Olga Rodríguez Cruz

El 68 en el cine mexicano


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buscar los negativos, pero nunca los dejamos ahí, siempre fueron guardados en casas diferentes. Para eso funcionaron bien las casas de Roberto, de Leobardo… Aunque yo nunca guardé en mi casa ninguno de esos materiales.

      Fuimos registrando el movimiento del 68 con las cámaras del CUEC. Íbamos a las juntas y ahí se distribuían los quehaceres. Claro que había personas que estábamos más tiempo ahí, inclusive dormíamos a veces ahí. Pudimos registrar escenas tan importantes como la de los vendedores del mercado que fueron maltratados por la policía y que vinieron en busca de nosotros para que los apoyáramos. Fuimos a la delegación de policía y ahí estaban gritándole a éstos y al ministerio público, debido a la agresión que sufrieron. Por cierto en El grito aparece una mujer que está enseñando los moretones a estos funcionarios; fue ahí donde obtuvimos esa toma. Yo les había dicho que eso lo podíamos registrar cuando se fuera a hacer la denuncia y dijeron que sí. Tomé mi carrito y me fui al CUEC, le avisé a Leobardo, etcétera, y así fue como se logró filmar esta secuencia.

      Cabe señalar que el director del CUEC, Manuel González Casanova, desempeñó un papel muy importante con los estudiantes; nos apoyó muchísimo, estuvo de acuerdo de que los estudiantes tomáramos posesión del edificio, del equipo, de los materiales. Sin embargo, el director tenía que firmar y autorizar para llevar los materiales a revelar al laboratorio y que después pasaran a cobro; por eso digo que la llamo la bendita universidad, sin eso no se hubiera podido hacer la película, gracias a ello pudimos seguir filmando.

      En lo que concierne al revelado del material, el encargado de llevarlo era Sebas, creo que así le decíamos. Él era intendente de la filmoteca del CUEC y llevaba el material a los laboratorios, a Filmolaboratorio, que ya no existe. Respecto al negativo original, nunca nos dimos a la tarea de buscarlo bien, de ir hasta sus últimas consecuencias. Yo tuve la obligación de buscar ese negativo, nadie me dijo «búscalo», pero era una de mis obligaciones como curador de la filmoteca; así como fue mi obligación buscar todos los negativos de todas las películas mexicanas. Cuando se hizo la primera restauración, por ahí de los años 2006, 2007, hubo la necesidad del negativo original y sabíamos que no existía, siempre habíamos trabajado con un duplicado negativo. Es por eso que digo que no lo buscamos bien. El editor de El grito fue Ramón Aupart, a quien en ese momento Leobardo introdujo en el ámbito universitario. Ramón era un ayudante de edición profesional que trabajaba en los Estudios Churubusco, pero pues lo veíamos trabajando con Leobardo todas las tardes y las noches.

      En cuanto al estreno de la película El grito, cuando estuvo terminada por Leobardo, no se exhibió con todas las de la ley; el maestro Manuel González Casanova no quiso que se presentara como por un año, aproximadamente. Su argumento era que El grito era la primera producción del CUEC y no quería que fuera contestataria, denunciante del movimiento, porque además iba a ser peligroso para la estabilidad del CUEC. Le preocupaba la imagen política de la escuela.

      Sin embargo, Guillermo Palafox tuvo una participación esencial en la muestra; se robó la primera copia, yo creo que de la filmoteca del CUEC, se la llevó a los laboratorios Querétaro. Yo tuve una íntima amistad de trabajo y personal con el dueño y laboratorista, el señor Alejandro Chavira. Palafox le llevó la copia e hizo un internegativo, con el que sacaron muchas copias. Palafox era un trabajador incansable, extraordinario; hizo una enorme propaganda y publicidad en la Universidad Nacional para el estreno. También consiguió exhibir El grito en todos los cineclubes universitarios, lugares en donde los muchachos querían hacer la revolución. De esta manera, se mostró este documental masivamente en toda la universidad, además de otros lugares; fue un éxito absoluto, un éxito rotundo en ese momento. Nunca lo platiqué con Leobardo ni con nadie, pero deben haber estado contentísimos de que pasara eso, y probablemente también hasta González Casanova. Este acto le costó la expulsión del CUEC a Guillermo Palafox; el Consejo Técnico de la escuela no podría permitir ese tipo de situación. Yo era parte de ese Consejo y me abstuve de votar.

      En esta historia, Palafox es un antihéroe, al menos para el Consejo y para González Casanova, pero él estaba en su papel y fue un héroe de la libertad para dar a conocer ese documento. La verdad, nunca supe cómo consiguió el dinero para todo eso, ya que una copia en aquel momento no podía costar menos de mil pesos; debe haber hecho veinte o treinta copias. Estaba tan bien organizado todo, que una copia se exhibió aquí y esa misma copia se iba para acá y para allá, etcétera. La cuestión es que se las ingenió e hizo muy buena publicidad acerca del documental; había carteles pegados en las paredes, se las ingenió perfectamente cómo debe de ser si alguien quiere hacer una cosa efectiva y eficaz. Cabe destacar que es un hito dentro de la Universidad que haya ocurrido esa especie de censura, pero la realidad se impuso, porque el que quiere hacer las cosas las hace, y Palafox lo quiso hacer; se cubrió de gloria y se ganó la expulsión, pero eso no importa si realmente quieres ser cineasta, como lo fue él.

      Antes del movimiento no sentía que era necesario un cambio social o político, pero el 68 me dio esa conciencia, esa sensibilidad que adquirí en el movimiento estudiantil y después de trabajar con una efervescencia que solamente se siente cuando hay peligro; si no lo hay, puede haber todo un sentimiento creativo e innovador, pero con peligro se acrecienta. Yo no estuve en la Plaza de las Tres Culturas, porque acababa de salir de la cárcel; fui apresado en Ciudad Universitaria, por unos soldados. Esto fue porque se iba a filmar un protocolo de ayuda a los campesinos de Topilejo, ya que tenían sus quejas y problemas políticos por la tierra y pidieron ayuda al CNH. Me ofrecí a hacer el registro. Ya tenía la cámara y la película, la filmación estaba programada aproximadamente para las seis de la tarde.

      Cuando llegué a Ciudad Universitaria, ya estaba tomada; por ahí en la gasolinera se encontraban soldados, se veían las tanquetas y ya no se podía pasar. Yo llevaba mi morral con la cámara, la saqué y empecé a filmar los movimientos; se veía cómo caminaban las tropas, por ahí estaban unos estudiantes gritándoles «hijos de la chingada, sálganse…» Yo estaba filmando eso, pero de repente se oyó el andar de los motores de las tanquetas, y algo como una sirena; las tanquetas se salieron de Ciudad Universitaria. Entonces corrí y me subí a mi vocho y dejé de filmar. Había otro coche, también de estudiantes, huyendo, pero nos faltó habilidad; no realicé la maniobra que pude haber hecho, para irme por avenida Universidad. La tanqueta nos rebasó y al coche de adelante lo deshizo por la parte de enfrente. Ante esto, tuve que detenerme, tomé mi cámara para bajarme, pero llegó un soldado, que me dijo: «Métete». Y lo hice; me di cuenta de que estaba vencido, pasaron a todos los muchachos del otro coche y a mí me bajaron, con todo y cámara. Me introdujeron a Ciudad Universitaria; ya estaba preso, y ahí estuve toda esa noche, pero como no era de los que habían agarrado en las facultades, fueron a dejarme a donde estaban los camiones que se llaman comandos; en donde estaba el coronel que dirigió la operación. Ahí me tuvieron. Ya como a las 12 de la noche, llegaron autobuses de pasajeros, nos pusieron a uno o dos policías y nos llevaron a Tlaxcoac, que es el edificio donde estaba el Servicio Secreto. Posteriormente nos llevaron al sótano, en donde se encontraban las crujías de detención, a todos los estudiantes, empleados universitarios, algún profesor etcétera. Pero no nos pusieron juntos, no nos revolvieron con los delincuentes comunes.

      Estuve detenido tres días, 72 horas, y para salir, el proceso fue que hicieron una lista, un primer registro, en donde iba tu nombre, tu dirección, etcétera. Sin experiencia, yo di mi nombre y mi dirección particular. Cuando me quitaron la cámara, pensé: «no, aquí tengo todo», pasó por mi mente que iban a revelar esa película, verían que estaba en el movimiento, y no me convenía. Quise sacar la película y velarla, pero uno de los de los cuidadores le dijo al ministerio público: «mire, cuidado, porque está haciendo algo ahí con la cámara». Total, me quitaron la cámara y la película.

      Estuvimos en una crujía puros estudiantes, empleados universitarios; no había mujeres, éramos puros hombres. Seguramente a las mujeres las llevaron a otro lugar. Dos veces nos pasaron a interrogatorio. Unos señores fueron muy corteses en el ministerio público, nos tomaban otra vez los datos, los verificaban, nos preguntaban por qué habíamos estado ahí. Entonces yo les dije toda la neta: «yo estoy aquí porque soy del pueblo y vengo a registrar». Al final de los tres días, a las 72 horas, no vieron en mí un peligro y me dejaron salir. A la salida de la procuraduría nos pusieron