fundamento que afecta e informa el resto de las acciones divinas. El amor de Dios –en hebreo, hesed– se relaciona con el deseo y compromiso divino de responder adecuadamente a las necesidades humanas en el momento oportuno62 . Ese amor es eterno, que es una manera de destacar y afirmar su naturaleza extraordinaria y peculiar.
Otras ideas y valores teológicos fundamentales63 , que se desprenden del estudio de los Salmos, se relacionan con el pueblo de Dios, con la ciudad de Dios –Jerusalén, llamada también Sión–, con el rey mesiánico, con la Ley del Señor, con la respuesta humana a la revelación divina, y con los conflictos y las dificultades de la vida. Junto al tema del reinado del Señor se manifiestan otras preocupaciones existenciales de los salmistas, que revelan las percepciones teológicas de sus autores y de la comunidad.
La comunidad a la que se alude en el Salterio con regularidad se identifica con imágenes pastoriles –p.e. «referencias directas a los pastores y a las ovejas» (Sal 23)–, que ponen en clara evidencia las percepciones rurales y nómadas que tenían algunos escritores de esa literatura64. Las oraciones revelan el deseo humano por entender la existencia en términos de su relación con el Dios que es a la vez rey y pastor. Esas plegarias ponen de relieve la comprensión que el pueblo y los adoradores tenían de las intervenciones históricas de Dios con su pueblo; particularmente muestran la liberación de Egipto y la conquista de Canaán. La intervención redentora de Dios en medio de la sociedad ubica al pueblo como parte de la herencia divina (Sal 74.2).
La ciudad del gran rey es Jerusalén, a la que se alude continuamente como Sión. El Señor mismo escogió esa ciudad para que fuera morada de su nombre, que es una manera poética de afirmar su presencia en medio del pueblo. El Monte de Sión, de esta forma, se convirtió en la morada terrenal de Dios, en contraposición a su estancia eterna en los cielos. Jerusalén, por ser ciudad real, pasó a ocupar un lugar prominente en la teología del Salterio y en la reflexión bíblica; y su importancia se destaca continuamente al llegar a esa región geográfica de Palestina y «subir» a la gran ciudad (Sal 46; 48; 84; 42–43; 120–134; 137).
El regente terrenal de Sión, la ciudad del gran rey, es el monarca davídico, que ha sido designado con el importante título de «ungido» o «mesías», fundamentado en la alianza con al famoso rey de Israel (Sal 89; 132). En su reinado humano se representan los valores y principios del Rey eterno; y en sus formas de implantación de la justicia se revelan los pilares legales y morales que sostienen su administración. Al monarca de Israel se le concede la potestad de representar al Señor ante el pueblo y ante las naciones (Sal 2; 18; 20; 21; 45; 72; 110). El ordenamiento social y las disposiciones jurídicas necesarias para la administración efectiva del gobierno se fundamentan en la Ley de Moisés, que es una especie de constitución que contiene decretos, mandamientos y estatutos divinos.
Para el pueblo de Dios la Ley de Moisés es el distintivo (Sal 105.45; 147.19-20) y la norma que revelan su fidelidad y lealtad (Sal 25.10; 50.16; 103.17-18; 112.1). El monarca israelita, que es el rey ungido del Señor, conoce sus deberes y lleva a efecto su misión administrativa, política, social y religiosa al estudiar cuidadosamente la Ley y evaluar los mandamientos y las ordenanzas con rigurosidad (Sal 18.21-22; 89.30-33; 99.7). Esa Ley, inclusive, se puede convertir en instrumento de gran importancia para la salvación (Sal 94.12-15; 119), pues se entiende que su fundamento y autoridad emanan de la misma creación del mundo (Sal 33.4-7; 93.5; 111.7; 148.6). Los salmos que afirman la Ley de Moisés en el Salterio tienen una gran intensión educativa, pues ponen de manifiesto las virtudes de los mandamientos divinos, que responden a las diversas necesidades religiosas, sociológicas, políticas y sociales del pueblo.
El estudio de la teología en los Salmos revela también las respuestas humanas al reinado de Dios. Del análisis del Salterio se desprenden las diversas formas en que los adoradores se relacionan con Dios. Esas reacciones pueden ser de gozo y lágrimas, de triunfo y frustración, de alegría y tristeza, de alabanza y desesperanza, de perdón y odio, de amor y rencor, de gratitud y dependencia, y de humildad y orgullo. En los salmos se ponen de relieve las más diversas de las experiencias humanas, con sus integraciones y contradicciones, que se nutren y manifiestan en la vida misma.
El conflicto es una de esas manifestaciones humanas que se descubren en los Salmos. En efecto, el reinado del Señor incluye diversos niveles de conflicto, pues el Salterio no solo revela la victoria final y definitiva del Señor sobre las fuerzas cósmicas del mal, del caos y de la historia, sino que pone de relieve las luchas internacionales y nacionales, y los conflictos interpersonales y personales que se libran en los muchos frentes de batalla de la vida. Como el reino del Señor irrumpe en la historia a través de un regente humano, y enfrenta vicisitudes, problemas y desafíos propios de las instituciones sociales, políticas y religiosas de la época, la oposición y los conflictos son parte integral de la vida. Se oponen al reino divino las naciones paganas, la gente infiel y los dioses falsos, a los que se alude sistemáticamente en los salmos (Sal 9–10).
Ese mundo natural de conflictos continuos y contradicciones inesperadas presenta a los adoradores en sus realidades cotidianas y en sus vivencias inmediatas. Los seres humanos en el libro de los Salmos son figuras que deben enfrentar la existencia humana con sentido de fragilidad, finitud, mortalidad y vulnerabilidad. Los personajes del Salterio deben enfrentar las dificultades humanas y reaccionar a las complejidades de la vida con las herramientas que las personas mortales tienen para responder a los desafíos ordinarios y extraordinarios que les presenta la existencia. La teología de los Salmos no presupone gente con poderes extraordinarios que no están sujetos a las crisis personales, familiares, comunales, nacionales e internacionales. La gente que adora en el Salterio –y también la que se ve representada en sus poemas– es la que en la vida debe enfrentar las vicisitudes formidables, que reclaman lo mejor de su intelectualidad y moralidad.
El Dios que es también rey tiene una serie de atributos extraordinarios, entre los cuales se destacan los siguientes:
• Es creador de cuanto existe, pues todo lo hizo mediante el poder de su palabra (Sal 33.6-9).
• Es dueño de todo, pues como creador afirma su autoridad y señorío sobre toda la creación (Sal 103.19);
• Es providente, pues se acuerda de su creación para darle protección y para darle apoyo a las personas, los pueblos, los animales, las cosas y el mundo entero (Sal 145.15-16).
• Es el Dios de Israel, pues escogió a esa nación para que le representara entre los pueblos y fuera agente de su voluntad a la humanidad (Sal 135.4).
• Es bueno y bondadoso, pues derrama constantemente su amor sobre sus criaturas (Sal 100.5).
• Es legislador, pues reveló su ley a la humanidad y gobierna a los pueblos a través de esa legislación de gran contenido ético, espiritual y moral (Sal 19.9).
• Es misericordioso, pues manifiesta su amor extraordinario para perdonar a su pueblo (Sal 51.1-2).
• Es juez justo, que analiza el comportamiento de la humanidad y evalúa con rectitud sus decisiones (Sal 58.12).
• Y es santo, pues su particular naturaleza divina sobrepasa los límites de comprensión humana (Sal 139.6).
Con la afirmación elocuente «mi Dios y mi rey» llegamos al corazón de la teología del Salterio. Esa declaración de fe extraordinaria no solo es teológica y espiritual sino política, económica y social. Se relaciona con el reconocimiento de Dios como rey, y con la seguridad política y social que la presencia divina le brinda a la persona que adora. La frase supera las comprensiones tradicionales de la divinidad y pone de manifiesto el fundamento de la teología de los Salmos: Dios se relaciona con su pueblo no solo como su divinidad lejana y remota sino como su monarca cercano e íntimo, y esa relación histórica y espiritual revela la base misma de la confianza y las esperanzas de las oraciones individuales y colectivas.
Dios, que es rey supremo y eterno, tiene el deseo, la capacidad, el valor, la dedicación y el compromiso de responder a los clamores más íntimos de sus adoradores. Y esa afirmación teológica es fuente de esperanza y seguridad. Por esa razón espiritual, los pobres claman al Señor, y aún el alma sedienta del adorador se allega con humildad ante su presencia, para recibir