como individuos singulares, que participan de espacios más o menos formalizados institucionalmente como asociaciones o sociedades y que se relacionan entre sí a través de vínculos afectivos, a veces más emotivamente arraigados a veces pragmáticos o utilitarios que permiten acceder a determinadas jerarquías del orden social. Al ser una sociabilidad política e intelectual, la Generación de 1837 interviene en el proceso construcción de la sociedad argentina moderna, requisito indispensable para la realización de su propio proyecto de nación, que tiene en la concepción tocquevilliana de democracia como estado social un axioma político fundamental. Por ello, de aquí en adelante la Teoría Política, construida con elementos de filosofía política, la historia del pensamiento político, la sociología política y la semántica conceptual, tomará la palabra.
A pesar de las diferencias políticas, culturales y hasta personales entre los miembros de la Generación de 1837, hay una notable convergencia que los mantuvo unidos a lo largo de los años: la concepción de la democracia como estado social. Esta interpretación de la democracia moderna más como forma de sociedad que como régimen político está inspirada en sus lecturas juveniles y sus relecturas maduras del primer tomo de La Democracia en América de Alexis de Tocqueville publicado el 21 de enero de 1835. En la introducción se afirma que el desarrollo gradual de la igualdad de condiciones es un hecho de la providencia, universal, durable y que los seres humanos no pueden controlar: va a suceder lo querramos o no (Tocqueville, 1961 I: 4).
Un testimonio clave de la consciencia que tenía la Generación de 1837 de esta afinidad con la interpretación tocquevilliana de la democracia moderna se encuentra encuentra en el Dogma Socialista (Echeverría, 1940: 199), documento fundacional de la Generación de 1837: “que el desenvolvimiento gradual de la igualdad de clases, es ley de la Providencia, pues reviste sus principales caracteres; es universal, es durable, se substrae de día en día al poder humano y todos los acontecimientos, todos los hombres conspiran sin saber á [sic] extenderla y afianzarla”. Esta cita no precisa, como era común en la época, ni la página ni el libro del que fue extraída pero sí menciona a su autor, Tocqueville. Y está colocada en el comienzo de la palabra simbólica titulada “Organización de la patria sobre la base democrática”. La ruptura con el orden colonial implicó, por un lado, la guerra, y, por el otro, una democratización de las relaciones sociales que no tuvo correlato en la conformación de un orden político estable e institucionalizado hasta la sanción de la Constitución de 1853. Incluso entre ese año y la incorporación de Buenos Aires a la República Argentina en 1860 no hubo una única unidad política.
En 1840, dos años después del Juramento del credo que incluía esta palabra simbólica, Juan Bautista Alberdi publicó en Montevideo un fragmento del primer tomo De la Democratie en Amérique traducido en español con el objetivo de justificar, a partir de los argumentos culturalistas de Tocqueville, por qué el liberalismo constitucional era imposible en el Río de la Plata (Myers, 2004: 171).
En octubre de 1846, meses después de la publicación de la Ojeada Retrospectiva que Esteban Echeverría agrega al Dogma, el poeta confiesa a Juan María Gutiérrez y a Juan Bautista Alberdi que está escribiendo una obra que lleva por título La democracia en el Plata (Echeverría, 1940: 437). Este texto quedó interrumpido con la muerte de Echeverría en 1851, pero da cuenta que los otros miembros de la Generación de 1837 estaban dispuestos a cumplir con la tarea de analizar la sociabilidad de las repúblicas sudamericanas y su impacto en la revolución democrática desencadenada por los procesos de emancipación política de la década de 1810-1820.
Muchos años después, en 1887, Bartolomé Mitre, cuando ya había sido presidente (1862-68) y había roto su vínculo político-personal con muchos de sus amigos de las década de 1840-50, publica su Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana, donde el héroe es un epifenómeno de una revolución democrática que lo trasciende y encuentra en él la figura representativa de la pasión de un pueblo por la igualdad:
El argumento de este libro es la historia de un libertador en sus enlaces y relaciones con la emancipación de las colonias hispanoamericanas que completa el trilogio de los grandes libertadores republicanos del mundo: Washington, la más elevada potencia de la democracia genial, Bolívar y San Martín (…). Abrazando el movimiento colectivo, orgánico y multiforme en su acción compleja y en diferentes teatros, es el advenimiento de un nuevo mundo republicano sin precedentes, que fluye de fuente nativa, con la originalidad de sus antecedentes espontáneos, destacándose las agrupaciones políticas de la gran masa con su autonomía y su integridad territorial, y también con sus vicios ingénitos. (Mitre, 1963: 7-8)
Domingo Faustino Sarmiento tuvo un coup de foudre con Tocqueville cuando se juntaba con sus amigos Manuel Quiroga Rosas y Antonino Aberastain en la filial sanjuanina de la Asociación de Mayo que en Buenos Aires habían fundado Alberdi, Echeverría, Gutiérrez y Félix Frías, entre otros. De ese enamoramiento y de cómo impactó en uno de los textos fundacionales de la literatura y la sociología política argentinas, Facundo, se ocupa el capítulo siguiente.
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