Iván Trujillo

Arte y hostilidad


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“comenzando por aquel que divide y opone a sí mismo al ver-venir”, Derrida reafirma esta posibilidad señalando que es lo que sucede “cuando ella fracasa en hacer volver al Mismo, a interiorizar, asimilar (etc.), al otro, lo ‘indomable’ […] lo ‘inevitable’, lo ‘vertiginoso’, la cuestión de lo totalmente otro, mientras este fracaso del trabajo del duelo impulsaría a dejar, abandonar […] a saludar con un cierto adiós, y por consiguiente a hacer el duelo del duelo. Ahí donde el duelo es imposible. De un adiós al otro” (375).

      Es finalizando “La mitología blanca”, que Derrida va a decir: “A las metáforas”; reconociendo que no se escribe más que en plural. Así, “es porque la metafórica es de entrada plural por lo que escapa a la sintaxis, y por lo que da lugar, en la filosofía también, a un texto que no se agota en la historia de su sentido (concepto significado o tenor metafórico: tesis), en la presencia, visible o invisible, de su tema (sentido y verdad del ser). Pero es también porque la metafórica no reduce la sintaxis, que dispone por el contrario sus desviaciones, por lo que se arrebata a sí misma, no puede ser lo que es más que borrándose, construye indefinidamente su destrucción” (Derrida 1994b, 307). Derrida da a pensar en una doble auto-destrucción de la metáfora, pasando desde la construcción teleológica del concepto filosófico de metáfora ordenado a la manifestación de la verdad, a la resistencia metafórica que hace saltar la oposición entre lo metafórico y lo propio. Es la relación entre la flor (retórica) y su doble: la flor seca en un libro, que sólo se puede cerrar como libro si se la reanima, haciendo como si se tratase de un libro.