Jacques Fontanille

Soma y sema


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J. Fontanille nos introduce así en los “modos de lo sensible” y en su “sintaxis figurativa”. El proyecto de J. Fontanille se formula del modo siguiente:

      Paralelamente a los esclarecimientos teóricos que se supone nos va a proporcionar, especialmente en cuanto al rol del cuerpo en la enunciación y en la función semiótica, la semiótica del cuerpo participará directamente en la constitución de una sintaxis figurativa. En efecto, por intermedio de la sensación y de la percepción, el cuerpo, articulado como una configuración, es susceptible de proporcionarnos modelos de la estabilización, de la transformación y de la puesta en secuencia de las figuras del cuerpo (p. 114).

      A lo largo de una minuciosa exploración de los diversos “modos de lo sensible”, el autor descubrirá la autonomía de la sintaxis figurativa en relación con los diversos modos de lo sensible, de los cuales, no obstante, emana. Una vez establecida dicha autonomía, está en condiciones de proponer una tópica integral del cuerpo semiótico (pp. 152-153).

      Hecho esto, se concentrará en las figuras semióticas del cuerpo: la envoltura y la carne móvil. Lo cual habrá de conducirlo a una reformulación de la función semiótica. La mediación corporal entre el plano de la expresión y el plano del contenido desemboca en una nueva representación de semiosis (p. 208):

      Representación que sustituye a la clásica formulación de la semiosis saussuriana y hjelmsleviana:

      Finalmente, la teoría de la “superficie de inscripción” nos lleva a una semiótica de la huella, con la que termina el libro. Las figuras son, finalmente, “huellas” inscritas en el cuerpo sensible.

      El “retorno del cuerpo” a la teoría semiótica no significa la renuncia de esta disciplina a su carácter de proyecto científico ni a la búsqueda de las formas y de las “maneras de significar” que lo caracterizan. En cambio, proporciona una evidente alternativa a las soluciones logicistas: en vez de tratar los problemas teóricos y metodológicos como problemas lógicos, quedamos invitados a tratarlos desde el ángulo fenoménico, y para eso, se requiere contar con el cuerpo del operador. Comprometernos a tratar una relación, una operación o una propiedad como un fenómeno, es comprometernos a examinar la formación de las diferencias significativas y de las posiciones axiológicas a partir de la percepción y de la presencia sensible de esos fenómenos (p. 21).

      Jacques Fontanille no se limita a elaborar una teoría semiótica del cuerpo y a construir los modelos explicativos adecuados, exigidos por la teoría, sino que hace aplicaciones concretas de esas teorías y de esos modelos. Y para eso, recorre una gran variedad de campos y de géneros: el cine (Passion, de Godard; Element of crime, de Lars Von Trier); la literatura (Proust y Claudel); el cuento popular (Soy la Cíclope); la pintura (Duchamp); el reportaje periodístico y hasta la arquitectura.

      No obstante el alto nivel teórico y metodológico en el que se desenvuelve el pensamiento de J. Fontanille, no deja nunca de ser didáctico. Y esa es una característica que distingue todas sus obras, y que le agradecemos todos.

       Desiderio Blanco

      Introducción

      Cuerpo, signo, sentido

      CUERPO, SIGNO, SENTIDO

      En el discurso de la mayor parte de las ciencias humanas, el cuerpo ha entrado con fuerza: en historia, en sociología, en poética, en antropología y también… en semiótica. Sin embargo, esa “encarnación” de las ciencias humanas (embodiment le dicen los “cognitivistas”) se presenta con figuras y con motivos muy diferentes.

      Cuando el historiador se interesa por los olores1, lo hace porque guarda en perspectiva la historia de las prácticas científicas, y especialmente las de la medicina2; pero también porque su concepción de la historia asigna un lugar de privilegio a las formas de la socialidad y de la vida colectiva. Por su lado, el cognitivismo, al otro extremo de la cadena, se interesa por el cuerpo, esencialmente en nombre del realismo neurológico: los esquemas cognitivos son “encarnados” porque su forma encaja en las redes de neuronas, indisociables de la “carne” a la cual están permanentemente conectados3. Entre esos dos extremos, para el estudioso de la poética, y para un grupo creciente de semióticos, el cuerpo es ante todo la sede de la experiencia sensible y de la relación con el mundo en cuanto fenómeno4, en la medida en que esa experiencia puede prolongarse en prácticas significantes y en experiencias estéticas.

      Por lo que se refiere al antropólogo, sabe muy bien desde hace tiempo que el cuerpo es simultáneamente uno de los vectores de la socialidad y de la relación con el otro, el objeto y el soporte de prácticas terapéuticas, rituales y simbólicas, el anclaje principal de las “lógicas de lo sensible” y de las formas de relaciones semióticas con el mundo que lo rodea, características de cada cultura.

      De hecho, las ciencias del hombre, dominadas permanentemente por el dualismo (cuerpo y espíritu, cuerpo y alma, etcétera), ya sea que se adhieran a él o que lo rechacen, no cesan de pendular entre la integración y la exclusión del cuerpo. Sin embargo, esas opciones no se hacen, como acabamos de sugerir, ni en nombre del dualismo, ni tampoco en nombre de su discusión monista: el desalojo del cuerpo, lo mismo que su retorno, es de hecho el resultado de otras decisiones epistemológicas o metodológicas. Por ejemplo, las figuras del cuerpo sirven para confirmar la pertinencia de las dimensiones sociológicas y antropológicas en las investigaciones históricas o intervienen a favor de las hipótesis conexionistas y “subsimbólicas” en los debates sobre inteligencia artificial5.

      En semiótica, la cuestión se plantea del siguiente modo: ¿cuál es la razón para excluir o para integrar el cuerpo?

      El cuerpo ha retornado explícitamente a la semiótica en los años ochenta con las temáticas pasionales, con la estesis y con el anclaje de la semiosis en la experiencia sensible. En efecto, en aquellos momentos se planteaba la cuestión de la articulación entre la semiótica de la acción y la semiótica de las pasiones. Si se considera la semiótica de las pasiones como un complemento o como un derivado de la semiótica de la acción, difícilmente se pueden evitar las actitudes normativas e idealistas; porque, en ese caso, solo parece racional y bien formada la lógica de la acción, y las pasiones se presentan como perturbaciones o disfunciones de las secuencias narrativas o como efectos superficiales y accesorios de la acción; en ambos casos, no hay necesidad de contar con el cuerpo, basta con complejizar la teoría de la acción. En cambio, si se considera que la semiótica de las pasiones abre el camino para un modelo más general, dentro del cual la semiótica de la acción aparecería como un caso particular, sometida a determinadas condiciones y a un punto de vista restrictivo, en ese caso, se hace necesario revisar en profundidad la organización de la teoría semiótica, establecer las condiciones de pertinencia y definir los límites de los diferentes campos de racionalidad que la constituyen, y principalmente reconsiderar el lugar del cuerpo en la semiosis.

      Pero no podemos quedarnos en ese argumento redundante: si hay pasiones en semiótica, tiene que haber un cuerpo semiótico. Pues la verdadera ganancia teórica y metodológica de la semiótica de las pasiones no consiste en el “retorno del cuerpo” o en la pretendida semiótica de lo continuo6, sino en la sintaxis pasional, en la constitución de secuencias de patemas (derivadas de la sintaxis modal), resultado científico a cuyo amparo el tema del cuerpo retorna de manera convincente. Si una semiótica del cuerpo es deseable, no lo es para reforzar una semiótica de las pasiones ni para adecuarse a las modas intelectuales, si no, por el contrario, para abrir un nuevo dominio de investigación.

      El cuerpo había sido excluido de la teoría semiótica por el