Rebecca Manley Pippert

Sal


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es que hemos sido creados para ser dependientes de Dios, no autosuficientes. Por eso, Jesús nunca se avergonzó de su dependencia de Dios. No le avergonzaba reconocer que necesitaba orar pidiendo dirección o que estaba cansado o hambriento: porque eso es lo que significa ser humano.

      Tal como somos

      Si Jesús aceptó su dependencia de Dios sin que eso le avergonzara, entonces nosotros también debemos aceptar nuestra dependencia. Quizá pensamos que ya lo hacemos, pero, ¿lo hacemos realmente?

      Yo diría que, en toda la creación de Dios, solo a los seres humanos nos cuesta aceptar nuestra verdadera forma. Y cuanto más éxito tenemos en la vida, ¡más difícil nos resulta!

      Reflexiona: ¿has pensado alguna vez que los perros no se enojan por no ser gatos? Las ardillas no sienten envidia porque no son vacas. La luna no está resentida por no ser el sol. Lo cierto es que, en toda la creación de Dios, los seres humanos somos los únicos que estamos molestos por cómo somos. ¿Por qué? ¡Porque nuestra naturaleza dependiente siempre nos recuerda que no somos Dios! Queremos acercarnos a cada situación, incluyendo la proclamación del evangelio, como seres omniscientes y todopoderosos que disponen del control en todo momento. Secretamente, estamos frustrados —o por lo menos avergonzados— porque nuestra incapacidad significa que siempre tenemos que depender de Dios.

      Sin embargo, Jesús muestra de forma preciosa de dónde proviene nuestra alegría: de darnos cuenta de que somos incapaces y que eso no nos debería molestar, ¡y que Dios es completamente capaz! La maravillosa noticia es que nuestra debilidad e incapacidad no son un obstáculo para que Dios obre a través de nosotros. Jesús dijo: “Dichosos los pobres en espíritu” (Mateo 5:3). En otras palabras, felices los que ven que no son capaces. ¿Por qué? ¡Porque solo cuando vemos que no somos capaces, estamos dispuestos a volvernos a Aquel que sí lo es!

      Así que aprender a celebrar nuestra pequeñez es solo la primera parte. También debemos aprender de dónde viene el verdadero poder. Dios no nos ayudará cuando intentemos vivir la vida cristiana con nuestras propias fuerzas. Solo si admitimos nuestra naturaleza dependiente, veremos nuestra necesidad de depender del poder de Dios. Y en cuanto aceptamos nuestra necesidad, ¡Dios se pone a trabajar! Puede que no sepamos cómo alcanzar a una persona con el evangelio, ¡pero Dios sí! Es posible que se nos acabe el amor hacia alguien no creyente, ¡pero a Dios no!

      El autor John Arnold lo expresó de esta manera en su libro Seeking Peace:

      “ Nuestra debilidad e incapacidad no son un obstáculo para que Dios obre a través de nosotros”.

      “Cuanta más confianza tengamos en nuestras propias fuerzas y habilidades, menos confiaremos en Cristo. Nuestra debilidad humana no es un obstáculo para Dios. De hecho, mientras no la usemos como excusa para pecar, es bueno ser débil. Pero aceptar nuestra debilidad es más que reconocer nuestras limitaciones. Es experimentar un poder mucho más grande que el nuestro y rendirnos a él. Como dijo [el teólogo alemán del siglo XX] Eberhard Arnold: ‘Esta es la raíz de la gracia: el desmantelamiento de nuestro poder [...] En mi opinión, esta es la idea más importante para entender el reino de Dios’” (citado en Marva J. Dawn, Powers, Weakness, and the Tabernacling of God, p. 62).

      Apúntate esta gran verdad: a Dios le agrada usarnos tal y como somos, con las preguntas que no podemos responder, con nuestros miedos y fracasos pasados.

      Debemos seguir recordando lo que el Señor dijo a Pablo: “Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). Tendemos a olvidar (o tal vez elegimos no recordar) que Dios siempre ha usado a los débiles para cumplir sus propósitos. Pensamos que Dios no puede usarnos porque no somos lo suficientemente inteligentes, lo suficientemente buenos o lo suficientemente seguros, y no conocemos suficientes versículos bíblicos. O pensamos que nos utilizará solo cuando seamos todas esas cosas. Pero Dios siempre ha elegido usar a los débiles.

      Abraham adoraba a la luna, que no era precisamente la mejor característica para convertirse en el padre de Israel. David era un pastorcillo tan infravalorado que a su padre ni siquiera se le ocurrió presentárselo al profeta Samuel; sin embargo, se convirtió en el mayor rey que ha tenido Israel. La mujer samaritana de Juan 4 tenía un pasado y un presente turbios, pero se convirtió en la primera cristiana y, casi inmediatamente, en la primera evangelista de su comunidad.

      GLORIA EN LA DEBILIDAD

      Jesús no nos descalifica por nuestros fracasos confesados o promesas rotas. Quiere usarnos ahora, donde estamos, tal como somos. ¿Por qué podemos salir al mundo en debilidad, pero confiando en la fuerza de Dios? Porque Jesús, el Señor de señores y el Rey de reyes, vino a nuestro planeta en debilidad. ¡El Señor del universo, con toda su inmensidad, se convirtió en la forma de vida más pequeña! No solo se hizo hombre, o bebé o feto. ¡El Señor del universo, el Rey de gloria, se convirtió en un embrión!

      Como dijo el pastor y autor neoyorquino Tim Keller en un precioso sermón, Jesús estuvo dispuesto a descender tan bajo para levantarnos: levantarnos de la ciénaga de nuestro pecado y llevarnos a una gloriosa relación con Dios. Jesús nos ofrece su fuerza, su poder y su sabiduría porque, aunque vino en debilidad, ahora reina en el cielo.

      Y quiere usarnos para ser sus testigos.

      Hazte a un lado, Becky

      Dios se ha glorificado en mi debilidad. Mi fe ha crecido a lo largo de los años mientras aprendía a confesar a Dios mi debilidad y mi total dependencia de él. Una y otra vez he visto que Dios sabe cómo llegar a mis amigos escépticos, incluso cuando yo no sé.

      Cuando Dick y yo nos establecimos en el Reino Unido para poder servir en Europa, los tres primeros años vivimos a las afueras de Belfast, en una ciudad llamada Holywood. Después vivimos tres años en Oxford y pasamos gran parte del último año en Londres. Al final de nuestro segundo año en Holywood, pedí hora para hacerme la manicura el día antes de volar a Michigan para el verano.

      De camino al salón de manicura, empecé a pensar en la chica que me había atendido durante esos dos años. Heather era una joven encantadora, pero sin interés alguno en la fe. Solo le interesaba la belleza y la moda. Había empezado a abrirse y a contarme su vida, pero cuando yo mencionaba la fe, ella siempre cambiaba de tema. Así que, mientras iba de camino, oré: “Señor, lo he intentado todo para despertar la curiosidad de Heather por el evangelio, pero no está interesada. Si hay una manera de llegar a ella, tendrás que ser tú quien lo haga, porque yo no puedo”.

      En el salón había un estante con un montón de revistas apiladas una encima de la otra. Fui a coger la revista que estaba arriba, cuando de repente sentí la necesidad de tomar la del medio. ¡Era casi como si hubiera una gran flecha apuntando hacia ella! Entonces fui a la mesa de Heather para hacerme la manicura.

      Cuando empezó a arreglarme una mano, con la otra me puse a pasar las páginas hasta que de repente me detuve y miré fijamente una foto. Seguí pasando páginas, pero de vez en cuando volvía atrás a mirar aquella foto. Heather finalmente preguntó: “¿Por qué demonios sigues regresando a esa página? ¿Qué hay?”.

      “Es por la foto de una mujer muy guapa y elegante. Lleva un magnífico abrigo y un sombrero, pero no se le ve bien la cara”, dije. “Es tan extraño… Es como si la conociera. Pero eso es imposible”.

      Entonces caí en la cuenta. Le dije a Heather: “¡Ya sé quién es! ¡Es Jenny Guinness! Esta foto fue portada de la revista Vogue hace años, cuando era una conocida modelo. Más tarde se casó con mi buen amigo Os Guinness”.

      Heather dijo: “¿Conoces a una modelo que salió en la portada de la revista Vogue?”. Mientras yo asentía, se volvió hacia toda la gente que había en el salón y dijo: “¿Sabéis qué? ¡Becky conoce a una modelo que salió en la portada de la revista Vogue!”.

      Y entonces empecé a contarle a Heather que, durante su carrera como modelo, Jenny empezó a sentir que su vida estaba vacía y eso la llevó a una búsqueda espiritual. Los ojos de Heather se abrieron de