Enrique Dussel

El arte de argumentar: sentido, forma, diálogo y persuasión


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de la forma en que debe ser interpretado un acto, ya sea de manera explícita o implícita, como cuando alguien dice intempestivamente en una conversación «¡hace mucho frío!» y nosotros podemos interpretarlo como un «no me interesa lo que dices»). Ahora bien, preguntar y cuestionar pueden admitir uno o dos sujetos en juego («me pregunto», o bien, «pregunto» algo a alguien diferente). Inquirir no admite el reflexivo («me inquiero» es agramatical) probablemente porque tiene la carga histórica de investigar acerca del otro. Interrogar es un verbo que a pesar de admitir el reflexivo (me) remite con más facilidad a dos sujetos.

      No hay simetría entre los sujetos de los actos discursivos de cuestión en castellano. En español quien pregunta, interroga, inquiere o cuestiona ocupa, en principio, una posición conversacional alta, dominante; es decir, obliga con su poder al otro a responder o romper el contrato del diálogo. En este sentido, toda pregunta, interrogación o cuestión tiene un dejo predominante de acto de poder. Éste se anula, sin embargo, cuando el preguntar exhibe una ignorancia marcada, que indica una posición conversacional baja. En el cuestionar, aquel que cuestiona está más claramente en posición alta (y aquí hay que notar que en inglés, por ejemplo, no se da esta situación siempre, porque cuestionar es más equivalente a preguntar). Hay en realidad una escala en el saber-poder, en español, donde —en un sentido de diccionario, estructural y sin tomar en cuenta el contexto— el cuestionar es crítico (un saber opuesto a otro) mientras que preguntar es —muchas veces— condición de no saber e interrogar es recurrir a un poder que obliga al otro (de ahí que digamos «no me interrogues» cuando alguien es demasiado insistente en algún asunto comprometedor).

      Preguntar, interrogar, cuestionar, inquirir remiten de algún modo al nodo de la argumentación. Sin embargo el campo de términos afines se ensancha con facilidad hacia otros actos discursivos fronterizos: la aclaración (aclarar, esclarecer, dilucidar, precisar), la investigación (interesarse, averiguar, examinar, investigar, indagar) y la duda (dudar), así como marginalmente la petición (pedir, solicitar, rogar), la exigencia (demandar, exigir, interpelar), la consulta (consultar) y la curiosidad (curiosear).

      Los sujetos de la cuestión. Como acabamos de anotar, no hay simetría en la lengua española respecto a los sujetos de los verbos argumentativos. Quien pregunta es preguntón, lo mismo que quien responde es respondón, cosas consideradas malas, de entrada, aunque a mi entender no debieran serlo, ya que preguntar es base del conocer, como decía el ilustre mexicano Narciso Bassols: el que pregunta, aprende. Lo que está detrás del ataque a la pregunta es sin duda el poder. El preguntón y el respondón no están en la posición adecuada, porque jamás diríamos preguntón a un juez, a un fiscal o a un reportero autorizado.

      No hay un preguntador y un respondedor o respondente fuera de las jergas jurídicas. Sólo aparece la función del que pregunta y responde en tanto exceso. Quien interroga es «interrogador», que es un término válido aunque suena peor aún que preguntón, por su carga de torturador o policía de averiguaciones judiciales. Quien responde el interrogatorio es por su parte el interrogado. Quien cuestiona es valorado como cuestionador (crítico, activo) en culturas del cambio y atacado en culturas de tradición y mantenimiento del poder. En tanto que el cuestionado está siempre en una mala posición inicial, tiene que remontar la desventaja a lo largo del intercambio comunicativo. Inquisidor es una palabra con carga histórica abrumadora, aunque puede usarse ya en sentido positivo si refiere a una actitud de investigación («es muy inquisidor», como sinónimo de penetrante). Su contraparte, el «inquirido», no existe en el habla común sino sólo en forma ocasional en el discurso judicial, referido a quien responde a la «inquisición».

      De la cuestión a la respuesta. La unidad de todos los verbos parece estar dada en su contraparte. Al preguntar, interrogar, cuestionar o inquirir, sigue y se opone un único par adyacente: responder. A pregunta, interrogación, cuestión, inquisición, se opone la respuesta. Responder, dar respuesta es el verdadero centro unitario de la argumentación y no el preguntar, aunque las preguntas permanecen y las respuestas son transitorias. Una pregunta sin respuestas no es argumentación, sólo su posibilidad. Argumentar es por ello una cadena: pregunta-problema-alternativas de respuesta en pro y en contra (o de más de dos valores).

      Interrogación, pregunta, cuestión, inquisición. En la lengua española, aunque los términos son intercambiables en ciertas situaciones, existe una gradación entre interrogación, pregunta y cuestión. No tienen el mismo sentido, no remiten al mismo hábito ni producen los mismos efectos. Creo que es útil sondear, al menos superficialmente, el valor de estos términos y su carga procesal.

      La interrogación nos conduce a dos salidas: al acto interrogativo general en contraposición a la aserción que afirma, la exclamación que expresa o el imperativo que ordena; y a la interrogante, que es más subjetiva y evoca la duda, ya que es un tanto más filosófica, más epistemológica (de conocimiento). Como dice Peirce:44 «la irritación de la duda causa una lucha por alcanzar un estado de creencia». La interrogante por su parte es utilizada cuando la duda puede quedar «en el aire», sin resolver, sin respuesta. En la pregunta, la necesidad de creer pide de forma más exigente una respuesta. La interrogante, que es una nominalización, tiene una mayor carga de acto. La pregunta en cambio aparece más como un simple producto. Ambas pueden no incluir un sujeto determinado (como al decir «la interrogante es: ¿se calentará el planeta hasta hacer la vida del ser humano imposible debido a la contaminación o no?»).

      Cada término remite a una diferente historia y práctica sociocultural de la palabra. Hoy la pregunta nos lleva, por ejemplo, a la evaluación del examen. Interrogación nos conduce al signo escrito (¿?). Como Peirce señaló, ni la pregunta ni el signo conllevan en sí argumentación. En cambio la «cuestión» remite, para los estudiosos, a la dialéctica griega y a la questio latina, y para el hablante ordinario supone la existencia de un problema, que es más propiamente argumentativo. La cuestión es un tanto positiva; decimos «ahí está la cuestión», es decir, el centro del asunto o el detalle a valorar, de manera todavía más decidida que en la pregunta. A la vez, la cuestión evoca también la duda («ser o no ser, ésa es la cuestión», reza el Hamlet de Shakespeare).

      En nuestra cultura occidental, el poder que describimos de la cuestión se manifiesta en su extremo en la inquisición, que no es ya un objeto sino una institución, la cual pregunta —históricamente— hasta el límite de la tortura.

      Cuestionario e interrogatorio. En cuanto a la derivación de nombres, en consonancia con lo anterior, el cuestionario es un examen, un dispositivo de poder escolar, una lista. El interrogatorio, en cambio, es un dispositivo policiaco, represivo. El «preguntario» no existe ni tampoco el «inquisitario», sino sólo el procedimiento inquisitorial.

      Así pues, la argumentación se asocia a cada lenguacultura pero su práctica y teoría remite siempre a una cuestión, a un problema por resolver a cuya pregunta se responde reafirmando la duda o desde posiciones en pro o en contra de determinada solución en diversos grados. La argumentación como tipo de discurso es una macro-operación que reúne los macro-actos de argumentación a favor de una opinión y de refutación en contra de la misma. Es acompañada de diversas funciones comunicativas y cumple funciones propias de esquematización de objetos discursivos, justificación de esquemas de juicio, organización y valoración del discurso. Se mueve entre dispositivos de inquisición, poder, debate e investigación. Remite a diferentes juegos y prácticas socioculturales y teóricas, así como a distintas subdisciplinas: lógica, dialéctica, retórica, lingüística, semiótica, hermenéutica y análisis del discurso, mismas que vamos a exponer en cuanto a su estado del arte en la nueva teoría de la argumentación surgida después de la segunda guerra mundial.

La nueva teoría de la argumentación

       Preámbulo

      Desde 1947 a la fecha, el desarrollo de la teoría de la argumentación moderna puede describirse a partir de dos movimientos epistemológicos distintos: por un lado, las teorías que en la contemporaneidad establecieron o restablecieron —en un sentido racional y, también, un tanto histórico— los acercamientos lógicos, dialécticos, retóricos y lingüístico-discursivos; en segundo lugar, las teorías de la segunda ola que continuaron el trabajo fundador o propusieron