Elías Nandino

Elías Nandino. Prosa rescatada


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      Xavier siempre fue un adolescente, y maduró y murió sin dejar de serlo. La muerte real la creía hecha para los demás, pero no para él. Por esto siempre tenía horror de hablar de la muerte que decapita la vida, y cantaba sin cesar a su muerte hecha con la imaginación, la fuga y la nostalgia inexplicable que nos nace de la entraña. Para Villaurrutia la muerte es el lento regreso que consumamos minuto a minuto hacia la esencia del Universo.

      La adopción que hizo este poeta de la muerte como tónica de su poesía, se debe, sobre todo, a la coincidencia del clima de ésta con su sensibilidad. La temperatura helada a la que sometía sus pensamientos, la acrecentaba al máximo con la invocación de la muerte glacial, que paraliza y conserva como el hielo todo lo que atesora, sin dejarlo pasar por el trance corrupto que lo devuelve al polvo. La muerte de Villaurrutia no era asesina, sino salvadora. Él siempre gozó y sufrió paladeando su morir indetenible como una fuga que le daba la oportunidad de poder expresarse. Vivió muriendo con la inteligencia despierta para plasmar en sus angustiados poemas todos sus sueños, sus esperanzas y sus adivinaciones.

      Supo pues, este gran poeta, hacer circular en las venas de su poesía toda una helada agonía que nos despierta el calosfrío de pensar que la vida es sólo un tiempo que nos da la ocasión, si la aprovechamos, de purificarnos.

      Nadie hasta ahora en la poesía mexicana nos ha hecho sentir el pulso del misterio como lo ha hecho Xavier. Por sus imágenes se tiene que llegar irremisiblemente a lo que no vemos, pero que sentimos que existe. Muchas veces nos engendran vuelo, otras, caída; pero siempre nos separan del cuerpo para llevarnos a un vacío que encontramos, que no está vacío, sino lleno de la vida de todos los muertos. En resumen, la herencia que con su poesía nos deja Xavier Villaurrutia es incalculable. Con su ejemplo se llega a la certeza de que escribir un poema no es agrupar palabras con ciertos ritmos, consonancias o asonancias; sino que su ejecución implica una labor científica de claridad, de idea, de selección de palabras, de armonía de sonidos y de comunicación emotiva.

      El lector que observe con cuidado la poesía de Villaurrutia, encontrará que no sobra ni falta una palabra, que lo escrito es necesariamente necesario, que usa el adjetivo con parquedad y que le da la colocación que le corresponde, y que el orden y arquitectura del poema ayudan a la amplificación de sus ideas. Hasta sus juegos de palabras, que son más bien un alarde de inteligencia y no de sensibilidad, obedecen a una intención preconcebida para encerrar al lector en un laberinto de ecos, sueños, imágenes, que le enseñen o le den la facultad de ver o sentir en lo invisible, utilizándolos como para ponerlo en trance… y para que así pueda entrar a sus percepciones de ultratumba.

      Toda esta sensibilidad angustiosa, todo este ir hacia la entraña, toda esta adivinación en el espacio y toda esta honda amargura sin llanto, vino a ampliar la dimensión de profundidad en nuestra poesía. Xavier también nos abrió ventanas hacia el exterior y nos trajo, con su inquietud y su observación, nuevas voces que nos han dado insospechadas orientaciones y provechosas disciplinas. Sin Enrique González Martínez, puente de transición; Ramón López Velarde, con su acento recóndito, misterioso, angustiado, mexicanísimo; y Xavier Villaurrutia que pasó por ellos escogiendo y asimilando lo esencial que, junto con los aprendizajes de poesías extranjeras, lo hizo estructurar la alquimia de sus poemas, la poesía de México no hubiera evolucionado hasta la altura que ha llegado. Es indudable que el poeta de Nostalgia de la muerte abrió el rumbo hacia la propia entraña y descubrió el contacto milagroso del universo de la sangre con el gran universo que nos contiene. Él fue un estudioso observador de la geografía interior del hombre y, siguiendo las elegías de Rilke, conoció los ríos de soledad, la nervadura de los bosques musculares, la angustia del océano preso, los huracanes de la desesperación y el constante derrumbe celular que, pereciendo y renegándose, lentamente va agotando la vida y fabricando la muerte. Supo caminar por los corredores oscuros del cuerpo para escuchar los ecos que los días sepultan, vio los crecientes fantasmas del temor y el miedo, sufrió el calosfrío por los relámpagos que caen del cielo, de la piel a las rocas de los huesos y pudo comprender que el hombre es, en verdad, su soledad en ignición.

      A su mundo emocional juntó su espíritu de crítico y así, con verdadero rigor, castigó su poema hasta desnudarlo y dejarlo como esas ramas que el mar monda y arroja al lecho de sus playas, con un aspecto de humana y retorcida desesperación. Esta labor, si se quiere, le robaba espontaneidad a su poesía, pero la reconcentraba en congelado clima que, al revés de fuego, quemaba por su frialdad.

      Queda pues, la poesía de Xavier Villaurrutia, como un ejemplo de laboriosa búsqueda, de rigor exaltado, de disciplina austera, de justeza imaginativa, y como prueba imborrable de la ley de que todo acto poético es, y tiene que ser, un acto de la conciencia.

      Estaciones. Revista Literaria de México, año I, núm. 4, México, DF, invierno, 1956, pp. 460-468. Este ensayo fue divulgado también en Memoranda, publicación del ISSSTE, año II, núm. 8, México, DF, septiembre-octubre, 1990, pp. 39-41.

       La muerte en la poesía de Xavier Villaurrutia

      Muchos críticos y poetas, nacionales y extranjeros, se han ocupado de la poesía de Xavier Villaurrutia. Han hecho notar, sobre todo, su rigor, su disciplina, su limpieza, su profundidad y sus influencias. Entre el grupo de Contemporáneos del que este poeta formó parte, es indudable que fue uno de los más representativos. Su obra poética, aunque no muy abundante, tiene un sello muy personal y nos hace convencernos de que a pesar de sus otras actividades literarias (teatro, crítica) él fue esencialmente un poeta. A diez años de distancia de su muerte su obra crece y las nuevas generaciones, más y más, admiran su mensaje y su maestría, tratando de tomar ejemplo en la tenaz participación de la inteligencia que hizo que cada uno de sus poemas fuera un acto medido y pensado, y no un caprichoso fluir de lo que antiguamente se ha llamado inspiración. Este poeta mexicano nos enseñó que cada poema debe ser un verdadero acto de conciencia. Lo que más distingue a su poesía de la de los demás poetas de su época, es su preocupación por la muerte. No hay palabra que use sin imponerle una tarea mortal. A cada verso le infunde una temperatura helada. Nada es inmóvil en todo lo que escribe porque todo padece un continuado escalofrío.

      La fuerza de su poesía está en la constante estructuración de su propia muerte. El poeta vive muriendo por sentir cómo, minuto por minuto, su muerte crece dentro de él mismo, con la fuerza de un fuego frío que busca desbordarse. Para él la vida es un indivisible cauce de pulsos que trabajan en la construcción de su salida. Se siente habitado por un ángel mortal que dirige sus pasos y, todo goce o dolor, lo piensa y lo traduce como una célula más en el fantasma voraz que teme y que desea. Desde uno de sus poemas iniciales. «Ya mi súplica es llanto», deja asomar su nostalgia mortal que después será el principal móvil de su poesía.

      Yo soy un deseo, Señor

      ya lo diga mi voz, ya mi concreto

      silencio, ya mi supremo llanto

      en el supremo dolor,

      no soy sino un deseo,

      Señor.

      Sólo en este poema y en «Estancias nocturnas» se le escucha implorar a Dios. También en uno de sus últimos poemas: «Soneto del temor a Dios». Después de esto, aunque creyente, ya no vuelve a implorar sino a su muerte, pero ya con un amor pagano, suicida… Suple todo misticismo a la Divinidad con la ardorosa pasión de su búsqueda mortal. Podríamos afirmar que cada poeta tiene su manera personal de sentir su muerte. Santa Teresa, Quevedo, López Velarde y Supervielle (de este último es de quien Villaurrutia tuvo mayores influencias) la amaron, la temieron o la expresaron de distinto modo. En cambio, este poeta mexicano la fue labrando como Rilke, de sí mismo, como elaborada por sus propias manos, como fruto irremediable de su existencia y nos la canta con la intensa ebullición de su agonía.

      En el prólogo de sus obras completas, que publicó el Fondo de Cultura Económica en la colección Letras Mexicanas, el poeta Alí Chumacero afirma: «Sin embargo, es preciso decir que, entre bromas y veras, se nota cómo, desde sus incipientes ensayos líricos, Villaurrutia se planteó un pretexto que sería el predominante: la muerte». Yo no creo que el símbolo