Jacques Fontanille

Soma y sema


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de la percepción o de la adopción de un punto de vista, sino también del reconocimiento de una experiencia corporal de las formas del mundo que nos rodea.

      La aproximación semiótica al cuerpo debe finalmente asumir una ambivalencia recurrente, que resulta del doble estatuto del cuerpo en la producción de conjuntos significantes: (1) el cuerpo como sustrato de la semiosis, y (2) el cuerpo como figura semiótica. Aparentemente, la distinción es fácil de establecer: en el primer caso, el cuerpo participa de la modalidad semiótica y proporciona uno de los aspectos de la “sustancia” semiótica; en el segundo caso, el cuerpo es una figura entre otras; adopta entonces la forma de las figuras del discurso, figuras de la expresión o del contenido, que resultan del proceso de semiotización y de la “puesta en forma” del cuerpo de los actores.

      “Sustancia” y “forma”, la distinción sería fácil de sustentar. No obstante, en el análisis concreto, se encuentran situaciones más delicadas. Si se examinan, por ejemplo, los diversos roles del cuerpo desde una perspectiva antropológica, nos daremos cuenta de que esas dos dimensiones se encuentran estrechamente entrelazadas.

      En la cultura de los Tin de Nueva Guinea12, podemos constatar que el cuerpo es ante todo una “figura” concebida de acuerdo con un principio mereológico: diversas partes (los miembros y los órganos) son asociadas para formar un todo federativo donde las partes deben conservar su identidad; pero esa figura aparece de inmediato como el homólogo de la representación del entorno natural, una configuración en archipiélago, de tal modo que las relaciones entre las partes (los órganos y los miembros) son homólogas con las relaciones entre las islas y las aguas que constituyen el territorio de ese pueblo.

      Pero el cuerpo es también en este caso un principio explicativo, porque, en retorno, ofrece la mejor representación de la “fuerza de enlace” que permite que las partes del archipiélago “se mantengan unidas como un conjunto”: esa fuerza es una “tensión del alma”, denominada wādama, que debe ser permanentemente mantenida por la atención y por la autoscopia, y esa “explicación” se expresa particularmente en una concepción original de la salud y de la enfermedad: en la enfermedad, o bien los órganos recuperan su autonomía porque la fuerza de ligazón se debilita (versión ive de la enfermedad), o bien pierden su identidad porque la fuerza de ligazón es demasiado potente (versión mulobi de la enfermedad)13. Más aún, para la preparación del matrimonio, los novios hacen una mutua exploración minuciosa del cuerpo, de acuerdo con un ritual de tocamientos y de interacción que les permita verificar si la futura unión de ambos cuerpos puede llegar a perturbar el principio de enlace interno, propio de cada uno de ellos.

      Queda claro en este ejemplo someramente presentado que, para esa etnia, el cuerpo es al mismo tiempo una configuración semiótica (partes, fuerza de enlace y formas de la totalidad), objeto de una lectura sensible (táctil, visual, olfativa, etcétera) en las interacciones sociales, y también el resorte mismo de la semiotización de la vida entera: en él reside, en efecto, a través de la representación propia de ese grupo humano, la significación de su entorno y del cosmos: una concepción del mundo y una forma de vida; una definición del actante competente y una malla de lectura de los acontecimientos de la vida cotidiana, indisociable todo ello de las prácticas de supervivencia y de reproducción.

      Lo que quiere decir que en una semiótica del cuerpo, la forma y las transformaciones de las figuras del cuerpo proporcionan una representación discursiva de las operaciones profundas del proceso semiótico. Entre el cuerpo como “resorte” y “sustrato” de las operaciones semióticas profundas, por un lado, y las figuras discursivas del cuerpo, por otro, se abre el campo para un recorrido generativo de la significación, recorrido que no es ya formal y lógico, sino fenoménico y “encarnado”.

      Por tal razón, daremos gran importancia a las figuras discursivas del cuerpo (el movimiento, las envolturas corporales, por ejemplo), pues son ellas las que dan acceso a las representaciones profundas de la semiosis en acto. Por la misma razón, nos interesaremos por las diferentes formas de los campos sensibles y perceptivos, ya que son ellas las que fundan las formas del campo enunciativo del discurso.

      El camino que aquí proponemos, en tres grandes momentos, cada uno de los cuales dará lugar a una parte de este libro: I-El cuerpo del actante, II-Modos de lo sensible y sintaxis figurativa, III-Figuras del cuerpo y memorias discursivas, obedece globalmente a esta última hipótesis de trabajo: (I) Reconocer que el actante es un cuerpo, es también preguntarse por los efectos de ese cuerpo sobre la semiosis y sobre las instancias de discurso que la toman a cargo, así como por la teoría del acto y de la acción, de los que es operador; (II) examinar luego la diversidad de los modos de lo sensible es también explorar la de los campos sensibles y construir los primeros elementos de una sintaxis de la figuras corporales del discurso; (III) la hipótesis de una sintaxis figurativa basada en las figuras del cuerpo conduce finalmente a una tipología de tales figuras, que se presentan, por un lado, como formas semióticas de la polisensorialidad, y por otro, como los soportes de la memoria del discurso.

      Para sacar todas las consecuencias de esta hipótesis, no basta con el espacio de este libro. Veremos, no obstante, cómo el actante va recobrando la significación de sus errores y de sus lapsus; cómo el actor se despliega en fuerza, forma y aura; cómo los contenidos de significación quedan envueltos dentro de continentes; cómo los soportes semióticos se convierten en membranas protectoras, sometidas a inscripciones; y cómo las transformaciones figurativas se someten a las interacciones que se producen entre el sustrato material, las energías y la forma de las membranas que las contienen. Veremos finalmente cómo se perfila la sintaxis del discurso como una memoria de las interacciones entre figuras, gracias a las huellas que dejan y que se pueden leer en el cuerpo en que se inscriben.

      PRIMERA PARTE

      EL CUERPO DEL ACTANTE

      Capítulo I

      El cuerpo, el acto y los esquemas narrativos

      INTRODUCCIÓN: CUERPO Y SEMIOSIS

      La propioceptividad es considerada como el término complejo de la categoría “interoceptividad/exteroceptividad”1; en efecto, en la experiencia de la significación, el cuerpo propio es la única entidad común al yo y al mundo; y en la construcción de la significación, la operación de la semiosis, por la sumisión de la exterocepción a la interocepción, gracias a la mediación del cuerpo propio, permite la puesta en relación de un plano de la expresión (de origen exteroceptivo) y de un plano del contenido (de origen interoceptivo).

      No existen categorías semióticas que pertenezcan a priori a la expresión o al contenido. En efecto, el isomorfismo de los dos planos de un lenguaje es específico de cada semiosis, y la relación entre expresión y contenido se redefine con cada nueva enunciación; de ello da testimonio, por ejemplo, la posibilidad de establecer en cada discurso concreto, incluso dentro de los límites de semióticas altamente convencionales, como las de los discursos verbales escritos, nuevos sistemas semisimbólicos que redefinen y desplazan la relación entre el plano de la expresión y el plano del contenido.

      En la perspectiva del discurso en acto y de la enunciación, la distinción entre exterocepción e interocepción puede ser desplazada en todo momento, y dicho desplazamiento está asegurado por la propiocepción. En otros términos, la toma de posición del cuerpo propio determina la distinción entre exterocepción e interocepción: los efectos de interioridad y de exterioridad dependen por completo de la posición que adopte el cuerpo-carne propioceptivo en el momento en que se instala como instancia enunciante. Esta concepción permite a la vez (1) evitar una reificación a priori (sobre todo psicológica) de la interioridad y de la