Alma Patricia de León Calderón

Gobernanza rural en México


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no porque no sea útil, sino porque es necesario crear contrastes que permitan ver las vicisitudes del ejercicio del poder, no como predefinido con reglas claras y procedimientos claros y determinados, sino como una realidad cambiante que somete a la sociedad a constantes roces, que deriva del conflicto y la oposición, del desencuentro y que, precisamente, son éstos los procesos que permiten dar salida al conflicto en soluciones más o menos estables, donde la diversidad de actores pone en juego sus intereses y busca lograr que éstos permanezcan vigentes en la agenda pública y sean llevados a la generación de programas y políticas públicas, los cuales están contenidos en el cuarto concepto que establece Zurbriggen (2011), ya que la definición general de éste permite observar el comportamiento social y sus interacciones desde esta perspectiva.

      Así, la gobernanza también da cuenta de estos espacios, que no forzosamente responden a mecanismos formales que dan como resultado el cauce para la atención de la diversidad de problemas públicos derivados de reglas bien definidas y de procesos claros y transparentes; dando así espacio para el estudio de la microfísica del poder (Bassols, 2011), donde las estrategias e intenciones no son siempre claras, las alianzas y negociaciones no se muestran a simple vista, y las técnicas para el control y manipulación de grupos resultan, en cierta forma, comunes pero no visibles.

      A esta forma de gobernanza, Arellano, Sánchez y Retana (2014) la denominan gobernanza “a secas”, o gobernanza “más allá de la moda”. Si recordamos parte de la definición vertida en la definición general que menciona que la gobernanza es la totalidad de interacciones entre entes públicos, privados y sociales, en la resolución de problemas públicos; es decir, toda interacción, por lo que la esencia sería dar cuenta de estas interacciones; así, cualquiera de los enfoques aquí descritos y aquellos que no se han descrito en el presente, son parte de las formas de gobernanza existentes.

      Pero la generalidad del concepto también permite acotar lo que denominaron gobernanza a secas, entendida como: “[…] una estructuración de un proceso de toma de decisiones entre diversos actores, grupos u organizaciones […]” (Arellano, Sánchez y Retana, 2014:121), parte que coincide con el cuarto concepto que refiere Zurbriggen (2011), pero agregan: “[…] tiene que ver en mayor medida con la forma en que se organiza y estructura la autoridad y la decisión para llevar a cabo ciertos fines definidos por alguien o por algunos” (Arellano, Sánchez y Retana, 2014:121; Fukuyama, 2013).

      Los autores argumentan que en la gobernanza a secas se da cuenta de quién y cómo ejerce el poder; dentro de una variedad de actores colectivos e individuales insertos en una arena de intereses en conflicto susceptibles de ser considerados como problemas públicos.

      En esta concepción, por lo tanto, no es que se aleje de los preceptos normativos, simplemente, lo que trasciende es desenmarañar las urdimbres del poder, lo que Bassols (2011) denomina la microfísica del poder; es decir, dar cuenta de las herramientas, tácticas, alianzas, argumentos y, en general, de toda forma utilizada para llevar a cabo un fin determinado, en este caso, lograr que la toma de decisiones favorezca a los intereses de ciertos actores insertos en la arena pública.

      Por lo tanto, podemos acotar en dos grandes grupos a los estudios y formas de acceder a gobernanza. El primero, ligado a las cargas normativas, que en muchos de los casos terminan siendo una receta llena de buenos deseos, ya sea que se observa a la gobernanza como una tecnología de gobierno para el diseño, evaluación y aplicación de políticas públicas o como mecanismo soportado en redes que da cuenta de procesos preestablecidos para dirimir problemas públicos. El segundo grupo la considera como una herramienta sociológica para el análisis de las relaciones entre sociedad, mercado y gobierno; sobre todo si se entiende que dichas relaciones son conflictivas y, por lo tanto, sus resultados no siempre son asequibles; por el contrario, las reacciones son inciertas, así, puede dar resultados contrarios o no planeados, generando acciones no diseñadas, diseños de acciones no ejecutadas y resultados no planeados (Arellano, Sánchez y Retana, 2014).

       INCIDENCIA DE LA GOBERNANZA EN LO RURAL

      Como se menciona al inicio del presente texto, no es el fin de éste proporcionar una definición de la gobernanza en lo rural, pero sí proporcionar elementos generales aplicables a cualquier espacio de interacción social; sin embargo, presentamos un breve acercamiento en el cual se hace énfasis en la diferenciación de definición de intereses colectivos y los significantes de la interacción en espacios rurales, donde lo simbólico adquiere mayor peso sobre las decisiones colectivas.

      Dicho lo anterior, resulta pertinente recordar lo expuesto por Bevir (2013), cuando realiza la crítica a la visión sajona de gobernanza, donde, entre otras cosas, menciona que esta visión resulta reduccionista y que deja de lado el hecho de que estas redes son producto de fluidas acciones contingentes y conflictivas de personas diversas, provenientes de un mundo caótico, quienes crean, piensan, viven, luchan y se organizan de formas variadas y complejas.

      El acercamiento a la ruralidad partiendo de la idea anterior, permite observar la complejidad cultural de estos espacios sociales caracterizados por estar fuertemente relacionados con tradiciones organizacionales ligadas a las creencias y tradiciones locales; estas organizaciones sociales rurales se determinan de forma diversa, pero el respeto por sus creencias y normas sociales suele ser una de las características de la organización social en espacios rurales. Así, la complejidad de las relaciones sociales en lo rural y su convivencia con otras formas de organización, en este caso estatales, como los medios de generación de bienes públicos y la prestación de servicios, se caracteriza por una vastedad de rituales; dentro de éstos, tienen un papel importante los elementos simbólicos e ideológicos, acompañados de un grupo de creencias, donde todas ellas son parte integradora de los dispositivos para el ejercicio del poder (Lutz, 2017; Chávez, 2017; Salas, 2019).

      Cabe destacar que la complejidad y diversidad social y organizativa en lo rural es propia de cada espacio, dicha variedad no es menor a las representaciones que se han generado en espacios no rurales, como lo urbano, y se podría decir que es posible que su diversidad y complejidad represente mayores retos para su comprensión (Lutz, 2017; Chávez, 2017; Salas 2019).

      Los elementos culturales e identitarios, así como los organizativos, en lo rural están llenos de particularidades que hacen de los espacios una mina de exploración en torno a las formas de relacionarse, de ejercer los procesos de la toma de decisiones que dotan de significado, tanto al espacio social, como a la suma de preferencias individuales traducidas en prioridades públicas.

      La lógica de la toma de decisiones públicas en lo urbano, por lo general, serán en torno a la mejora y mantenimiento de la infraestructura urbana, en lo semiurbano, la aspiración será llegar a ser urbano o no perder cierto nivel de urbanización, pero, en lo rural, ¿cuál es el principio que orienta las decisiones?, ¿dejar de ser rural? o, preservar ese elemento, seguir siendo rural, pero, ¿bajo qué parámetros?

      Difícilmente la aspiración de los espacios urbanos y semiurbanos será dejar de serlo y regresar a lo rural. ¿Pudiera ser interpretado como una forma de involución?, pero hasta dónde lo rural significa precisamente esto, hasta dónde significa precariedad y atraso, ¿realmente es así? Por eso las cargas simbólicas e identitarias son elementos primordiales para entender la dinámica en espacios rurales como construcción de un cuerpo social, el significado de lo rural no siempre está ligado a la idea de precariedad y carencia.

      Algunos supuestos sobre la estructura de redes: en lo rural el fenómeno del “gorrón” o free rider es menos común, dado el principio de organización por faenas y las penalizaciones que la estructura de mando impone si existen faltas a la cooperación social, además de la carga de necesidad de unión de fuerzas para lograr objetivos comunes (Martínez y Valencia, 2017); en lo urbano, puede ser más común ver este fenómeno dada la ausencia de estructuras organizativas con peso punitivo sobre ciertos actores que deciden que es mejor no participar, al fin y al cabo, el mantenimiento y mejora de la infraestructura es necesario y se aplicará, incluso si se decide no participar, y las formas de organización social, tanto formales como informales, hacen más compleja la estructuración de mecanismos punitivos que obliguen a la participación o excluyan del beneficio común.3

      En ese sentido, la identificación de redes, la capacidad de participación