Fernando Vivas Sabroso

En vivo y en directo


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estuvo en Lima en 1955 en su calidad de directivo de la AIR, le confirmó cuál era el modelo que había que seguir y quién era el hombre capaz de introducirlo en sus laberintos.

      Para empezar, Mestre puso al entusiasta Genaro en contacto con la CBS y le traspasó su know-how con una serie de técnicos cubanos que llegaron a Lima a formar cuadros para la naciente televisión peruana.9 El interés de una gran firma extranjera por abrir mercados a sus productos de punta, como la Philips, y la simpatía del primer magnate de la televisión latina apoyaron así el financiamiento de la más trascendente intentona televisiva; para su puesta en marcha inmediata una sociedad de Genaro papá, Genaro hijo, el hermano Héctor y Radio Tele (empresa de Genaro Delgado Brandt), con Isaac R. Lindley Stophanie y su hijo Isaac “Johnny” Lindley Taboada, empresarios de origen judío y dueños de la gaseosa nacional Inca Kola, aportó la liquidez.

      Manuel y Raquel, hermanos menores de Genaro, no participaban aún en la aventura sino a través de la empresa familiar Radio Tele (Manuel fue el fundador de Radioprogramas en 1963 y Raquel reemplazó a su padre en la dirección de la semiestatizada radio Panamericana en 1970). Como Héctor sí era cómplice empeñoso de su hermano mayor, convenció a su amigo y coetáneo Johnny Lindley de ir a pedir a don Isaac que invirtiera en la empresa pionera. Pero fue la vehemencia de Genaro al encarar la ilusión de la televisión la que convenció al industrial de arriesgar en efectivo; y fue esa misma vehemencia, ya curtida en las lides de la política y en los ásperos géneros populares, la que tres décadas más tarde disuadió a los Lindley de seguir respaldando a Genaro y los decidió a vender sus acciones al bloque de Héctor y Manuel Delgado Parker. Genaro Delgado Parker, futuro “Papá Upa”, así bautizado por sus rivales que quisieron parodiar sus afanes de mando, era suficientemente liberal y desprejuiciado como para empaparse de las claves y dramaturgias de la televisión populista que levantaba las cejas de su entorno. Se vio en relación a ella como un pionero de sus avances tecnológicos y, a la vez, como el dueño de un gran circo de varias pistas, con tradiciones arraigadas en el país remoto. De empresario de escritorio se hizo vigilante productor creativo de programas, experto en casting al ojo y eventual director desde el switcher. Descubrió a menos gente que Augusto Ferrando, pero protegió a sus engreídos y les dio luz verde para proyectos arriesgados, cuando no les compró derechos de copia o les sugirió ejecutar sus propias ideas de prematuro viejo teleasta. La política le fascinó porque descubrió en ella un género televisivo más que le permitía complementar su pequeño imperio con fama y poder aunque el prestigio del “noble pionero de las telecomunicaciones” pudiera salir algo maltrecho. Como implacable empresario del espectáculo más grande de todos se comió sus gustos y prejuicios, aunque bien se puede argumentar que estos se fueron convirtiendo en afecto por sus creaturas. También se supo mover dentro de los márgenes “culturosos” —este término se popularizó luego de que lo empleara al responder a un periodista del diario Expreso a inicios de 1990— del negocio, hablando de “ofensivas culturales” y “autorregulaciones”, jalando gente como Mario Vargas Llosa y los cineastas de la década de 1980, dando rienda suelta a las provocaciones de César Hildebrandt y de Jaime Bayly, al mismo tiempo que apañando a desfasados Ferrando o Gisela Valcárcel. Era y es un negociador astuto y un periodista político accidental antes que un mero explotador o un sumiso empresario nacional golpeado por gobiernos y recesiones.

      Pero ni Genaro Delgado Parker ni sus socios fundaron la televisión comercial. Tampoco la fundó Alfonso Pereyra, pionero de la radio en el Perú, quien ya en su juventud, en los primeros años de la década de 1920, se dedicaba a pescar mensajes de onda corta con su equipo de radioaficionado. Hombre muy atento a la avanzada científica, al constituir la empresa que manejaría radio El Sol en 1949, había escogido una razón social anticipatoria: Compañía de Producciones Radiales y de Televisión S.A.10

      Fueron Antonio Umbert Féllez y Nicanor González Vásquez, dueños de radio América y líderes de la Anrap (Asociación Nacional de Radiodifusores del Perú), quienes abrieron el primer canal privado. Enrolaron en la empresa a Avelino Aramburú y en menor cuantía accionaria a Iván Blume (también enrolado en el 9), Guillermo Ureta, José Bolívar, Jorge Carcovich y Jesús Antonio Umbert, pactando un contrato con la RCA Victor que los proveyó de infraestructura. El apuro deparó a los pioneros del canal 4 algunos meses de zozobra, con anunciantes renuentes y temores de cierre, pero poco después la intensa competencia de Panamericana Televisión, canal 13 y los errores del primer canal 9, les enseñaron a mantenerse en el aire.

       La exclusiva del 7

      Por cuestión de meses la iniciativa pública ganó a la empresa privada la primicia de la televisión. La Unesco donó 22 mil dólares al Ministerio de Educación, cuando era ministro el historiador Jorge Basadre, para instalar un modesto canal experimental. Esta donación complementaba la que dio lugar a la fundación de la Escuela de Electrónica en abril de 1957, que operaba en el instituto José Pardo de la cuadra 6 de la avenida Grau, antes de su traslado al Ministerio de Educación. Fernando Rubio y Gonzalo de Reparaz representaban a la Unesco y el ingeniero español Esteban Benaberre Mina dirigía el curso donde se graduaron los primeros jefes técnicos del canal, Silvio Romero, Manuel Mejía e Isaac Aquise.11

      Desde el piso 22 del edificio del Ministerio, el más alto de Lima en esa época, se empinaba una pequeña antena y un modesto transmisor de 100 vatios en imagen y 50 en audio que entraron en funcionamiento el viernes 17 de enero de 1958, bajo la nomenclatura Garcilaso de la Vega OAD-TV7. La inauguración del canal y del curso técnico fue un acto precipitado. Una nota de prensa anticipó que la programación de dos horas (7 a 9 de la noche) consistiría en un documental que explicaba el manejo de una marca de receptores y otro sobre antenas de televisión. Luego de las películas se daría inicio oficialmente al curso electrónico. Romero, Mejía y Aquise fueron los primeros profesores y los mejores alumnos.12

      No existe ningún reporte periodístico del acto inaugural. Diarios como El Comercio se limitaron a reseñar la nota de prensa confiando en su veracidad, pero el reportero de Última Hora delató un serio impasse en su crónica “Debut privado y fule: la televisión en Lima”.13 A su llegada al ministerio un conserje impidió el paso de los periodistas. Sin testimonio que ofrecer, el diario citó fuentes anónimas que dijeron que “solo se veían borrones”. Pocos días despues, el 22 de enero, una nota de la Unesco declaró que, pese a algunas fallas humanas, las primeras transmisiones habían sido correctas.14 Aquise aclaró: “El día de la inauguración fue algo ingrato, a los reporteros no los dejaron entrar por decisión del ingeniero Benaberre, se transmitió a puerta cerrada y se dictó un curso de televisión al aire.15

      Con una programación eventual, no difundida por la prensa, con buena parte de los receptores existentes desprovistos de antena y mal ubicados para captar el flujo hertziano, los meses de 1958 —en los que el canal 7 fue la onda solitaria de la televisión—, están sumidos en un profundo misterio. El ministerio, que recién el 5 de abril publicó el nombramiento de un director general de televisión, Antonio Olivas Caldas, distribuía ocasionales notas de prensa cuyo contenido casi nunca era corroborado por los periodistas. Así, se anunció que el 12 de abril, Día de las Américas, la Escuela Estación Electrónica (nomenclatura del curso técnico) pondría en escena el primer guión peruano de televisión. Se trataba del programa Balcón del hemisferio presentado por el hombre de teatro Manuel Delorio, con números musicales, recitados, interpretaciones al piano y, de plato fuerte, la folclorista Elsa Núñez del Prado danzando La pampa y la puna. Penosamente, no hubo comentarios.

      Hacia junio hay testimonios y nada halagüeños. En la que sería una de las primeras críticas televisivas, si no la primera, un lector de El Comercio, el señor A. Saldarriaga,16 se queja de la pobreza de dirección y temas escogidos por una televisión que no recrea a los adultos y aleja a los niños. Pide una programación alternativa con dibujos animados, documentales de viajes y otros atractivos. Finalmente, como muchos insatisfechos poseedores de receptores pagados en onerosas cuotas mensuales,17 confía en la próxima llegada de la televisión privada.

      Lo que tuvo de comercial fue lo más remarcable del 7. La furibunda campaña de las firmas