Debe haber algo más profundo que la pátina de los viejos edificios. Algo más íntimo y esencial. Siempre quedan residuos, añoranzas, dudas. Queda siempre en nosotros algo del pasado. Hay quienes lo esconden recelosos. Hay quienes lo muestran con orgullo.
En contra de una antropología convencional que partía de la ciudad para estudiar a personajes campesinos, Él es Dios implica la posibilidad de hacer un ejercicio de antropología urbana, de encontrar una alteridad significativa en el escenario de un país que en ese momento (1965) parecía estar viviendo el momento climático de una nueva modernidad. Un año antes se había inaugurado el Museo Nacional de Antropología como emblema de cómo un pasado glorificado establecía una conexión con el presente. El documental pone en crisis esa estabilidad para encontrar una tradición que está viva, situada en el corazón de una modernidad aparente. Las personas estudiadas no eran los indígenas situados en comunidades remotas, sino sus herederos, presentes en la cotidianidad de la vida moderna. Un preámbulo de las ideas que muchos años después Guillermo Bonfil Batalla desarrollaría en su famoso libro, publicado en 1987, México profundo: una civilización negada.18
EL EJERCICIO CONSCIENTE DE LA SUBJETIVIDAD
Una vez identificado al grupo de danza tradicional, que se presenta por primera vez bailando en el atrio de la iglesia de Santiago Tlatelolco, el documental aborda el interés de indagar sobre quiénes son ellos. Es interesante que desde la voz del locutor no dudan en mostrar la posición subjetiva del equipo como antropólogos. Relatan al espectador las vicisitudes de la investigación, como la búsqueda del informante clave:
El primer problema fue encontrar un buen enlace con los danzantes; alguien que sirviera de puente entre los dos mundos. Tuvimos suerte. Al poco tiempo dimos con Andrés. Comprendió nuestra intención, aceptó participar. Nos ayudaría hablándonos de los concheros, relacionándonos con algunos grupos, y permitiéndonos seguir, cámara en mano, ciertos momentos de su vida personal. Le pedimos sinceridad absoluta. “Bueno —contestó—. Eso no va a ser fácil: yo paso la vida actuando”.
A diferencia de otros documentales antropológicos realizados en México hasta entonces, en donde la voz over jugaba un papel de narrador todopoderoso y omnisciente, que se daba a la tarea de explicar a los sujetos de estudio desde una posición de superioridad, en Él es Dios se establece desde el principio una posición de diálogo con la alteridad que los antropólogos intentan comprender.19 El guion da cuenta al espectador del proceso de investigación, de la manera en la que se realizó el estudio de los concheros. Por eso Warman y Bonfil no temen aparecer muy pronto a cuadro, en las primeras escenas en las que entrevistan al capitán Andrés Segura, el “capitán de la danza azteca”. La cámara nos muestra el primer acercamiento con él: aparece caminando por las calles de la Ciudad de México e impartiendo una clase de danza contemporánea: el dispositivo documental no lo obliga a escenificar su premodernidad, sus “supersticiones” o su necesidad de “redención”. La voz over nos informa que estudió medicina, que es coreógrafo y maestro de danza moderna.20 El dispositivo desplegado por el documental no parte de la premisa de que hay una oposición excluyente entre modernidad y tradición: en la pantalla Andrés Segura vive plenamente ambas nociones, sin contradicciones.
El documental narra cómo Andrés Segura introduce al equipo en diversos ámbitos del grupo de concheros. En algún momento
Guillermo Bonfil Batalla y Andrés Segura en una ceremonia de graniceros, Cueva de Las Cruces, Tepetlixpa, Estado de México.
Foto fija del documental “Él es Dios”.
ALFONSO MUÑOZ, 1964.
Archivo Fotográfico Alfonso Muñoz Jiménez.
Cortesía Lina Odena Güemes.
Andrés Segura en una ceremonia de graniceros, Cueva de Las Cruces, Tepetlixpa, Estado de México.
Foto fija del documental “Él es Dios”.
ALFONSO MUÑOZ, 1964.
Archivo Fotográfico Alfonso Muñoz Jiménez.
Cortesía Lina Odena Güemes.
la cámara muestra una panorámica de la barriada pobre de la ciudad a la que acuden para presenciar la ceremonia de velación.21 Vuelven a aparecer los antropólogos a cuadro conversando con los organizadores que realizan preparativos. Se ve la llegada de los participantes a la ceremonia. Durante la velación, vemos rostros, actitudes, cantos y ceremonias. Se escucha la frase “Él es Dios” repetida por los asistentes al ritual, registrada con precisión por Warman en su grabadora. Esto dará pie al título, que sorprendentemente aparece en los créditos cuando la película lleva poco más de un tercio de su duración total. La voz over consigna la inquietud y el desconcierto del equipo de filmación, a pesar de que ninguno de los asistentes se inmuta ante la presencia de la cámara:
El ambiente se había apoderado ya de nosotros. Cuando lográbamos ubicar fríamente la atención eran tantos los elementos que llevaban a pensar en las misas negras en Europa. Tantos otros, como los collares y el copal que conducían nuestra imaginación hacia el mundo prehispánico. Tantos, en fin, los que hablaban de un catolicismo popular y de viejas hechicerías, que durante esa noche nos olvidamos del lugar y la época en que vivimos: la Ciudad de México, en 1965.
Queda entonces establecida la posición del antropólogo en el dispositivo generado por el documental. En contra de una posición omnisciente y colonial, se asume con naturalidad una subjetividad que será la clave para poder establecer un diálogo con las comunidades a las que se quiere comprender. Se procura una igualdad como base para el trabajo etnográfico. Pocos años después, Bonfil describiría críticamente la posición de los antropólogos oficiales:
Hasta hoy, en términos del indigenismo que ve el problema indígena como un problema de aculturación, el antropólogo resulta ser el especialista clave: él puede comprender las culturas indias y señalar las vías de acción que resulten aceptables para las comunidades y que logren así las finalidades de la sociedad dominante con el menor grado posible de conflicto y de tensión. Dicho con palabras menos elegantes: es un técnico en manipulación de indios.22
En Él es Dios la figura de los antropólogos aparece constantemente a lo largo de la película. Los vemos aparecer a cuadro, escuchamos en el guion su experiencia subjetiva. No como una renuncia al conocimiento objetivo, sino como punto de partida para una práctica etnográfica autorreflexiva.23
LA INDAGACIÓN ETNOGRÁFICA Y LA PERSISTENCIA DE LAS FORMAS
Después de ser admitidos por el grupo en la velación, el equipo se desplaza a diversas localidades del centro del país para documentar ceremonias y conocer a otros grupos de concheros. La cámara muestra cómo hacen entrevistas colectivas —no muy comunes en la práctica etnográfica de entonces— para conocer los orígenes, las formas y el contenido de los rituales concheros. Filman en la ciudad de Querétaro, en el Cerro del Sangremal, el templo en que se dice que se originó la danza conchera en 1531. Se documentan sus peregrinaciones, mientras el guion de Bonfil pregunta insistentemente quiénes son ésos hombres y por qué peregrinan todos los años a los mismos santuarios, y por qué se aferran a la tradición: “[...] nuestro mayor anhelo era comprender su mundo, saber de su vida pasada y presente, de sus aspiraciones, de sus esperanzas”. Presentan una entrevista colectiva, en donde encuentran a un nuevo personaje: el capitán Faustino Rodríguez, quien proviene de un pueblo que está situado a las faldas de los volcanes (Santiago Tepetlixpa), y que, según la voz del locutor, “vive en una zona que guarda aún secretos ancestrales”. La cámara muestra al pueblo, mientras que se habla de los “tiemperos” y de la vida de Faustino. Registran otra ceremonia de velación, en memoria del padre de Faustino, mientras que el guion consigna puntualmente la práctica