James Joyce

Mi hermano James Joyce


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Stanislaus escribió repetidas veces a James apremiándolo para que abandonara Finnegan’s Wake y escribiera algo de mayor valor. Cuando se publicó el libro en 1939, James dedicó un ejemplar a Stanislaus, pero este lo rechazó, repudiando por primera vez un libro de su hermano. Sin embargo continuaron escribiéndose y es comprensible que las últimas palabras que James escribió, cinco días antes de su muerte, acaecida en Zúrich, en 1941, hayan sido para Stanislaus. Era una esquela con nombres de amigos italianos y otros que podían ayudarlo, ya que el profesor Joyce había estado seminternado en Florencia, acusado de servir al enemigo. La noticia de la muerte de su hermano afectó físicamente a Stanislaus; lamentaba no haber aceptado su último obsequio.

      Su distanciamiento terminó con la muerte de James y el profesor Joyce se convirtió en el guardián de la reputación de su hermano, surgiendo repentinamente del silencio para denunciar una mala interpretación de algún biógrafo sobre la juventud de su hermano. El único hijo de Stanislaus, nacido dos años después de la muerte de James, recibió su nombre. Durante la guerra estuvo absorbido en la preparación de su libro sobre James. Concebía la vida de su hermano como la historia de una flor que se abre para marchitarse, y que se marchitó tras la última partida de James de Trieste. Escribió sobre la base de su buena memoria y del diario que continuó fielmente toda su vida. La última parte, más o menos la mitad del libro que pensaba escribir, es notablemente sincera y penetrante, pero lo que da a su información una fuerza especial es esa compleja mezcla de frustración, afecto, resentimiento y dolor que Stanislaus experimentó en los días en que más cerca estaba de su hermano.

      El exilio de Stanislaus de Irlanda fue mucho más severo que el de James. En cuarenta y nueve años no volvió a pisar un país de habla inglesa, mientras que su hermano realizó una serie de viajes a Irlanda e Inglaterra. En el verano de 1954, el profesor Joyce decidió viajar a Inglaterra y quizás a Irlanda. Al no disponer de dinero, resolvió ir a Londres como guía de un grupo de estudiantes triestinos; viajaron lo más económicamente posible y llegaron a pasar en vela hasta día y medio en trenes y barcos. Su salud parecía excelente, pero el esfuerzo afectó a su corazón; sin embargo, tercamente rehusaba el diagnóstico de una enfermedad del corazón y visitó médicos ingleses que coincidieran con él en que el malestar no tendría consecuencias. Los médicos que lo vieron se daban cuenta, sin embargo, de la perplejidad en que lo sumía el repentino interrogante.

      El profesor Joyce fue invitado a Dublín, pero no fue; sentía que si iba tendría que decir a sus conciudadanos que la razón por la que respetaban ahora a su hermano era su consagración en el extranjero, a lo que no podían hacer oídos sordos. Regresó a Trieste con la salud empeorada más seriamente de lo que quería admitir. Se sometió a distintos médicos y tratamientos, pero no mejoraba; en un característico y amplio gesto de renunciamiento, prescindió de ellos. Murió el 16 de junio de 1955, Bloomsday, el día que su hermano había hecho famoso. Stanislaus celebraba el aniversario con una reunión. El azar colaboró para unir a los hermanos en la muerte, como habían estado en la vida.

      El libro que no pudo terminar revela su virtud. Los amigos triestinos comparaban al profesor Joyce con Catón, y hay algo de la monumental integridad de Catón en su vida. Incapaz de aceptar lo que no fuera honesto, se oponía tanto a las autoridades imperiales como a los fascistas. En su posición liberal y anticlerical era un demócrata de la escuela de 1848. Luchó por una mayor libertad individual con una personalidad distinta a la de su hermano. A fin de cuentas, la característica más sorprendente de este espíritu humillado es su tenaz orgullo.

       [2] Thomas Moore (1799-1852). Poeta irlandés, autor de Irish Melodies, canciones y poemas sentimentales, de enorme éxito en su tiempo, que crearon una imagen distorsionada de la historia de su país. [Las notas señaladas J.F. son de Jorge Fondebrider.]

      La tierra

      Los recuerdos de mi infancia asociados a mi hermano se remontan a tan temprana edad que no sabría decir cuándo empiezan. Tengo un recuerdo definido, aunque desdibujado en los detalles, de una representación teatral de la historia de Adán y Eva, organizada para deleite de nuestros padres y nuestra niñera. Yo era Adán y una hermana, menos de un año mayor que yo, era Eva. Mi hermano representaba al diablo. Recuerdo vagamente las contorsiones de mi hermano en el suelo con una larga cola, hecha probablemente con una toalla o una sábana enrollada. Lo que decía, como es natural, no lo recuerdo, pero como era necesario convertir el mito original en una diversión, y su labor consistía principalmente en dar brillo al mito con cursilería, vale la pena dejar constancia de su actuación. Recuerdo otras representaciones infantiles con mayor claridad, pero se llevaron a cabo un año o dos más tarde y, aunque eran graciosas en su intención, no fueron tan interesantes como aquel intento de interpretar los relatos sagrados que le habían contado, y su instintiva comprensión de que lo más importante, teatralmente, era el papel de la tentación que se reservaba para él.

      En esa época vivíamos en Bray y la casa se hallaba a un palmo de distancia de Martello Terrace, próxima a los baños. La “terraza” llegaba hasta la orilla del agua y en invierno, algunas veces, el mar pasaba sobre el muro de contención e irrumpía en la calle, hasta los escalones de entrada. Desde nuestras ventanas teníamos una amplia visión de la Explanada, extendida a lo largo de la costa hasta la mitad del camino a Bray Head; detrás había un campo verde, igualmente amplio, con un estrado y –¡pincelada dickensiana!– los rudos cuidadores de burritos. Más allá de Martello Terrace se abrían callejuelas con las casas de los pescadores y se veía una enorme playa que se extendía hasta Killiney. Me recuerdo con los tobillos hundidos en las suaves y finas ondas de esa playa en una mañana de comienzos del verano, mientras mi padre nadaba, internándose hasta perderse en los deslumbrantes reflejos del sol en el mar.

      El temor de mi hermano a los perros y la predilección por los gatos se remonta a la época en que fue desagradablemente mordido por un perro irlandés, excitado porque tirábamos piedras al mar desde la costa para que él las buscara, apostados cerca de los baños que están, o estaban, en medio de la Explanada. Las heridas, “que parecían tan dolorosas como horribles”, se las curó un doctor (o señor) Vance, un amigo de mi padre que tenía una farmacia cerca del mar. Era un farmacéutico alegre y laborioso, cuya mujer, que sufría del corazón, se pasaba la mayor parte del día en un sofá leyendo novelas. Su devoción por ella era con frecuencia tema de comentarios entre los amigos, la mayoría de los cuales descuidaba a sus esposas, pero no eran comentarios hostiles; se trataba de un hombre tan inteligente y vivaz en sociedad que no podía inspirar desprecio. Con gestos animados y graciosos, como los del actor cómico Edward Terry (hermano de Ellen Terry), a quien se parecía algo físicamente, solía contar historias de los desastres que él y una estúpida criada, una mujer llamada Handy Andy, provocaban en su casa, como por ejemplo cuando la criada puso tanta pimienta en un guiso irlandés que toda la familia, incluyéndola a ella, se vio obligada a pasar el resto de la noche sentada al lado del grifo de la cocina.

      La hija mayor de Vance, Eileen, que aparece en la primera parte de Retrato del artista adolescente, un par de años mayor que mi hermano, era una muchacha pálida, de rostro ovalado, con largos cabellos oscuros, con frecuencia trenzados, que le caían sobre los hombros enmarcándole el rostro. Ella sabía muy bien el efecto que provocaba. Parecía fría y distante, pero no lo era en absoluto. Cuando mi hermano estaba en Clongowes, Eileen le escribió una carta, felizmente interceptada por mi madre, que concluía con estos versos que mostraban la mano de su padre:

      Oh, Jimmy Joyce, you are my darlin’,

      You are my looking-glass night and mornin’.

      I’d rather have you without a farthin’

      [Oh Jimmy Joyce, eres mi amor,

      eres mi espejo noche y día.

      Te prefiero a ti sin un centavo,

      más que a Johnny Jones con su asno y su jardín.]

      Mi hermano se apoderó de estos versos y de algunos vagos rasgos para crear a Bloom, pero Vance no se parecía a Leopold. Era sobrio y vivaz, y siempre bienvenido;