Muñoz creó un cine club en la escuela de Antropología que estaba en la calle de Moneda, en donde proyectaron películas que incidían en la práctica etnográfica, como Nanook of the North (1922) y Man of Aran (1934) de Robert Flaherty y novedades como Cronique d´un été (1960) de Jean Rouch y Edgar Morin.6 Esa experiencia le permitiría fundar en 1960 el Departamento de Cine de la Dirección de Estudios Antropológicos del INAH, que le serviría como plataforma para la realización de su primera película: La danza de los tlaconeros de Tixtla, Guerrero.7 Con el tiempo, además de Él es Dios, haría otras películas en el INAH, como Carnaval en Tepoztlán (1961), Semana Santa en Tolimán (1967) y El día de la boda (1968), que filmaría en colaboración con los antropólogos Gastón Martínez Matiella y Lina Odena Güemes. También destaca su cortometraje Peregrinaciones a Chalma (1972), codirigido con Fernando Cámara Barbachano.
Para la realización de Él es Dios Muñoz, se asoció con Guillermo Bonfil Batalla y Arturo Warman, dos jóvenes antropólogos egresados de la ENAH, con quienes compartía la afición por el cine.8 En 1965, año en que se inició la filmación, Warman tenía 28 años y Bonfil 30. Los dos compartían su desacuerdo con la antropología oficial en la que prevalecía una visión integracionista, que expresarían por escrito en De eso que llaman antropología mexicana, un libro publicado en 1970 en el que colaboraron otros colegas, entre los que se encontraban Margarita Nolasco, Mercedes Olivera y Enrique Valencia, y que se adscribían a la práctica de una “antropología crítica”.9 En el capítulo del libro “Todos santos y difuntos. Crítica histórica de la antropología mexicana”, Arturo Warman trazaba un panorama amplio de la historia de la disciplina en el país, que desde su punto de vista escondía en el integracionismo un afán colonizador al tiempo que señalaba que los antropólogos oficiales habían terminado por burocratizarse renunciando al ejercicio objetivo de la ciencia.10 Por su parte, Guillermo Bonfil consideraba que: “Si algún reproche debe hacerse a los indigenistas de esa época —y no sólo a ellos: a casi todos los intelectuales de la revolución consumada— es el haber abandonado el ejercicio indeclinable de la crítica”. Como una posible solución, proponía una nueva práctica disciplinar que pudiera eludir un esquema colonial y de dominación (la dialéctica amo-esclavo), y que entendiera la diversidad de la población indígena en el caso mexicano. Sólo desde una posición crítica, decía Bonfil, el antropólogo podría comprender lo que habitualmente describe.11
[...] el antropólogo debe adquirir herramientas conceptuales que ahora no forman parte del adiestramiento académico, sobre todo aquellas que le permitan entender el funcionamiento y la organización de sociedades amplias, complejas y estratificadas —especialmente sus mecanismos de poder—, que serán el marco donde se ubique el estudio detallado de grupos particulares.12
Él es Dios fue uno de los primeros productos académicos de investigación de Warman y Bonfil. Es indudable que esa película fue el punto de partida de muchas de las ideas que pocos años después expresaron sus trabajos escritos. En ese sentido, se trata de una experiencia determinante, junto con su crítica al autoritarismo oficial también vinculada a su cercanía al movimiento estudiantil de 1968.13 En la documentación de los grupos de danza tradicional conocidos como “concheros”, encontraron una manera de practicar una nueva antropología. Asimismo, Warman empleó la grabadora magnetofónica para hacer los registros sonoros de la película,14 y al tiempo que Bonfil se estrenó como guionista. Incursionaron en el cine no para hacer una película de divulgación, sino como un ejemplo de práctica etnográfica y profesional. Además de la fotografía de Víctor Anteo, la película contaría con apoyo del ilce y la voz de Claudio Obregón, un actor recurrente en la escena del cine independiente de los años sesenta en México. Seguramente influidos por Cronique d´un été (Crónica de un verano) de Rouch y Morin, la cinta clave del cinéma verité que abría un camino hacia el registro de la vida cotidiana por parte de la antropología y la sociología, el equipo se lanzó a la investigación/filmación del documental sobre las organizaciones de concheros en México.15
EL PASADO PRESENTE...
El documental comienza mostrando a la Ciudad de México de los años sesenta. La cámara se ubica en el piso más alto de la Torre Latinoamericana para mostrar un skyline urbano. Después se muestran imágenes a nivel de piso del bullicio de gente caminando en la banqueta de San Juan de Letrán, emblema del México moderno. Posteriormente, se muestran los trabajos arqueológicos en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Un primer paneo de la cámara muestra los edificios modernos del multifamiliar construido allí por Mario Pani. Un segundo, los glifos prehispánicos en
Conchero con penacho, Ciudad de México, ca. 1958.
SECRETARÍA DE CULTURA-INAH-SINAFO F.N.-MEX. Archivo Casasola-Fototeca Nacional. Inv. 627353. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
el costado de una pirámide. Se manifiesta la idea de que bajo la superficie de un México moderno se esconde una raíz indígena, un concepto que no tarda en ser confirmado por la voz over del locutor, Claudio Obregón:
Resultó difícil seleccionar el tema. No por escasez: por abundancia. Toda ciudad esconde, entre su ritmo arrollador, las huellas del pasado. Nos asaltan a cada paso, penetradas, enterradas, medio ocultas por la maraña de cristal en el centro. Aquí, son las ruinas del México prehispánico: incógnita permanente. Allá, los muros coloniales. Los viejos recintos de la vida muerta. O casi muerta.
Entonces la cámara descubre a una agrupación de concheros (llevan una bandera que los identifica como la “Agrupación de Danza Azteca”) caminando en la plaza de Tlatelolco rumbo al santuario de Guadalupe en La Villa, mientras que la voz over se pregunta reiteradamente quiénes son estos hombres, que no se remiten al pasado, sino al presente.
El arranque del documental no es inocente. Tampoco del todo original. La idea de representar la coexistencia del México moderno con el tradicional ya había sido utilizada en Raíces (Benito Alazraki, 1953), una película producida por Manuel Barbachano Ponce, y que ha sido considerada pionera del cine independiente en el país, la cual iniciaba con imágenes asociadas con la modernidad (la esquina bulliciosa de San Juan de Letrán con Avenida Madero, los rascacielos de Avenida Reforma, la Ciudad Universitaria, una refinería), para terminar refiriéndose a la población indígena como una suerte de raíz de lo contemporáneo, como el título indicaba. En 1965, la misma selección de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco ya era un tópico para la representación de la compleja relación del país con el tiempo: más que una línea continua y progresiva de eventos, la convivencia de elementos arquitectónicos del pasado prehispánico, colonial y moderno en la Plaza suponía una representación superpuesta de la historia, una forma de resolver una ansiedad sobre una modernidad capaz de
Danzantes concheros frente a la Basílica de Guadalupe, Ciudad de México, ca. 1935.
SECRETARÍA DE CULTURA-INAH-SINAFO F.N.-MEX. Archivo Casasola-Fototeca Nacional. Inv. 92814. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
borrar la especificidad del país y sus tradiciones.16 Tlatelolco era en el imaginario de los años sesenta una suerte de palimpsesto de la memoria, y por eso parece ser justamente el sentido que adquiere en las escenas iniciales de Él es Dios.17 La película muestra las piedras y los vestigios del pasado, pero sobre todo a los hombres que heredaron la tradición. En voz over, el locutor recrimina la búsqueda de pátina histórica en edificios. Es el triunfo de la antropología sobre la historia y sus fetiches; un buen golpe al conservadurismo de los historiadores del arte de entonces, como Justino Fernández o Francisco de la Maza, y una llamada al espectador para buscar al hombre:
¡Con cuánta frecuencia