espíritu unificado.120 Por fin, el 15 de abril, tras una sucesión de huelgas y manifestaciones similares acaecidas en Milán, los arditi fascistas asaltaron y destruyeron la oficina del diario socialista Avanti!. El uso de armas de fuego y cuchillos en estos enfrentamientos dejó un saldo de cuatro muertos, unos hechos considerados por los historiadores como el primer caso de violencia squadrista.121 La destrucción de las oficinas de Avanti! tendría consecuencias todavía más funestas, ya que se vio sucedida por una serie de violentos ataques a manos de los arditi contra socialistas en diversos lugares.122
Sin embargo, es importante destacar que los perpetradores del asalto a los locales de Avanti! en Milán eran parte de una muy pequeña y radicalizada minoría –aunque excepcionalmente activa– de excombatientes italianos. En este contexto, es paradójico, aunque entendible, que la simple noción de «excombatientes» comenzase a asociarse exclusivamente a un grupo realmente marginal. Si bien es cierto que los veteranos eran un colectivo de individuos extremadamente diverso y heterogéneo, los contemporáneos tenían un limitado abanico de conceptos a su alcance para dotar de sentido a esta pluralidad. Los numerosos miembros del gigantesco ejército italiano albergaban opiniones políticas muy dispares, y las experiencias de desmovilización habían acentuado las contradicciones entre las expectativas de los soldados, por un lado, y las mentalidades de los mandos y oficiales, por otro.
Ciertamente, muchos militares profesionales y antiguos oficiales burgueses esperaban mantener los privilegios obtenidos durante la guerra y recibir el respeto y el honor del país. Igualmente, esperaban y deseaban que la conferencia de paz satisficiera los objetivos nacionales por los que el ejército había luchado. Pronto, no obstante, se sintieron decepcionados por la hostilidad y la frialdad que la nación mostraba hacia ellos.123 Desde el armisticio, los intervencionistas habían demandado que se cumpliesen las promesas hechas en el Pacto de Londres, y que la ciudad «italiana» de Fiume se incorporase territorialmente al país. Furibundos intervencionistas como Mussolini y el grupo de Il Popolo d’Italia, así como los antiguos arditi y los oficiales nacionalistas de la UNUS, despreciaban con violencia a los políticos que «renunciaban» a tales reclamaciones territoriales. Aunque los diplomáticos italianos defendieron las aspiraciones intervencionistas (las promesas del Pacto de Londres más la ciudad de Fiume), estas reclamaciones chocaban con el espíritu wilsoniano que presidía la conferencia de paz, por lo que el resultado de las negociaciones decepcionó a los italianos, que nunca recibirían ni Dalmacia ni Fiume. Este fracaso diplomático se produjo a finales de abril de 1919 y destruyó las esperanzas de fervientes nacionalistas e irredentistas como D’Annunzio, que sintieron que la victoria se había perdido. Aunque el creciente mito de la «victoria mutilada» era solo una media verdad,124 ciertos rumores comenzaron a circular sobre la inminencia de un golpe militar.
Estas elevadas preocupaciones patrióticas ocupaban únicamente las mentes de los veteranos educados de clase media, soldados u oficiales, que habían sido los principales promotores de la intervención en la guerra. Pero por su parte, los veteranos corrientes se mostraban más preocupados por hacer realidad las promesas materiales que habían recibido de parte del Estado italiano. Sin ir más lejos, en el medio rural, las masas de contadini ex combattenti manifestaron su impaciencia ante el incumplimiento de las promesas de reparto de tierras, lo que explica su protagonismo en los motines contra el elevado coste de la vida (carovita) estallados entre junio y julio de 1919 en todo el Mezzogiorno, especialmente en Cerdeña.125 Desde comienzos de dicho año en el Lazio, y durante el verano y el otoño en muchas provincias del Sur (Puglia, Calabria y Caltanissetta), también se produjeron ocupaciones de tierras por parte de veteranos de guerra que aspiraban a una distribución más justa de la tierra, e incluso a la revolución social.126 Aunque en esas manifestaciones no era difícil encontrar excombatientes proletarios ataviados todavía con ropas militares, los socialistas no movilizaron de forma sistemática la figura del veterano para legitimarlas. Fueron más bien los nacionalistas quienes afirmaron su voluntad de recompensar materialmente a cada soldado por su servicio, mientras denunciaban la idea, difundida por los socialistas, de que la guerra y el cumplimiento del deber militar habían sido sacrificios inútiles.127 ¿Cuáles eran las posiciones del movimiento fascista y de la ANC respecto a las masas de veteranos? El historiador Giovanni Sabbatucci señaló acertadamente que los Fasci di combattimento, pese a los esfuerzos de los colaboradores de Mussolini, no fueron capaces de atraer a demasiados excombatientes; la ANC absorbió a buena parte de ellos.128 Esta asociación alcanzó los 300.000 miembros en el otoño de 1919. Su base popular se encontraba en el Mezzogiorno y se componía, por ende, de campesinos, mientras que los veteranos de clase media de las ciudades del norte y el centro del país copaban los puestos dirigentes. Aunque su discurso político dominante adolecía de falta de claridad, definición y dirección, la ANC intentó articular una mayor concreción política. Todos sus veteranos parecían compartir una instintiva actitud antigubernamental y un sentido del patriotismo, fusionados en la idea de «renovación» (rinnovamento). Los líderes y representantes de secciones procedentes de toda Italia se reunieron en el primer Congreso nacional de la ANC, celebrado en Roma entre el 23 y el 28 de junio de 1919. A lo largo de seis días de acaloradas discusiones, los miembros de la organización debatieron un tema central: si la organización debía adoptar una postura política o apolítica. Aunque resultó tremendamente difícil consensuar una posición política compartida por todos, en última instancia el congreso aprobó un programa escrito por un tal Renato Zavataro, que no era sino una clara muestra de las preferencias democráticas y pacifistas de la mayoría de los miembros de la ANC. En definitiva, el congreso puso de relieve la falta de competencia de unos líderes inexpertos y la imposibilidad de definir una ideología política clara para los combattenti.129
Pero el aspecto más fascinante de aquel congreso de excombatientes en Roma fue el intento de los fascistas de imponer su orientación política a la ANC. En los días previos al encuentro, la prensa afirmó que Mussolini y D’Annunzio asistirían, aunque al final solo Mussolini estuvo en la capital. La atmósfera política romana estaba densamente cargada debido a la formación de un nuevo gobierno encabezado por Nitti tras el fracaso italiano en Versalles. Ya en la primera sesión del congreso, Francesco Giunta, un exoficial filofascista e intervencionista venido en representación de los excombatientes florentinos, abogó por la acción violenta contra el recién formado gobierno. Subido encima de una mesa, presentó una resolución (ordine del giorno) radical que llamaba a poner en marcha un gran movimiento insurreccional de inmediato.130 Frente a este intento de organizar en el acto una manifestación de veteranos con el objetivo derrocar a Nitti, la moderación se impuso, siendo la nota dominante del congreso. No en vano, justo tras el fracaso de la iniciativa de Giunta, los excombatientes expulsaron al ardito Ferrucio Vecchi de las sesiones debido a sus declaraciones incendiarias, y cuando Agostino Lanzillo, también presente en las sesiones, argumentó que los veteranos debían hacer uso de su fuerza para hacerse con el poder y establecer «en vez de la dictadura del proletariado, la dictadura de los combatientes» («in luogo della dittatura del proletariato, la dittatura dei combattenti»), la mayoría de los delegados acogió esta declaración con frialdad. En última instancia, vista la falta de simpatía de los líderes de la ANC hacia estos intentos fascistas de atracción, la postura de Mussolini se centraría en destacar los elementos comunes entre el programa fascista y el de los veteranos: «su armonía es absoluta», adujo.131 De igual modo, los arditi también