que los cinco sentidos son un trabajo de la historia universal. Es decir, si bien el cuerpo hereda un aparato sensorial específico (ojos y piel, papilas y olfato), no es este suficiente para percibir lo bello o lo sublime. Es necesario que se creen órganos etéreos, indefinibles, prolongaciones espirituales de la carne; ojos para apreciar la belleza de la luz, el juego del color o la armonía de unos sonidos, su hechizo. Como a las almas de Platón, hace falta que surjan esas alas, órganos santificados que se vinculan con lo estético como una nueva manera de ejercerse, de mirar y escuchar más allá del humor vítreo, la retina o el tímpano. ¿Cómo se forma esta segunda sensibilidad, cómo se potencia la percepción? El poeta Valéry tenía una frase que gustaba repetir a François Truffaut: ‘El gusto es el resultado de mil disgustos’. Solo de la constancia en el encuentro con la obra estética puede surgir una manera nueva de sentir. Se trata de ver cine, leer buena literatura. Y esto, aunque no guste”.
Con solo una línea me quedo extasiado. La sencillez y belleza es la misma que encuentro en El principito, que me lleva a pensar que hay un mundo diferente. El camino del arte es el mejor camino para llegar a descubrirlo.
PODER DEL CINE
Volvamos al cincel formativo del cine. ¿Cómo viviste la época de los cineclubs? ¿Qué agradecimiento guardas todavía con esas actividades?
Les debo mucho a los cineclubs, porque además estaban vinculados a mi padre. Él me hablaba de Harold Lloyd y de Chaplin. Íbamos al Museo de Arte y disfrutábamos de manera maravillosa… Después vino mi experiencia como profesor. Alguna vez monté una exposición para el curso de Historia de la Comunicación, donde aproveché las fotos que tenía mi papá de antiguas revistas. Le debo todo al cine: he escuchado música, he visto grandes actuaciones, he sentido imágenes y paisajes.
Creo que Alberto Manguel decía que su biografía está en su biblioteca y agre-gaba: “Sin ella soy como un cangrejo sin caparazón”. ¿Tú dirías que tu biografía está en la pantalla, que ella te protege?
Sin duda, aunque mi deporte favorito es tener y leer libros. Ojalá pudiera tener una filmoteca.
Pero eres un comprador de películas…
De hecho. Cada vez que hago un ciclo, compro bastantes películas. Necesito verlas más de una vez.
Tú has sido por treinta y cinco años docente en la Facultad de Comunicación. ¿Cómo es la relación de los comunicadores con la educación?
Siempre existe una tensión. Un pequeño esquema, como una especie de diagrama de Venn. En el lado de la educación está el deber ser, una postura muy cercana a la educación tradicional: una conducta quieta y no opinar, contestar lo que el texto del profesor ha dicho.
Dijiste “deber ser”, ¿no?
El deber ser de las cosas. Lo políticamente correcto, cuando en la comunicación está la libertad de expresión, la profundidad. Un educador me criticaría, me diría que estoy viendo la educación tradicional y no la educación actual. Pero la escuela de hoy aún tiene muros. Por eso se habla de una educación que no está solamente en la escuela ni en la pizarra ni en el profesor. En Francia, se ensayó una escuela de transformadores de lenguaje, donde se propaga el encuentro entre la educación y los medios de comunicación.
¿La fórmula ideal sería una alianza entre educación y medios?
Así es. Entonces los profesores podrían contar con los materiales adecuados para ilustrar sus cursos, no retazos de material didáctico. Es un pecado utilizar un fragmento de una película o un poema para ejemplificar algo…
Tú señalas en un artículo que privilegias el cine por sobre otras expresiones artísticas gracias a su gran potencial estético. ¿Te parece el más poderoso?
Es que el cine viene a ser como un lenguaje cauce, pues recoge del teatro, de la pintura, de la arquitectura, de la danza, de la ópera. Tiene todo eso. Y, además, es cauce para que la televisión se suba al carro y para que las nuevas tecnologías también lo hagan.
No has mencionado la literatura…
La literatura, por supuesto. Mi tesis doctoral de Literatura de San Marcos iba a ser el cine de Eisenstein y Vallejo.
¿Ibas a tomar como referencia los textos periodísticos o los guiones de Vallejo?
Todos sus textos. Sí, hizo un guion muy hermoso donde Carlitos trata de matar a Charles Spencer Chaplin, el magnate. Lo trata de eliminar porque lo ha explotado.
Vallejo y Mariátegui escribieron textos muy valiosos sobre Chaplin.
Sí, claro.
Volviendo a la importancia del cine… ¿su poder también radica en el enorme acceso que tiene?
Claro. El cine, por ejemplo, se hace chiquito y se mete en la televisión. El cine está en internet, en YouTube. Está en los afiches, en el fotograma, en los personajes de la industria cinematográfica. Hasta en sus objetos: todavía son famosos los botines, el bastón y el sombrero de Chaplin.
Tú has citado a un gran cineasta francés, François Truffaut, cuando denuncia la vulgaridad y la insinceridad de las obras… Él es también un pedagogo del cine. ¿Cómo, qué criterios nos sirven para calificar una película? ¿Qué la hace valiosa y qué no?
El arte no puede ser encasillado. Es tan relativo, porque su juicio es subjetivo. Yo recuerdo mucho el estupor que causa cuando uno lee la historia del arte y ve que las obras que eran las más hermosas en un período, en el siguiente resultan repudiadas.
¿No crees que existan paradigmas que nos permitan señalar dónde podría ubicarse el buen cine?
Hay unos aspectos que ha recogido Desiderio Blanco de un libro que no tiene que ver con el cine, sino con la poesía: La poesía. Hacia la comprensión de lo poético (1951), de Johannes Pfeiffer, publicado por el Fondo de Cultura Económica. Allí hay unos planteamientos respecto a la obra y los criterios de necesidad, autenticidad, consistencia y originalidad. Esos criterios son los que yo he heredado de Desiderio y que he aplicado al lenguaje cinematográfico. Es tan importante la necesidad y la autenticidad, la consistencia y la coherencia… Yo les digo siempre a los chicos que un caldito no es una sopa, que necesita algo más para tener consistencia. O que la originalidad es ese toque especial que la hace distinta. Desiderio agregaba un poder más, que era el poder de las imágenes, la fluidez del lenguaje cinematográfico, donde una imagen llama a otra imagen. Es un encadenamiento que va formando el discurso cinematográfico.
EDUCACIÓN Y CINE
Vivimos hablando de las maravillas que nos ofrece el cine; sin embargo, ciento veinte años después de haber sido creado todavía no ingresa a los colegios. ¿A qué lo atribuyes?
A varias razones. Estuve estudiando el asunto a raíz de una investigación que hice para la Universidad de Lima. Primero, los profesores se quejan de que una película dura casi dos horas. Justamente comenté ahí el pecado de mostrar fragmentos o de mandar a ver la película en casa. Aunque prefiero lo último a ofrecer fragmentos…
Pero verla en casa no te garantiza…
Exacto. Lo que hacen los chicos es agarrar YouTube y van a las escenas más importantes de la película y ya está. No se dan cuenta de la riqueza que aporta una película. Por eso estoy haciendo ahora “CinEduca” en la Universidad Católica. La idea es convencer a los estudiantes, futuros educadores, y de paso a los profesores, de la riqueza que hay en el cine.
¿Qué recepción tienen en los futuros docentes?
Muy poca. He optado por otra manera: llevarlo a mi curso. Aquí mido la recepción que tiene en tres o cuatro