Samuel Pagán

Comentario de los salmos


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lectura cuidadosa del Salterio pone en evidencia que el factor básico que une los diversos tipos y géneros de salmos es Dios: Los himnos exaltan su grandeza y poder; las súplicas imploran su ayuda y misericordia; las acciones de gracias reconocen sus favores y su amor; los salmos reales dan testimonio del plan redentor de Dios hacia Israel y la humanidad; y los poemas educativos y sapienciales afirman y destacan los valores morales, éticos y espirituales que se desprenden de su revelación extraordinaria.

      Esta comprensión teológica del Salterio nos lleva al tema de la escatología, que contiene afirmaciones religiosas de gran importancia histórica y que también goza de gran popularidad en algunos círculos eclesiásticos contemporáneos. De antemano, es importante indicar lo que entendemos en este estudio por «escatología», que tradicionalmente se define como el discurso sobre «las cosas últimas». En nuestro contexto, nos referimos a los momentos postreros de la vida de las personas y su futuro en la ultratumba; se trata, más bien, del destino que le aguarda a los seres humanos al final de sus días, y luego de la muerte. El Dios del Salterio, que ciertamente es rey de la tierra, el cosmos y la humanidad, tiene la capacidad de intervenir y decidir la suerte de los fieles y consumar el destino final de Israel, de todo el mundo y del cosmos.

      La gran mayoría de los salmos, en la tradición del Antiguo Testamento, se hacen eco de las creencias tradicionales del pueblo respecto a lo que sucede más allá de la vida. Después de la muerte, las personas llegan al sheol –lugar que, en el pensamiento antiguo, se suponía estaba ubicado debajo de la tierra–; y allí permanecen en un estado en el cual no pueden alabar a Dios, que es una referencia poética a la infelicidad que se vivía (Sal 88.11-13; 6.6; 115.17; 141.7). Esa creencia hace que la teología de la retribución divina tenga gran importancia, pues afirma que las personas deben recibir en la vida el resultado de sus actos buenos y malos. Y aunque es motivo de preocupación la prosperidad de la gente malvada, el salmista confía que Dios intervendrá en el momento oportuno para hacerle justicia.

      La comprensión adecuada y la aplicación sabia de la teología del Salterio que pone de manifiesto el tema del reinado divino, debe tomar en consideración la ideología que presuponen estas enseñanzas. Los salmos de la realeza del Señor, junto a los que presentan las imágenes de la figura del rey, incluyen las ideologías imperantes en esa época, que en ocasiones propiciaban la dominación y el imperialismo. Esas ideologías deben ser identificadas, analizadas y explicadas con criticidad, cautela y sobriedad.

      Los salmistas, utilizando las herramientas literarias, teológicas, ideológicas y filosóficas que poseían en su época, presentaban al Dios que ejercía su voluntad por medio de los ejércitos y las armas. Y aunque el objetivo misionero del pueblo y sus líderes era anunciar y presentar las virtudes del único Dios verdadero, y también recordar y afirmar las promesas hechas a los antiguos patriarcas y Mtriarcas de Israel, lo hacían por medio de las guerras de conquistas que a veces tenían propósitos imperialistas. El presupuesto teológico parece ser que mientras mayor era el número de conquistas y triunfos, mayor era también la manifestación de la gloria divina.

      Una lectura cristiana de los salmos, particularmente de los poemas del reino de Dios, le añade una nueva dimensión teológica y transforma la perspectiva antigua del Salterio. En Jesús, la importante convicción, afirmación y declaración de la realeza divina y el ejercicio del poder se llevan a efecto de forma diferente. Jesús es el rey universal, pero su ascensión no fue a los tronos humanos llenos de esplendor y pompas, sino a la cruz, que es símbolo de justicia, rectitud y esperanza. El objetivo de su ascensión no fue la demostración del poder para ofender, herir, cautivar y controlar, sino su deseo de dar vida y vida en abundancia a la humanidad (Jn 10.10).

      Desde la cruz, el Señor, llama a la humanidad a seguir sus enseñanzas y atrae a los pueblos a sus mensajes, que se basan en la misericordia, el amor, la solidaridad y el perdón. El Cristo de la cruz no lleva a efecto un programa de conquistas imperialistas sino presenta que los mensajes de paz y justicia, las enseñanzas de amor y misericordia, los valores del perdón y el arrepentimiento, y las virtudes de la fe y la esperanza.

      Los cuatro evangelios están de acuerdo en afirmar que Jesús es rey, y esas enseñanzas se manifiestan especialmente en las narraciones de la pasión. Sin embargo, la teología cristiana afirma, fundamentada en los discursos de su líder y Maestro, que los medios para adelantar el reinado del Señor en el mundo no es la violencia, ni la opresión, ni la conquista militar, sino las demostraciones concretas de amor, y el disfrute de la justicia, que es el resultado pleno y adecuado de la implantación de la paz.

      El bienestar de los siervos y las siervas del Señor tiene serias repercusiones teológicas, espirituales, políticas, sociales, económicas y emocionales. Ese shalom divino produce en la gente que es sierva del Señor un sentido grato de paz, felicidad, bondad, salud, esperanza, integridad y seguridad, pues se fundamenta en la relación armónica y fiel entre la persona que adora y Dios. Quienes se oponen a esa relación íntima y afectan el shalom divino, ofenden no solo a la persona aludida sino a Dios mismo. Cuando se altera la paz y el bienestar humano se hiere la voluntad de Dios, que está seriamente comprometida con esos importantes conceptos.

      Los llamados «enemigos» que se incluyen en el Salterio, son los que han afectado el shalom o la paz y armonía de la gente de bien o de la sociedad. Sus actitudes ingratas y acciones injustas van en contraposición a la voluntad divina. Esos enemigos individuales o nacionales que se presentan en el Salterio, no solo hieren y afectan a las personas, y desafían y retan la seguridad de las naciones, sino que se oponen a Dios y a su reinado de paz y justicia en el mundo. La hostilidad y adversidad de los enemigos no es vista en el libro de los Salmos únicamente como un esfuerzo humano para contrarrestar algunas iniciativas personales o colectivas, sino como una acción hostil que va en contra de la revelación del Señor a la humanidad.

      Los siervos del Señor y los enemigos se identifican en el Salterio como los justos y los malvados, para relacionarlos con sus comportamientos, acciones y conductas. La persona justa es la que vive de acuerdo con los principios de justicia que se revelan en la Escritura y que se afirman en los Salmos. Por su parte, las personas malvadas son las que no aceptan los valores divinos como guías para sus decisiones y acciones. La gente justa, que teme al Señor y es fiel (Sal 85.5,9; 86.2; 116.15; 135.20), también se conoce por su rectitud y lealtad, pues el carácter y la dignidad de esas personas emanan de un sentido de confianza plena y seguridad en el Señor.

      Los hombres y las mujeres que sirven al Señor piensan, actúan y viven de acuerdo al shalom divino. El bienestar de los individuos y de la humanidad no es el tema de la especulación hipotética sino el propósito fundamental de sus vidas. La gente malvada, por el contrario, vive de espaldas a la voluntad de Dios e ignora las necesidades humanas. La conducta que presenta este sector adverso y hostil de la sociedad revela arrogancia, prepotencia, violencia e injusticia (vea, particularmente, el Salmo 10). Y su prosperidad y triunfo temporero es motivo de preocupación y dolor para la gente justa, que puede superar esos sentimientos de frustración y preocupación únicamente confiando en las promesas de Dios (Sal 34; 37; 49; 73).

      En las contradicciones humanas del reinado del Señor se incluyen dos términos de gran importancia teológica y espiritual: los pobres y los fuertes. Esas palabras describen nuevos niveles de sentido de los justos y los malvados. La persona pobre que clama al Señor en el Salterio (Sal 35.10) es también descrita como justa, leal, necesitada, humilde, menesterosa, débil y afligida. Es la gente