de Jesús.4 Hacer algo diferente equivale a reescribir las parábolas de Jesús. La iglesia antigua y moderna con frecuencia vuelve a escribirlas, tratando de crear un nuevo propósito. No trato de encontrar el propósito eclesiástico, psicológico, sociológico, feminista o de cualquier otro tipo de reescritura, sin importar cuán común sea. Mi intención es percibir el propósito de Jesús con sus contemporáneos: sus discípulos y sus asociados judíos.
Sin embargo, estas “simples” narrativas de Jesús, estas gemas de expresión sobre la vida y Dios, han mostrado ser cualquier cosa menos simple, y su propósito no puede percibirse limitadamente. El trabajo de descifrar el propósito de Jesús es a veces difícil. Tenemos las parábolas de Jesús sólo como la iglesia primitiva las recuerda y conforme las comunicaron los evangelistas. Por otro lado, la labor no es tan imposible como algunos sugieren y, a veces, nada difícil. Las parábolas no se deben reducir, reescribir, domesticar, psicoanalizar, hacer teología con contribuciones de cristología o de expiación, descontextualizar o controlar. Hay que dejarlas hablar, y se las debe oír. Algunas parábolas son tan claras como campanas y, aunque podamos discutir matices y trasfondos en largos ensayos, ellas no necesitan tanta explicación sino que se las ponga en práctica. En efecto, ellas dicen: “Deja de resistir y hazlo”, o “créelo”. No necesitamos mucha aclaración para entender el propósito de la parábola del Buen Samaritano. A pesar de numerosos estudios sobre esta parábola, que trataremos en este libro, la parábola llama a vivir el mensaje, no a resistirlo.
Por buscar el propósito comunicativo, o sea, la función de la parábola, no sugiero que podemos hacer un sicoanálisis de Jesús. De hecho, la teoría del acto de hablar es parte de las suposiciones de mi método. La comunicación no tiene solo un sentido abstracto, sino que actúa y busca cambiar las cosas. La pregunta para cada parábola es: “¿Cómo trató Jesús de cambiar las actitudes y los comportamientos mediante esta parábola?”5
Las parábolas de Jesús merecen una nueva audiencia de parte de personas que están listas para aprender y seguir su instrucción. Hay muchos estudios sobre las parábolas, como evidencian aquí las notas y la bibliografía. Pero si hay un área en los estudios del Nuevo Testamento que necesita mayor publicación, aunque sea sorprendente, ésa es las parábolas de Jesús. A pesar de la voluminosa cantidad de material escrito sobre las parábolas, poco hay que relativamente ofrezca a pastores y maestros ayuda buena y comprensiva.6 Muchos solo estudian parábolas escogidas relativas con sus propias necesidades. Considerable cantidad de los estudios disponibles son tan esotéricos o tergiversados por suposiciones de metodología y filosofía que su empleo resulta difícil para los que tratan de encontrar el sentido a las enseñanzas de Jesús. Se ha dado mucha información útil y hay mucho entendimiento pero, al final de cuentas, el juicio respecto de la interpretación moderna de las parábolas de Jesús lo encuentra deficiente. Veremos cada vez más que este es el caso con el análisis de las distintas parábolas.
Historia necesaria
Conocer la historia de la interpretación implícitamente es un requisito previo para estudiar las parábolas de Jesús. Esa historia se ha contado muchas veces y no necesita que se repita aquí.7 Sin embargo, debemos mencionar dos partes esenciales de la historia, pues ellas determinan de una forma u otra casi toda la interpretación moderna de las parábolas. Primero, la tendencia casi universal de los intérpretes hasta finales del siglo diecinueve era alegorizar las parábolas.8 Alegorizar es la práctica interpretativa de hacer una alegoría lo que no es alegoría. O sea, las personas han leído en las parábolas elementos de la teología eclesiástica que tienen poco que ver con las intenciones de Jesús. Un ejemplo revelador, y citado muchas veces, de alegorización es la interpretación de Agustín de la parábola del Buen samaritano (Lc 10.30-37), en la cual da una interpretación teológica casi a cada elemento de la parábola: el hombre es Adán; Jerusalén es la ciudad celestial; Jericó es la luna, que representa nuestra mortalidad; los ladrones son el diablo y sus ángeles que despojan al hombre de su inmortalidad y lo hieren persuadiéndolo a pecar; el sacerdote y el levita son el sacerdocio y el ministerio del Antiguo Testamento; el buen samaritano es Cristo; la curación de las heridas es la restricción del pecado; el aceite y el vino son el consuelo de la esperanza y el ánimo a trabajar; el burro es la encarnación; la posada es la iglesia; el día siguiente es la resurrección de Cristo; el dueño de la posada es el apóstol Pablo; y los dos denarios son los dos mandamientos de amor o la promesade esta vida y en el mundo venidero.9 ¡Con esta interpretación muy poco reflejamos el propósito de Jesús al contar esta parábola! Otro ejemplo es la interpretación de Gregorio el Grande de la parábola de la higuera estéril (Lc ١٣.٦-٩): las tres veces que el dueño viene a buscar fruto en la higuera se interpreta como la venida de Dios al mundo antes de la ley, su venida al escribirse la ley, y su venida en gracia y misericordia en Cristo. El viñador representa a los que gobiernan la iglesia, mientras que cavar y abonar refieren la reprensión de los infieles y la memoria del pecado.١٠
La práctica de alegorizar no empezó con la iglesia; aparece en algunos escritos de Qumrán, como 1QpHab 12.2-20 (interpretando Hab 2.17), su uso es frecuente en los escritos de Filón y por los intérpretes helénicos de Homero y Platón. La alegorización posterior de la iglesia se basó en la hipótesis que la Escritura podría tener cuatro niveles de significado: el sentido literal, el sentido alegórico-teológico, el sentido ético y el sentido celestial que refleja la bienaventuranza del futuro.11 Era aceptable tener varias interpretaciones alegóricas de un mismo texto. Las quejas contra las alegorizaciones,12 aun de personas que la practicaban, surgieron a principios en la historia de la iglesia pero, conforme notaremos implícitamente en todas las parábolas, se suponía que la alegorización era la clave para la interpretación de las parábolas.
Alegorizar es más una meditación del texto que su interpretación, por tanto se debe tener cuidado al evaluar a los que alegorizan. Personas como Agustín no son ignorantes, y quienes alegorizaban disfrutaban una relación viva con el texto y estaban convencidos que el texto tenía poder para dirigir sus vidas. Es más, ellos no basaban su doctrina en la exégesis alegórica, sino que establecieron controles para prevenir excesos como limitar a los que puedan participar de ese método interpretativo y términos dentro de los cuales debían trabajar.13 Además, alegorizar no es una forma legítima de interpretación. Confunde el mensaje de Jesús, reemplazándolo con la enseñanza de la iglesia o de alguna ideología. Tal procedimiento interpretativo supone que uno conoce la verdad antes de leer el texto y encuentra la verdad en paralelo con el texto que se lee, aún si el texto tratara otro tema. No es necesario ser genio para percatarse que los eruditos actuales rechazarían la alegoría con venganza; sin embargo, aun con tal oposición, la alegoría siempre encuentra su camino de vuelta en la interpretación.
Nadie ha rechazado la alegoría y la alegorización tanto como Adolf Jülicher, erudito alemán del NT, cuya influencia es la segunda pieza elemental para entender la historia de la interpretación de las parábolas. La obra de dos volúmenes de Jülicher sobre las parábolas a fines del siglo diecinueve, ha dominado el estudio de las parábolas aunque no haya sido traducida.14 En su guerra contra la alegorización, Jülicher rechazó completamente la alegorización y la alegoría como género literario. Negaba que Jesús empleara la alegoría, la cual él definía como una serie de metáforas relacionadas, o características alegóricas, donde un punto de una historia “significa” en realidad algo diferente. Aunque él sabía que el AT tenía alegorías, argüía que la alegoría era muy compleja para Jesús, un predicador galileo simple. Al contrario, Jülicher decía que las parábolas de Jesús eran comparaciones simples y evidentes, sin necesidad de interpretación. Por tanto, rechazó completamente las interpretaciones de sentido alegórico que hacía la iglesia. Más aún, donde aparecen alegorías o rasgos alegóricos, como la parábola del Sembrador y la de los Labradores malvados, se debe culpar a los evangelistas. Debido a la influencia de las perspectivas de judíos helenistas de las parábolas, los evangelistas, según la opinión de Jülicher, malinterpretaron las parábolas de Jesús y supusieron que éstas tenían una función encubierta (Mr 4.10-12), y las cambiaron en dichos oscuros y misteriosos.15 Jülicher consideró que las parábolas eran símiles extensos, mientras que las alegorías eran metáforas extendidas. Consideraba el símil