y neolocal, que se impuso por mucho tiempo como el modelo a emular y como la norma de vida familiar: el modelo de familia patriarcal. Este modelo que comienza a resquebrajarse en la segunda mitad del siglo XX pudo sostenerse a fuerza del accionar de instituciones de diversa naturaleza, desde la iglesia hasta los sistemas de bienestar y los marcos regulatorios del mercado de trabajo, basados en arquetipos de trabajadores típicos y de sus familias.
Desde hace varias décadas, un conjunto de fuerzas sociales va a desatarse para poner en cuestión dicho modelo. Con avances y retrocesos, con estancamientos y sorpresas, este proceso de reconocimiento de intereses y derechos propios de las mujeres será producto para Jelin de transformaciones sociales notables. Inicialmente vinculado a la posibilidad del acceso a ingresos y a la expansión de la educación, se abren nuevos horizontes de expectativas personales y de deseos individuales para grupos subordinados a la autoridad patriarcal, hijos, hijas y, más tardíamente, esposas. De este modo se pone en marcha un proceso de afianzamiento de la individuación, clave para entender los notables cambios que comenzarán a ocurrir en los patrones de formación, dinámica y disolución familiares. Su mirada otorgará un rol muy relevante a los movimientos de mujeres y del feminismo, que impulsaron la lucha por el reconocimiento de derechos frente al varón.
La división sexual del trabajo: trabajo remunerado, trabajo doméstico
Las relaciones existentes entre la división sexual del trabajo a nivel intrafamiliar, la reproducción social y la subordinación femenina llamaron la atención de Jelin desde muy temprano. Adelantándose a la actual discusión sobre organización social de los cuidados, indagó sobre la relevancia del trabajo doméstico desde un punto de vista más estructural. Desde la tradición feminista marxista ya se había destacado décadas atrás la funcionalidad y el valor no reconocido de las labores del cuidado para los sistemas capitalistas. Ella formará parte de las pensadoras latinoamericanas que con un registro regional analizarán estos vínculos en un contexto de desarrollo desigual, vinculado al capitalismo periférico. De este modo, sus análisis sobre la división sexual del trabajo dentro de las unidades domésticas estarán situados en sociedades en las que una significativa porción de la fuerza de trabajo no está integrada al mercado laboral urbano formal, lo cual imprime rasgos específicos a la discusión sobre la participación económica de las mujeres (Jelin, 1982). En efecto, ya al promediar la década de los setenta, con base en un estudio sobre Salvador en Brasil va a ofrecer una mirada que integra unidad doméstica, estructura productiva y reproducción social de un modo integral y complejo. Con el espíritu de una época, examina las relaciones funcionales entre producción y reproducción en un contexto de desarrollo desigual en el que vastos sectores de la población acceden solo marginalmente a un sector productivo dinámico. Señala las diversas formas en las que los sectores de bajos ingresos subsidian a la economía, tanto a través de las actividades domésticas para el sostenimiento de la fuerza de trabajo, como también a través de otros mecanismos como el servicio doméstico en hogares más adinerados, y la venta del excedente de producciones domésticas a otras familias de ingresos muy bajos (Jelin, 1974a).
Al finalizar los años setenta y durante los ochenta, emergió con fuerza en la investigación internacional la preocupación sobre los determinantes de la participación de las mujeres en el mercado de trabajo.37 Los estudios se interesaban por determinar qué factores propiciaban que la mujer trabajara en actividades económicas para el mercado y cuáles restringían esa posibilidad en contextos de economías subdesarrolladas.38 Con información secundaria y sin ambigüedades las investigaciones enfatizaban en la importancia del lugar de la mujer en la estructura familiar, su etapa del ciclo de vida y la clase social como condicionantes del trabajo para el mercado. Agregaba también a esta lista de rasgos individuales y familiares aquellos relativos a los déficits de los servicios sociales de cuidado (tanto para el cuidado infantil como para el cuidado de enfermos y personas mayores) (Jelin, 1982).
En este caso Jelin enfatizó la importancia de aspectos subjetivos, que le permitió develar las vivencias y experiencias de las mujeres de sectores populares. Para ellas las responsabilidades domésticas aparecían como tareas naturales de las mujeres (por ese entonces) sin imposiciones, pero también sin opciones, lo cual denotaba un muy acotado margen de alternativas.39
La mayor propensión de las mujeres a participar en la fuerza de trabajo, particularmente aquellas con responsabilidades familiares, fue interpretada a la luz de varios factores coadyuvantes. El acceso a mayores niveles de educación formal jugó un rol significativo, contribuyendo a moldear inquietudes, aspiraciones y expectativas más allá de las vinculadas al hogar y la familia. También otros aspectos cumplieron un rol relevante; por un lado, un creciente número de mujeres trabajadoras dejan de interrumpir su actividad laboral con la llegada de los hijos (ya habían dejado de hacerlo con el matrimonio), se empiezan a exhibir trayectorias laborales de mayor estabilidad. Por el otro lado, las fluctuaciones económicas, las crisis recurrentes y un mercado laboral poco dinámico genera una situación de riesgo constante a la cual las unidades domésticas responden movilizando fuerza de trabajo adicional. El modelo de varón único proveedor se fue resquebrajando tanto por factores socioculturales como por su creciente incapacidad de cumplir las funciones socialmente esperadas. De hecho, como tal, para sectores de la clase trabajadora este modelo fue más bien una quimera, dado que los ingresos del jefe de familia eran tradicionalmente suplementados con los del trabajo de otros miembros del hogar.
A partir de estas transformaciones, la indagación se expandió más allá de los confines de la unidad doméstica, comenzando a examinar las formas en que los condicionantes de la participación laboral afectaban a la inserción laboral, es decir, relegaban a muchas mujeres a una inserción segmentada y desigual en el mercado de trabajo. Junto con Ana María García de Fanelli y Mónica Gogna desarrollaron un programa de investigación sobre las mujeres en el empleo público que fue una maravillosa excusa para desenmascarar el acceso más restringido de las mujeres a puestos de mayor jerarquía y la penalización subsecuente en los niveles de ingresos (García de Fanelli, Gogna y Jelin, 1989; y García de Fanelli, Gogna y Jelin, 1990).
A lo largo de las tres décadas subsiguientes la participación económica de las mujeres continuó ascendiendo y hoy en día algunos subgrupos exhiben niveles casi tan elevados como sus pares varones. Muy lentamente y a fuerza de una incansable lucha y un continuo avance en sus perfiles formativos (que superan con creces a los de los varones) su presencia en puestos de responsabilidad y dirección fue mejorando. Sin embargo, las diferencias de clase a las que aludió Jelin en sus estudios solo se profundizaron con el tiempo, de este modo, para las mujeres de sectores populares las estructuras de oportunidades40 no variaron de manera muy significativa: su entrada a la maternidad continúa siendo más temprana y su fecundidad más elevada; sus patrones de participación inestables; y su inserción ocupacional es en circuitos informales muy acotados.41
Desarmando modelos: las transformaciones de la(s) familia(s)
Las expectativas sociales en torno a las relaciones de parejas, así como a la formación de las familias y sus dinámicas han experimentado notables modificaciones a lo largo de las últimas décadas. Los mandatos sociales en cuanto a cómo formar una pareja, con quién, en qué momento de la vida y hasta cuándo mantener una unión se han visto fuertemente interpelados dando lugar a que la libertad y los deseos personales sean el norte de estas decisiones.42 Los individuos, menos dispuestos a ajustar sus conductas a mandatos familiares y sociales obran más en función de sus aspiraciones y deseos. Jelin observa estos procesos señalando que la familia va abandonando el lugar de institución total que desempeñó por mucho tiempo. El mundo familiar se ha tornado más inestable y heterogéneo: “En la medida en que se incorpora y se acepta la diversidad de formas de familia, pasamos del singular a la voz plural de múltiples formas de familia” (Jelin, 2017a). Se desmonta de este modo el apego a una forma, un modelo (el “normal”), que ve a todos los demás como desviaciones, inmoralidades o pecados. Este desapego al modelo tradicional de familia ha venido acompañado por una variedad de formas de vivir en familia (aumento de hogares unipersonales, de hogares con jefatura femenina, de familias ensambladas).
Las transformaciones tienen por cierto una fuerte impronta de clase social tanto en el timing y secuencia de los eventos en el curso de vida (relacionados con la sexualidad y cuidados anticonceptivos, la maternidad, los procesos educativos y la