(2004, p. 24). En otras palabras, más allá de lo discutible que hoy día pueda resultar la importancia a ratos desmesurada que, desde un punto de vista estrictamente filológico, L’absolu littéraire le asigna a la Disertación, la investigación posterior identificó en el estudio de Benjamin un caso único (es decir, a la vez aislado y ejemplar) en el panorama intelectual de inicios del siglo XX. Como insinuábamos, para inicios de siglo era manifiesto un cierto desdén hacia los pensadores del círculo del Athenäum en el panorama académico alemán; desdén que sumado a la posterior contaminación con el ideario nacionalista antes mencionado, contribuiría a hacer progresivamente confusas, de antemano sospechosas, y en último término simplemente ilegibles, las ideas emanadas desde el entorno romántico. Así, el romanticismo se fue haciendo su lugar en la bóveda del olvido, y tal es la condición, más menos, en la que Benjamin lo encuentra a la hora de la Disertación.
Lo que nos pone a distancia del propio tiempo —aquello que nos sacude, en rigor, de la idea misma de un tiempo ‘propio’, cerrado sobre sí mismo, hostil a la alteridad y a su alteración— fue un problema que interesó a Benjamin desde temprano. De ese interés proviene esa especie de fascinación por los llamados “períodos de decadencia”4. En esa peculiar inclinación suya hacia lo fragmentario y lo decadente está en juego una subrepticia reformulación del trabajo de la filosofía y de la crítica de arte que podría definirse como una exhumación de restos5. Esta reformulación, en rigor, de la filosofía crítica (de la filosofía als Kritik) es, no obstante, lo que permite hacer aparecer nuevas formas de legibilidad para la historia: abrirla, en una palabra, a lo otro incalculable e inanticipable. En este sentido, la tesis que Benjamin desarrolla acerca de los pensadores de Jena es en primerísimo lugar un trabajo de recuperación, de rescate y, por tanto, de “actualidad”6, al menos en todos esos momentos en que ella toca lo que llamará el “verdadero núcleo del romanticismo”: su “mesianismo”. Lo que esta reformulación filosófica aún en ciernes anuncia es precisamente que lo roto, lo decadente y lo fragmentario, puede reclamar una actualidad radical al disponerse dentro de constelaciones específicas, y hacer aparecer una temporalidad rebelde frente a la forma lineal y acumulativa del tiempo del progreso.
Esta reformulación de la filosofía, no obstante, requiere de la movilización de fuerzas atávicas depositadas en los objetos menos visibles, esos objetos que —como Odradek más tarde7— parecen sustraídos del régimen de la presencia. Lo que está a la orden del día en este procedimiento metodológico no es otra cosa que la eficacia del conjuro, porque el conjuro se realiza siempre con el propósito de reanimar fuerzas preservadas durante largo tiempo en la oscuridad; fuerzas ocultas, acaso, bajo la máscara de la obsolescencia. El propósito: hacer que lo viejo, lo feo y lo olvidado, se cobre una intempestiva reanimación en el corazón del presente, desarticulándolo, distorsionándolo, abriéndolo a un porvenir no contenido en las formas dominantes de lo que entendemos por “presente”. Avant la lettre, tal es el procedimiento que está ya en juego en la operación de lectura que Benjamin realiza sobre el romanticismo de Jena. A pesar de las apariencias (se trata, mal que mal, de una tesis doctoral elaborada bajo las reglas académicas del caso, como se quejará Benjamin en una célebre carta a Ernst Schoen que tendremos ocasión de revisar) la Disertación es menos una reconstrucción filológica de algunos textos fundamentales de los pensadores del círculo del Athenäum (Schlegel y Novalis fundamentalmente), que una tentativa por hacer aparecer una potencia de actualización en esos textos.
Es verdad que el “Prólogo epistemocrítico” al Origen del ‘Trauerspiel’ alemán (1925), redactado pocos años después, realizará un expreso gesto de distanciamiento con respecto al proyecto del Athenäum8. Es cierto, a su vez, que el concepto rector de la tesis de 1919 (el de “crítica inmanente”) parece aún, al menos a primera vista, excesivamente tributario de la noción neokantiana de “tarea infinita” (noción sobre la cual Benjamin había proyectado una primera disertación doctoral, para terminar cediendo en favor del concepto romántico de “crítica de arte”). No es menos cierto, sin embargo, que el pensamiento benjaminiano permanecerá fiel a un conjunto de ideas desarrolladas en la Disertación. Tal es el caso —se sabrá reconocer la envergadura del ejemplo— del concepto de “aura” en “Sobre algunos temas en Baudelaire” (1939). Al referirse ahí a la experiencia propia del aura (O I-2 252), Benjamin recupera tres ideas clave desarrolladas en la Disertación (es decir, veinte años atrás): las ideas de “percepción” (Wahrnehmung), “observación” (Beobachtung) y “conocimiento” (Erkenntnis). Dice Benjamin:
‘La perceptibilidad’, juzga Novalis, es, en cuanto tal, ‘una atención’; la perceptibilidad de la que aquí se habla no es otra que la del aura, una cuya experiencia estriba por tanto en la traslación de una forma de reacción corriente en la sociedad humana a la relación de lo inánime o de la naturaleza con el hombre. El observado, o aquel que se cree observado, alza de inmediato la mirada. Experimentar el aura de un fenómeno significa investirlo con la capacidad de ese alzar la mirada (O I-2 252).
En esto Benjamin sigue fiel al camino abierto por el romanticismo. O al menos, al camino que en él se abrió con ocasión del encuentro y la lectura de los pensadores del Athenäum9.
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El presente libro busca reconstruir en sus pormenores la lectura que Benjamin hace de los principales pensadores del círculo del Athenäum procurando tener a la vista los “motivos latentes” antes mencionados (los así llamados por Benjamin “esotéricos” y “mesiánicos”), para, en esa medida, mostrar las conexiones de largo aliento que distintas ideas y conceptos románticos adquieren en su pensamiento posterior. Esta tarea no es fácil ni evidente.
En la correspondencia con dos de sus amigos (Ernst Schoen y Gershom Scholem), Benjamin se quejó en más de una ocasión acerca de la rigidez del formato académico para poder dar cuenta de tales “motivos”. Éstos atañen, por regla general, a la dimensión temporal (mesiánica, justamente) ya señalada, pero se necesita un trabajo de lectura paciente para sacarlos a la luz, incluso si la metáfora de la luz es contraproducente: tales motivos, acaso, desencadenan todos sus efectos ahí donde permanecen en la penumbra. Como sea, bajo esta lectura, el romanticismo ofrece limitaciones para la tarea que enfrenta por esos años: la formulación de un concepto radical de crítica de arte o crítica literaria (Kunstkritik)10. Tales límites llevan indefectiblemente a un mismo lugar: Hölderlin, quien, al decir de Benjamin: “abarcó y gobernó” un terreno que para los románticos constituía apenas una “tendencia poderosa, aunque no elaborada [aún] con claridad” (O I 102). Ésta no será ni la primera ni la última vez que Benjamin le atribuya a Hölderlin esa radicalidad. El examen de ese espacio crítico (o “monstruoso”, como lo llamará Benjamin en “La tarea del traductor”, cuando se refiera a las traducciones de Sófocles emprendidas por el poeta alemán) aparece apenas en pocas páginas de la Disertación, pero esa mención resulta decisiva para advertir el camino que está en tránsito de ser recorrido. Resulta imprescindible, por esta razón, remontarse a un ensayo anterior (“Dos poemas de Hölderlin”, redactado por Benjamin en el invierno de 1914-15) para aventurar una respuesta posible acerca de esa radicalidad que Benjamin volverá a atribuirle a Hölderlin en tantas ocasiones. Con un examen de este último trabajo, damos por concluida nuestra propia tarea.
1 Benjamin escribió una breve reseña de su propio trabajo con el título de “Autopresentación”. Esta fue reproducida en el segundo tomo del primer volumen de la edición de Abada (desde el francés) (O I.2 321-322) y contiene notas de interés acerca de la estructura y el contenido del libro, aunque los motivos “latentes” —sobre los que abundaremos acá— permanecen rigurosamente ocultos.
2 Como es bien sabido, Hegel contribuyó en forma decisiva a esta relegación. En un pasaje de la Fenomenología que comentamos más adelante, Hegel alude pasajeramente al momento romántico con el término “alma bella” en los siguientes términos: “en esta pureza transparente de sus momentos, un alma bella desventurada, como se la suele llamar, arde consumiéndose en sí misma y se evapora como una nube informe que se disuelve en el aire” (1985, p. 384).