Enrique Dussel

El arte de argumentar: sentido, forma, diálogo y persuasión


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o dominantes, que sería posible ofrecer al «centro» (Estados Unidos y Europa), una Teoría crítica del arte de argumentar, con sentido liberador, que sabe situar el hontanar arquitectónico categorial desde la periferia, desde abajo, desde la mayoría de la humanidad empobrecida. Como decía un dirigente popular en el Foro Social Mundial: «¡No tenemos nada!, somos pobres, pero tenemos la razón». «Tienen la razón» y la necesitan; y necesitan a la razón porque quieren vivir. El querer vivir es la voluntad, y la motivación de la voluntad es la fuerza y el poder del razonar; porque al final la razón (y la argumentación como su mediación) es una astucia de la vida. Es la vida que no se resigna a ser eliminada en los excluidos, en las grandes masas del sur, a los que no se les permite el ejercicio pleno de la racionalidad. Ellos se levantan hoy exigiendo poder argumentar, emotiva, cultural y socialmente, teniendo como punto de partida la afirmación de la vida como criterio de verdad. La verdad es referencia a la realidad, a la vida. Esta verdad motivada por el querer vivir (diría Schopenhauer o Nietzsche) es el contenido de toda argumentación pertinente; ejercicio de la racionalidad argumentativa con la que hay que saber colaborar para que sea desarrollada, llevada a cabo, para que nutra las luchas de millones de personas, de miles de nuevos movimientos sociales que surgen en África, Asia y América Latina, y que necesitan la argumentación como arma de su liberación.

      ENRIQUE DUSSEL

       Prefacio a la segunda edición

      La primera edición de El arte de argumentar se agotó pronto. Desde 2008 he recibido decenas de solicitudes y recomendaciones en torno al texto, tanto de colegas como de maestros y estudiantes latinoamericanos. En esta segunda edición he decidido atender tres de las recomendaciones fundamentales y dar algunos elementos mínimos sobre la decolonización del pensamiento argumentativo en Nuestra América —que ya me pedía Enrique Dussel desde que elaboró el prólogo de la primera edición—. Daré los elementos en este mismo prefacio, cuestión que me era imposible hacer en 2005 porque debí incursionar por cinco años en el pensamiento amerindiano. Las otras recomendaciones son:

      1) corregir algunos detalles menores, así como actualizar avances y derroteros de la argumentación en el mundo durante el avance de este siglo XXI

      2) incluir un anexo con algunos elementos mínimos de historia, ya que no veo condiciones en el horizonte para preparar el documento detallado que en un momento pensé podía realizar y por lo cual extraje esa sección de la primera edición

      3) incluir un anexo repetidamente solicitado sobre las figuras retóricas, que son indispensables para el estudioso del lenguaje, la creación literaria, la retórica y la filosofía. Anexo que es indispensable en la docencia de la creación literaria que se imparte en la UACM

      La filosofía y práctica de la argumentación en el continente

      La visión eurocéntrica de europeos, estadounidenses, canadienses y de los europeizados en el propio continente tiende a pensar que los pueblos originarios, e incluso el pueblo americano colonial e independiente, no tiene una filosofía, mucho menos una filosofía de la argumentación o de la racionalidad. Queremos aquí dar algunos elementos que apuntan en contrario y comentar la importancia de la argumentación por la liberación en América Latina.

      Prácticamente todos los pueblos originarios tienen una filosofía de la verdad, de la evidencia, que da o daría lugar a matices diversos en la perspectiva de la argumentación y la lógica. Incluso pueblos como el wixarika (huichol), que son interfase entre las altas culturas de cultivadores (de la llamada todavía Mesoamérica) y los nómadas, presentan una particular perspectiva de la evidencia. En la filosofía wixarika existe al respecto la forma ka-ni, prefijo de aserción que indica los siguientes valores: coherencia, relevancia de la información en el diálogo; validez incontestable en la narración mítica; verdad comprobada de una descripción «científica» o pedagógica. Es decir, define y escancia el campo de la evidencia desde otra perspectiva universalmente comprensible, pero diferente al racionalismo o al empirismo.

      En la filosofía andina y la lengua quechua, que viene de una civilización de 5200 años de antigüedad (Caral, con paralelo sólo en Babilonia y Egipto), dentro de una cultura urbana y altamente elaborada en su pensamiento, existe una clasificación lingüístico-racional de la evidencia:

      • el evidencial directo (-mi), que es equivalente a la proposición «p»

      • el evidencial conjetural (-chá), que es equivalente a «posiblemente p»

      • el evidencial reportado (-si), con un valor ilocutivo de «presentación de p»

      De forma en extremo interesante, el evidencial se relaciona con la pareja palabra/razón: suti (nombre) y sut’i (evidencia, realidad). Sut’i yuyay es equivalente de «proposición verdadera».

      En naayeri (cora) es relevante el parecer del oyente y la conexión con el oyente. El dubitativo tyi marca la tentativa de aserción, y la partícula discursiva positiva y finalizadora de oración nya’u («ahí tienes», «así es»), conecta la mente del hablante con la creencia del interlocutor.

      La verdad presenta en realidad un equivalente analógico en cada cultura. En inuit, el chamán hace visible la causa del mal actuar y hace emerger el «decir la verdad», de modo que se liga la verdad y la salud, en una interfase entre la argumentación visceral (corporal) y lógica. En hopi’sino —de acuerdo con Whorf— no se trata de descubrir la verdad, sino de que «se hace verdad lo esperado» (tunátya, en forma inceptiva), mediante las fuerzas del deseo, las causas y el pensamiento.

      En quechua la verdad se asocia a la sabiduría (yachay), lo verdadero está ligado a lo justo (caman) y lo que se asume con confianza (sullul o checca –cheqan–), así como a la novedad o invención (huamac hamuttay). Supone lo racional y crítico (yuyayniyoq). Yuyayniyoq remite a lo racional, con uso de razón, que piensa, que conoce, que maneja la reflexión crítica. El sabio, el que maneja o almacena la sabiduría, un saber de vida quechua.

      En náhuatl, ixtlamachiliztli liga saber-sentir y verdad, la persona (rostro-corazón: in ixtli in yolotl: el conocimiento verdadero de Quetzalcóatl), la ética y la normatividad de lo recto (in quallotl in yecyotl) y la dignidad (in macehualli: la macehualidad). El adjetivo qualli se liga al bien y al acuerdo, a lo asimilable para la vida, existe también melak, melawak y nelli, «cierto, verdadero, real, cimentado, firme»: in nelly, «el verdadero»; nelhuayotl, «principio, fundamento, base, raíz, origen»; neltiliztli, «verdad, certeza»; nelti o neltia, «reconocerse, realizarse»; y neltilia, «averiguar, asegurar, certificar, testificar, poner en obra, ejecutar una cosa». La verdad es un principio fundamentado, suficiente, adecuado, relevante y consistente. Yektlatohlli/kwallitlahtolli es el discurso recto, bueno, verdadero. Donde lo que da verdad es el principio fundamental de la integralidad (Ometeotl).

      En p’urhépecha es deducible que la verdad es tal en tanto veracidad para el sujeto, rectitud moral de la cultura y adecuación en la sociedad desde la conexión ser humano-kosmos.

      En maya, López Maldonado ha propuesto la retoma del concepto k’ahooolal: «pretensión de conocer», que revela el carácter abierto de la verdad. En tojolabal la verdad es consubstancialmente un hecho de inter-subjetividad.

      La verdad para los juni kuin (kaxinawa), cazadores de arco y flecha, está ligada a la razón de la imagen, porque el mundo está ordenado y es comprendido en la relación imagen-objeto-palabra. El término kuin es «verdadero», pero también algo diferente, en la medida que no implica el antónimo «falso» (koinma). La escritura de lo verdadero para los juni kuin está asociado a lo intuitivo (kisceral), a lo espiritual, a la lengua de los yuxin. Y la verdad entre ellos como entre la mayoría de las culturas no reside en la fijeza lógica, porque el universo es transformativo.

      Ahora bien, siendo ya esto notable, no podemos quedarnos en ese terreno comparativo, que nos disminuye. En la argumentación y filosofía originaria tenemos también otras dimensiones equiparables relevantes. Es el caso de lo que con más o menos validez, Whorf llamaba en el caso de los hopi