candidatos encabezada por Mussolini en la que casi todos sus integrantes eran presentados como veteranos. De este modo, los fascistas buscaban representar a aquellos que habían querido la guerra y además habían combatido en ella.
Más allá de un vago programa que perseguía una renovación de las élites políticas, la postura política real de los grupos de veteranos varió ostensiblemente en función de la región y de sus alianzas electorales. Los símbolos elegidos para representarse e identificar sus candidaturas electorales pusieron de manifiesto una cierta diversidad. Muchos adoptaron el casco como emblema electoral, siendo el icono que identificaría mayoritariamente a los veteranos también en las elecciones posteriores de 1921. En este sentido, el casco reflejaba una percepción esencialmente defensiva del papel político de los soldados.185 Por el contrario, otras candidaturas de excombatientes en las áreas del sur eligieron la imagen de una escalera de mano como representación simbólica de sus aspiraciones de ascenso social. Por su parte, los fascistas escogieron como símbolo identificativo el fascio romano, ampliamente enraizado en la tradición intervencionista, aunque también una candidatura excombatiente lo empleó: la de los miembros de la ANRZO en Turín. Sea como fuere, para cuando se celebraron las elecciones existía una clara oposición simbólica entre los veteranos y la izquierda. Las candidaturas de los socialistas estaban marcadas por el símbolo de la hoz y el martillo y, a diferencia de los excombatientes, su propaganda se esforzaba por dar voz a las víctimas de la guerra, a las viudas, los huérfanos y a todos aquellos que habían perdido a alguien en el conflicto.
Los resultados electorales decepcionaron grandemente a veteranos, fascistas e intervencionistas. Los combattenti habían albergado la esperanza de que su autoridad moral sobre la nación se viera recompensada con votos, pero sus candidaturas obtuvieron unos resultados muy pobres en casi toda Italia. Los dos claros ganadores de las elecciones fueron los socialistas –que obtuvieron 156 escaños– y los popolari católicos. El grupo parlamentario de veteranos promovido por la ANC, una plataforma heterogénea sin una dirección política definida, consiguió tan solo 232.923 votos (un 4,1 % del total), lo que se tradujo en veinte escaños en el parlamento.186 De hecho, los resultados cosechados por los fascistas fueron incluso peores. Este panorama contrastaba con la victoria electoral obtenida por el Bloque Nacional conservador en Francia, en cuyo parlamento, la presencia de un 44 % de veteranos de guerra entre sus miembros llevó a bautizar la cámara como Chambre bleu horizon, dado el color azulado de los uniformes militares franceses. En contraste, solo el 27,97 % de los integrantes de la italiana Camera dei Deputati eran antiguos combatientes, siendo irónicamente el PSI el grupo con un mayor porcentaje de veteranos entre sus diputados (un 47,4 %), aunque este no haciese hincapié alguno en esa condición de sus miembros.187 Para empeorar aún más las cosas, resultaba evidente que la mayoría de los veteranos italianos, incluso miembros de la ANC, habían votado por opciones antimilitaristas y revolucionarias. A pesar de estas realidades, mucha gente en Italia entendió el resultado electoral como una victoria del pacifismo socialista frente a los excombatientes, quienes ahora los medios representaron como individuos resentidos y derrotados (figura 1.1). De hecho, en algunos periódicos excombatientes los resultados fueron descritos como un nuevo «ensayo general para la revolución bolchevique».188
Tras las elecciones, los fascistas quedaron en una situación crítica, pero el símbolo del excombatiente había terminado por consolidar un significado antisocialista más amplio. El mismo día en que comenzaba su andadura un nuevo parlamento, una manifestación en Roma protagonizada por oficiales monárquicos degeneró en enfrentamientos directos con grupos de socialistas en los que los manifestantes «patrióticos» agredieron al menos a un parlamentario de izquierdas. Furiosos, los socialistas convocaron inmediatamente una huelga general, lo que provocó que en muchas ciudades como Roma, Milán, Turín, Florencia, Bolonia o Mantua los huelguistas atacasen violentamente a oficiales en uniforme.189 Esta virulenta reacción evidenció el amplio apoyo del que gozaban los socialistas, pero las noticias de agresiones contra oficiales espolearon las ansiedades de la burguesía y sus odios hacia la izquierda, contribuyendo a expandir el mito del «veterano ultrajado». Mientras, los líderes fascistas fueron arrestados bajo acusación de alterar el orden público. La confluencia de todos estos eventos nutrió la idea de que mientras que los auténticos «veteranos» –elocuentemente simbolizados como arditi– eran enviados a prisión, eran los desertores quienes entraban en el Parlamento (figura 1.2).190 Aunque los veteranos nacionalistas y los fascistas tuvieron que someterse a las inmediatas consecuencias de su debacle electoral, lo cierto es que habían obtenido una victoria crucial: el poderoso símbolo de los excombatientes había quedado vinculado a ellos en tanto que individuos y grupos esencialmente opuestos a la izquierda.
Fig. 1.1. «¡Así que soy yo el derrotado!». En los carteles que portan los socialistas se lee: «¡Viva Lenin!», «El que no trabaje que no coma», «¡Viva la huelga!», «¡Viva la derrota!», «¡Abajo la guerra!». I Combattenti, 6 de diciembre de 1919 (del diario ilustrado Pasquino). (Imagen cortesía del Ministero dei beni e delle attività culturali e del turismo, Biblioteca Nazionale Centrale di Firenze. Prohibida toda reproducción).
Fig. 1.2. «Contrastes» «Los desertores a Montecitorio… y los veteranos al furgón policial», I Combattenti, 21 de diciembre de 1919 (del diario ilustrado Pasquino). (Imagen cortesía del Ministero dei beni e delle attività culturali e del turismo, Biblioteca Nazionale Centrale di Firenze. Prohibida toda reproducción).
Por su parte, los socialistas, bien conscientes del apoyo que habían obtenido por parte de muchos excombatientes, se mostraban encantados y confiados en que tenían la revolución a su alcance. En octubre, el Partido Socialista había confirmado su orientación maximalista con el propósito de establecer una dictadura del proletariado. No en vano, incluso habían barajado la posibilidad de emplear la violencia contra la burguesía. Su objetivo ahora era hacerse con el control de los concejos locales (comuni) a través de las elecciones administrativas de 1920, un proceso en el que tanto los veteranos como las víctimas de guerra debían jugar un papel estratégico fundamental.191 En este sentido, y aunque los socialistas carecían de un programa coherente destinado a la creación de un «ejército rojo»,192 algunos de ellos atribuían a los veteranos una misión revolucionaria.193 La Liga Proletaria sería la encargada de organizarlos. Significativamente, la pretendida naturaleza revolucionaria de esta organización se hace evidente si se observa el título de su órgano periodístico, Spartacus, un nombre que no solo hacía referencia a la facción de los comunistas alemanes, sino que también aludía a aquel esclavo del siglo I d. C. que, tras ser forzado a luchar como gladiador, había roto sus cadenas para encabezar una rebelión contra sus amos. Este símbolo emancipatorio figuraba en la portada del periódico y reflejaba la interpretación socialista de la experiencia bélica de los soldados (figura 1.3).
Aun así, ese paralelismo con el proletario italiano nunca llegó a materializarse o a ponerse en práctica. De hecho, las actividades de la Liga Proletaria durante el año 1920 no tuvieron ningún carácter revolucionario, a lo que habría que sumar las divisiones internas surgidas entre comunistas y socialistas que debilitaron a la organización, sobre todo tras 1921. Y lo cierto es que la derecha política y los nacionalistas habían