Gabourey Sidibe

¿Y tú qué miras?


Скачать книгу

sido más amable con ella» y Vogue en letras más pequeñas debajo de mi nombre o, bueno, donde cupiera.

      Muchas veces, cuando salía del ascensor en la planta de Lee escuchaba su música disco a todo volumen a través de la puerta cerrada de su apartamento o bien lo oía gritándole emocionado a alguien algo sobre una de sus películas. En aquella ocasión escuché una voz estentórea a través del manos libres chillando: «¡Esa puta gorda va a salir en portada!». Las palabras procedían del apartamento de Lee y seccionaron por la mitad mi fantasía. Me quedé paralizada.

      —¿Me has oído bien, Lee? Voy a poner a esa puta gorda en la portada de Vogue. Me flipa. ¡Esa gorda va a ser PORTADA! —gritó André.

      —¡¡¡¡SÍ!!!! ¡¡¡Lo tiene TODO!!! —gritó Lee, dándole la razón.

      —Me da igual lo que tenga que hacer, ¡pero esa puta gorda negra va a salir en portada!

      Entre carcajadas, hicieron planes para mí, para mi culo gordo y para la portada. No era la portada de una revista cualquiera, sino de Vogue. Permanecí allí de pie en silencio, escuchando a hurtadillas una conversación que no debía oír sobre cómo colarme en un mundo del que supuestamente no debía formar parte. Y no me sentía mal, pero tampoco ya superemocionada. Esperé a que acabaran de hablar.

      Me habían llamado «puta gorda» antes. Y también me habían llamado «puta gorda negra». Pero aquello era distinto. A André le había encantado mi papel en la película, le había encantado mi interpretación y quería sacarme en la portada de su revista. Pero yo seguía siendo una puta gorda. Una puta gorda negra.

      Yo sabía bien qué aspecto tenía. Tenía espejos en casa. Y me veía en las fotos. No es que fuera una sorpresa. Simplemente había dado por supuesto que, si era capaz de demostrar un talento digno de elogio, si demostraba que podía destacar, que no era solo quien los demás pensaban que era… supongo que pensé que dejaría de ser una gorda. Tal vez suene estúpido. Ahora ya lo sé. Pero entonces pensaba que, si conseguía que el mundo me viera tal como yo me veía, entonces mi cuerpo no sería lo que permanecería en el recuerdo. No sería esa chica gorda. Ni sería esa chica de piel negra. Sería Gabby. Sería el ser humano.

      Pensé que protagonizar una película cambiaría eso. ¿No debería haberlo hecho? ¿No debería cambiarlo el hecho de salir en portada de una revista? Pero ¿cómo podía hacerlo si la mismísima persona que me estaba colocando en portada me estaba llamando «puta gorda negra» a mis espaldas? Todos eran muy amables conmigo, pero empezaba a darme cuenta de que, para sus adentros, tenían una opinión distinta, de que yo seguía estando demasiado gorda y seguía siendo demasiado negra. El mundo no había cambiado porque yo hubiera hecho una película.

      Era yo quien había cambiado. Y quizá eso debería bastar.

      Lee y André pusieron fin a su conversación y yo volví a entrar en el ascensor y bajé a pedirle al portero que llamara al interfono y me anunciara como si acabara de llegar. A una gran parte de mí le habría gustado hacer borrón y cuenta nueva, no haber escuchado algo que no olvidaría nunca. Al llegar al apartamento, Lee me recibió emocionado. Me dijo que André acababa de telefonearle y que ambos estaban entusiasmados con lo que me deparaba el futuro.

      —Es para MORIRSE, ¿verdad? ¿No te parece increíble? ¡TÚ! ¡En la portada de Vogue! Estoy flipando.

      Estaba tan emocionado como antes. No mencionó que André me hubiera llamado «puta gorda negra» y yo tampoco le dije que lo había escuchado. Lee no me había llamado «puta gorda», pero no había salido en mi defensa. Aunque tampoco estaba segura de qué podía haber dicho para defenderme. Estoy gorda y soy negra, y a menudo yo misma uso el término «puta» para referirme a mí. ¿Dónde está entonces la mentira? ¿Cómo puedes defender eso? Él prefirió celebrarlo.

      —¡SÍ! ¡Yo también flipo! ¡Estoy muy emocionada! —respondí.

      No estaba segura de si debía explicarle lo que había oído. Y, si lo hacía, no estaba segura de que pudiera permitirme sentirme ofendida. Era cierto que André me había llamado «puta gorda» un montón de veces (unas cien), pero también había dicho que iba a convertirme en su chica de portada. Y había dicho que era una estrella. ¿Cómo podía sentirme ofendida? Debería estar agradecida. Había montones de putas negras en el mundo que nunca serían portada de una revista. Y, además, André es un hombre negro y corpulento que ocupa una posición de poder. ¿Cuántas veces había tenido que aguantar él que lo llamaran «puto gordo negro» tanto a sus espaldas como a la cara? Estoy segura de que más de las que le habría gustado. Quizá las suficientes para no solo asimilar aquel insulto como un cumplido, sino para proferirlo él también como un piropo. ¿Y acaso no lo era? ¿Qué significaría para él ponerme a mí en la portada de Vogue? De puto gordo negro a puta gorda negra… ¿Lo consideraría él una victoria?

      Quizá tuviera que revisar mi idea de qué es un insulto. ¿Era aquel insulto el mejor cumplido que obtendría nunca del mundo de la moda (que acabaría tildándome tanto a mí como a mi cuerpo de «chiste»)? ¿Oír aquella conversación a hurtadillas me había ayudado a topar con un mensaje importante, un mensaje que decía que debería amar el odio? ¿Es así como uno se convierte en una celebridad? «No te ofendas. Alégrate de que sepan quién eres».

      Lo desconozco, pero lo que sí sé es que a mí me ofendía. Cuando alguien dice algo negativo sobre mí, hiere mis sentimientos. Siempre ha sido así y probablemente siempre lo será. Ya no me duele tanto como cuando era más joven, pero sigue doliéndome. Nunca me alegrará que alguien diga algo feo sobre mí. Nunca me regodearé en la atención negativa. Me parece ridículo que me pidan que lo haga. ¡Soy un puto ser humano! No soy débil. Pero soy humana.

      No me parece gracioso que la gente se meta almohadas bajo la ropa para parecerse a mí. No me parece gracioso que la gente se pinte la cara para parecerse a mí. Y tampoco me parece gracioso que un desconocido me llame «puta gorda», independientemente de lo que pueda ofrecerme. No me parece gracioso que no se me permita decir que me han herido los sentimientos. Tener sentimientos no es señal de debilidad, de eso estoy convencida. Así que, ¿por qué debería fingir que tengo sentido del humor solo para que alguien pueda propasarse conmigo?

      La gente tiene su opinión sobre mí. Por el momento, esa opinión parece ser solo sobre mi cuerpo. Incluso si encontrara una cura para el cáncer y ganara un Premio Nobel, comentarían: «Desde luego que el cáncer es una lacra y me alegro de que exista una cura, pero vaya cuerpo más asqueroso tiene. ¡Le convendría pasar menos tiempo en el laboratorio y más en el gimnasio!». Incluso la gente dispuesta a ponerme en la portada de una revista se pregunta cuánto como o cómo me las apaño para pasar por una puerta. Lo mejor que puedo hacer con este tipo de opiniones es hacer caso omiso y escuchar solo la mía. Podría adelgazar, eso por supuesto. Pero soy una tía guay en cualquier talla. Soy inteligente. Soy divertida. Tengo talento. Soy maravillosa. Soy negra. Soy gorda. Y a veces soy un poco putilla. Es más, suelo ser una «mala puta». (La palabra «puta» es bastante confusa, ¿no?).

      Todavía no he salido en la portada de Vogue. Supongo que no encontraron una bañera con patas lo bastante grande para mí y mi cola de sirena. Tuve que conformarme con aparecer en las páginas de Vogue, en un reportaje sobre la chica del mes. Aun así, sigo considerándolo una victoria para las putas gordas negras del mundo, André Leon Talley incluido.

       2

       Virgen de por vida

      Un tipo acaba de enviarme por mensaje privado una foto de su polla que no le he pedido, pero en su perfil pone: «Dios lo hace todo posible»…

      Estoy muy confusa.

      —Mi Twitter

      Mi madre y yo siempre hablamos de cómo afrontaríamos un intento de violación. A veces decidimos que lucharíamos con uñas y dientes. Le morderíamos la polla a nuestro atacante; en nuestra mente, el violador insiste en los preliminares y seguramente querría que lo complacieran oralmente. Le mordemos la polla, se encoge de dolor y salimos corriendo de la casa o echamos a correr