Olga Rodríguez Cruz

El 68 en el cine mexicano


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El retrato más fiel

       Marcela Fernández Violante

      Aprincipios de 1968, alrededor de febrero o marzo, había iniciado un proyecto de largometraje denominado Gayosso da descuentos, que por vez primera iba a realizar el propio Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) en un formato de 35 milímetros. Las bodegas de la escuela de cine en ese momento contaban con una dotación muy grande de materiales fílmicos.

      Las autoridades del Centro me pidieron que presentara un proyecto de guion para mi primer largometraje, ya que anteriormente había recibido una Diosa de Plata de la asociación de Periodistas Cinematográficos de México A.C. (Pecime), por el cortometraje Azul, primer premio recibido por el CUEC. Comenzamos una vez aceptado el relato, que trataba acerca de tres personajes masculinos en la etapa de la vejez con distintas trayectorias dentro de la Ciudad de México.

      Logramos levantar este proyecto con pocos recursos. Tener el material no era suficiente, había que conseguir las cámaras, obtener viáticos, dinero del transporte para llevar y traer el equipo, entre otras necesidades de la producción.

      A la par surgieron los acontecimientos del 68, y el CUEC decidió ser el centro de reunión de testimoniales que cubrieran las necesidades de información del pequeño grupo estudiantil, que tenía el propósito de obtener datos fidedignos de parte de los actores: los propios estudiantes. Mucha gente, con gran capacidad para la fotografía, registraba las manifestaciones, las represiones policíacas, la violencia en las calles, entre otras cuestiones.

      Teníamos una cámara Reflex de 16 milímetros que era el lujo de la escuela, pues las otras eran Reflex de cuerda. Varios jóvenes tomaron las cámaras, entre ellos, Leobardo López Arretche y Roberto Jaime Sánchez Martínez, y lo hicieron con gran responsabilidad, pues usaban el mejor equipo disponible y salieron a filmar con éxito las manifestaciones.

      En aquella época el Centro estaba ubicado a una cuadra de Insurgentes. Contábamos con un laboratorio, no muy bien acondicionado pero con suficiente capacidad para reproducir fotos para las universidades de provincia, que se entregaban con el propósito de que la información y las imágenes llegaran al interior del país, y ahí pudiera enterarse de lo que pasaba en el Distrito Federal, ahora Ciudad de México.

      Cuando mis compañeros se percataron de que era más importante destinar el escaso material al movimiento que a mi propia película de ficción, entendí la situación por la que atravesaba México. Era difícil continuar con mi proyecto. Entonces nos concretamos en la realidad inmediata.

      El 68 se fue complicando, presté mi coche, un Valiant 65 color blanco, que tenía unas calaveras redondas. Mis compañeros se las tumbaron y ahí incrustaron la lente de la Reflex. Leobardo se metió en la cajuela, mientras que Roberto, con quien yo estaba casada, conducía como turista despistado dentro de Ciudad Universitaria y los soldados no se percataron de que desde adentro alguien los filmaba.

      El sentido de la audacia fue desarrollado a su máximo esplendor. Cuando entraron los tanques al Zócalo, los muchachos temían filmar; estaban resistiendo una situación en extremo peligrosa para sus vidas. Esta experiencia fue muy importante, porque se obtuvo el documental más valioso: El grito, trabajo que queda entre dos personalidades del 68, Leobardo y Roberto, quienes tenían mucha práctica y conocimiento.

      En esos días el CUEC fue tomado por los alumnos. Hablamos con el director, Manuel González Casanova,1 y de buena manera se decidió que las autoridades académicas y administrativas no debían representar al centro, teníamos que ser los estudiantes; la guerra no era con ellos pero tampoco estábamos dispuestos a aceptar que nos dieran las directrices del movimiento, y que los funcionarios se involucraran con responsabilidades diferentes a los intereses del estudiantado.

      Yo tuve más contacto directo con el funcionamiento de la escuela, porque vivía a la vuelta, en la calle de Tecolotitla, atrás de las instalaciones de Radio Mil. Entregaron el Centro y decidimos organizar grupos de trabajo. Iban a visitarnos el director y Gastón García Cantú, director de Difusión Cultural. Eran nuestros huéspedes, nos frecuentaban como pensadores, como ideólogos; eran personas con gran autenticidad.

      El 2 de octubre de 1968 nos afectó a muchos. Me dirigía para Tlatelolco con mis hijos; al día siguiente íbamos a salir a filmar un documental, por esa razón tuve que desviarme para hacer una serie de compras. El tráfico complicaba el camino para la Plaza de las Tres Culturas.

      Cuando llegamos ardieron las bengalas en el cielo, empezó todo el estruendo. No nos bajamos del automóvil, nos quedamos en las orillas y regresamos a casa. Roberto me pidió que estuviera pendiente. No teníamos teléfono; en aquella época era difícil. Llegaron muchos estudiantes del CUEC a la casa, se tranquilizaron, aunque no sabíamos quiénes estaban muertos, quiénes estaban presos ni quiénes estaban todavía en Tlatelolco.

      Manuel González Casanova llegó con su esposa, después Roberto regresó a casa y nos contó que el Ejército había atacado a los estudiantes. Nos enteramos de que Leobardo había caído preso. No sabíamos dónde estaba, era un caos. Supimos de muchos muertos, pasamos la noche en vela, y ya en la madrugada cada quien se retiró a su casa.

      También se dio el caso, entre las cuestiones irónicas de la vida, de estudiantes del CUEC que habían sido contratados por el Comité Olímpico Mexicano2 para filmar las Olimpiadas. En ese momento de crisis, de repente llegó un joven vestido de trajecito, y le dije: «Mientras que tú estás ahí preparándote para la producción de la película de las Olimpiadas, en la Plaza de las Tres Culturas están matando a nuestros compañeros».

      Hubo muchas semanas de tensión, los manifestantes nos encontrábamos muy alterados; además engendramos una gran repulsión hacia los medios informativos, como Televisa, quien tenía muy ganado el odio, porque manejó los acontecimientos como quiso; no existía en esos días una radio tan combativa, como ahora, que es más participativa, porque el sistema hegemónico del Partido Revolucionario Institucional (PRI), como lo tuvimos en los treinta años del porfiriato, no lo permitía.

      De manera muy infeliz, en el 68 se sufrieron intentos de asalto al Centro, se gestaron bandas de derecha a ultranza, grupos fascistas robaron equipo, aprovechándose de los movimientos, de ese afán democrático.

      Cuando se supo que iba a entrar el ejército a Ciudad Universitaria se tomaron las medidas necesarias para sacar el material de lo que se había filmado del 68, el cual se encontraba en las bóvedas del auditorio Justo Sierra,3 ahora también conocido como Che Guevara. Corríamos el riesgo de la requisa; si se daba la inspección no íbamos a tener ninguna imagen testimonial de lo que estábamos viviendo. El maestro González Casanova se lo llevó; habló conmigo y me pidió que guardara El grito. Quedamos de vernos en la calle de Francia en la colonia Florida, yo vivía a unas cuantas cuadras pero, por supuesto, no lo iba a llevar a mi casa, pues habría corrido el riesgo de que buscaran en mi domicilio particular. Ya entrada la noche, aproximadamente a las nueve, emparejamos las cajuelas de los coches. Yo llevaba el Valiant, el mismo automóvil que sirvió para filmar todos los hechos, y que en algún momento pensé en la posibilidad de mutilarlo, si era necesario. Equiparadas las cajuelas, González Casanova me pasó latas, latas y más latas. Ante la situación prevaleciente, decidí esconderlo fuera de la ciudad, con gente que ni de manera remota pudiera imaginarse que estaba vinculada con el movimiento democrático.

      Más tarde se recuperó la película y se trató de darle un sentido; se dio una relación de corresponsabilidad de los materiales: estaba por un lado Leobardo y por el otro Roberto, quienes hablaron con Manuel González Casanova para definir cómo se iba a editar. Ellos no tenían las mismas visiones del movimiento, los dos eran creadores y empezó a gestarse el conflicto. Querían grabar la mayor cantidad del metraje filmado, de riesgos asumidos, debían definir cómo armar el documental y qué sentido se le daba. Finalmente, no llegaron a ponerse de acuerdo y González Casanova decidió en un volado de águila o sol quién se quedaba el material. Resulta ganador y triunfador con una moneda en