Diego Fernández

La justa medida de una distancia


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Se trata, en una palabra, de una discrepancia en relación con la yuxtaposición de los órdenes de la vida del autor y la obra de arte. El destino de esa confusión (atribuirle a la vida del autor, en cualquiera de sus formas, el carácter de una causa que explica la obra que produce) conduce indefectiblemente al mismo camino: a la mistificación, lo que, empero, vale tanto para la obra que se comenta como para la vida a la que la otra se atribuye.

      En consecuencia, se trata apenas de una distorsión en la “imagen de Kafka”. Lo que el pasaje recién citado muestra con claridad es ante todo una confusión acerca del lugar del crítico. La distorsión —y los efectos mistificantes y mitificantes que se derivan de ella—, reside en la confusión de cuanto representan los órdenes de la “vida” y los de la “obra” , y que se revela ejemplarmente en el uso ligero del término “creación” con el que Brod se refiere a los productos de Kafka. Contra la confusión de estos dos órdenes (el de la vida y el de las obras) es que, tomando en préstamo una fórmula de Schlegel, Benjamin hablará de la necesidad de desarrollar una “crítica verdadera” de arte (“wahre Kritik” O I 79).

      Por la misma razón, la famosa expresión de deseo comunicada a Scholem recién a inicios de los años ’30 —aquella según la cual aspiraba Benjamin a “être considéré comme le premier critique de la littérature allemande” (GB III 502)—, suponía una modificación en el concepto y en el estatuto mismo de la crítica, esto es, justamente, una modificación en la tarea que el crítico puede —o al menos debe, si es que acaso no puede— llevar a cabo.

      El problema que Benjamin toca en la interpretación que Brod hace de Kafka se conecta con el que podríamos considerar un tercer momento en el desarrollo del concepto de crítica de arte, desarrollado particularmente en la última sección de “Las afinidades electivas de Goethe”. También ahí, no casualmente, se lleva a cabo y en forma mucho más detallada un análisis de otra biografía tanto o más célebre para el desarrollo de la literatura alemana: la de Friedrich Gundolf acerca de Goethe. Y aunque los contextos no podrían ser más disímiles (no sólo para las obras y las vidas de Goethe y de Kafka, sino también, en menor medida, para la propia crítica de Benjamin, en la medida en que de 1921 —año en que se redactan los primeros esbozos de su ensayo sobre Las afinidades electivas— a 1938 —data de la carta a Scholem—, las condiciones materiales e intelectuales de Benjamin se han modificado enormemente), la índole de la confusión es patentemente la misma: se trata otra vez —una y otra vez— de los órdenes de la vida y la obra de arte; lo que conduce en ambas biografías a una misma confusión (una que, ahora Gundolf, reproduce en su propia versión de Goethe, y que Benjamin tipificará de “hagiografía”). En distintos lugares, tanto en las notas preparatorias como en el ensayo propiamente dicho, Benjamin señala con particular insistencia que el ámbito de la creatura debe distinguirse rigurosamente del ámbito de la obra de arte, teniendo sólo el primero una “participación sin restricciones [en] la intención de la salvación” (AE 54). En una palabra, sólo a costa de volver a reproducir ese “floreo retórico” propio de Brod, podría alguien referirse a una obra de arte en términos de “creación”:

      El concepto de creación no ingresa en la filosofía del arte como una causa, porque la “creación” desarrolla la virtus de la causa en un único ámbito: el de lo “creado”. Ahora bien, la obra de arte no es algo “creado” [Geschaffenes]. Es algo originado [Entsprunges], es probable que los no entendidos lo llamen algo surgido [Entstandenes] o devenido [Gewordenes], pero de ninguna manera algo “creado” (AE 122).

      Por la misma razón:

      La tesis es repetida casi sin variaciones en la segunda sección del ensayo, donde se desarrolla la crítica a Gundolf. Y como podrá observarse, los términos son casi idénticos a los que reconocíamos en la carta a Scholem:

      El Goethe de Gundolf ha asumido el dogma más irreflexivo en el culto a Goethe, la más bruta profesión de fe que hacen los adeptos: que entre todas las obras de Goethe, la más grande es su vida. Según esto, la vida de Goethe no se separa estrictamente de la vida de las obras […]. Así, se dice de Las afinidades electivas que en esa obra Goethe “meditó sobre la conducta legisladora de Dios”. Pero en realidad la vida del hombre, así sea la del creador, no es nunca la del Creador (AE 55).

      Como puede advertirse en estos pasajes, hay un núcleo común de incomprensión (si es que se trata sólo de esto) en las interpretaciones que Brod y Gundolf desarrollan, respectivamente, sobre las obras de Kafka y Goethe. Y si en ambos casos está en juego un concepto de crítica de arte errático y mistificador, el yerro y la mistificación provienen, como ya decíamos, de la confusión y la trasposición de los órdenes adonde pertenecen la “vida” (esto es, lo que participa sin restricciones en el ámbito de la creación, la Kreatura) y las “obras de arte” (esto es, aquello que Benjamin llama, indistinta y un poco oscuramente, “lo originado” o “lo configurado”, aunque “de ninguna manera” lo creado), y que según una insistencia sobre la que tendremos que volver, participa también de la vida, pero en un sentido ciertamente distinto.

      Dejemos en suspenso, por lo pronto, este desarrollo: su esclarecimiento depende, en primer lugar, del concepto de “crítica inmanente” desarrollado por Benjamin a partir de su lectura del temprano romanticismo de Jena. Desde ya, no obstante, podemos prestar atención a otra cuestión que toca el pasaje en que Benjamin se refiere a la biografía de Max Brod: “la absoluta falta de distancia” que, en su bonhomie, constituye el santo y seña de esa obra; lo cual, sin torcer un ápice el argumento, podría proyectarse también a la biografía de Gundolf.