los capítulos que siguen, leyeron a Alexis de Tocqueville viene a mi mente el faro del fin del mundo tal y como lo describió en su libro homónimo el escritor francés Julio Verne (1828-1905). Se trata de un claro anacronismo, ya que