Sergio Caggiano

Pensamientos y afectos en la obra de Elizabeth Jelin


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de los partidos políticos y su articulación, sobre los sistemas electorales. Yo veía que pasaban otras cosas, que pasaban por los movimientos sociales y por una demanda muy distinta alrededor de cuestiones de ciudadanía. Yo creo que mi preocupación por este tipo de temas es un punto significativo en mi trayectoria.

      — Esas investigaciones sobre movimientos sociales ocurren al inicio del proceso democrático argentino, pero también en un momento en el que estás en CEDES, donde había un conjunto de politólogos.

      — Sí, pero también había dos proyectos muy grandes, latinoamericanos, en los que yo estaba involucrada. Uno era anterior a la transición, desde el año 80, patrocinado por UNRISD de las Naciones Unidas, para investigar la participación popular y formas de institucionalización en América Latina. Este proyecto estaba pensado desde Nicaragua. Yo estuve en Nicaragua en 1981, mirando qué pasaba en la participación y los movimientos de base, en el momento de auge del cambio en Nicaragua. Este fue un proyecto que incluyó gente de distintos países, con quienes tuvimos reuniones y debates. De ahí salió mi primer libro importante sobre temas de género, porque yo me hice cargo de la dimensión de género.

      Ellos habían hecho, muy al estilo de la dominación masculina, investigaciones sobre una serie de temas: sindicalismo, coordinado desde Chile; movimientos urbanos, coordinado por Lucio Kowarick desde Brasil; cuestiones indígenas; participación institucional, desde Nicaragua. Y se dieron cuenta, o algún evaluador les dijo desde arriba, que faltaban las mujeres en ese proyecto. Entonces me llamaron a mí para que mirara transversalmente todos los temas en los cuales estaban trabajando, para rescatar de ahí la dimensión de género en cada uno de estos movimientos. De ahí salió el libro que en inglés se llama Women and Social Change in Latin America y tuvo bastante impacto (Jelin, 1990). Se usó mucho en las cátedras de género en Estados Unidos y seguramente algún capítulo debe seguir hasta hoy en la bibliografía de estos cursos. En castellano se llama Ciudadanía e identidad. Las mujeres en los movimientos sociales en América Latina (Jelin, 1987b), un libro compilado, con una introducción fuerte que preparé, y con capítulos sobre las mujeres en el movimiento de derechos humanos en Argentina, en los movimientos urbanos en Brasil y Perú, en el movimiento indigenista en Bolivia. Había capítulos hechos por mujeres que venían investigando este tipo de temas. Yo estaba en el tema de movimientos sociales no solamente por lo que estaba pasando en Argentina.

      El segundo proyecto grande fue el de CLACSO y la Universidad de Naciones Unidas, que coordinaron Fernando Calderón y Mario dos Santos (1988-1990). Este proyecto era también comparativo, mirando varios países en función de transiciones. De ahí salieron los libritos que publicó el Centro Editor de América Latina (Jelin, 1985 y 1987a). Así que, nuevamente, el estímulo era más internacional que local. Para el CEDES, lo mío era muy marginal. Mi mundo no era el mundo del CEDES.

      — Aun habiendo sido directora del CEDES en esos años.

      — Mirá, como te dije, yo fui fundadora del CEDES por una especie de sutil imposición a mis colegas. Fue Kalman Silvert el que les dijo que yo debía estar y hubo aceptación. Pero, dentro de todo, había momentos en que una caminaba por el CEDES y decían “este es otro proyecto chiflado de Shevy”. Te doy un ejemplo. El libro Podría ser yo, publicado en 1987, fue denigrado en el CEDES de una manera que no se puede creer. Era un libro diferente, porque estaba anclado en imágenes fotográficas usadas en la investigación. Y el libro era de fotos y testimonios. Las fotografías son una obra maestra, de Alicia D’Amico. Podría considerarse que fue el informe final de la investigación sobre sectores populares, en el que la investigación de campo con familias fue parte. Le mandamos un ejemplar del libro a Alain Touraine,24 y él mandó una nota en la que decía que este es un libro magnífico, que dice más sobre la situación de la sociedad que otros libros. Mi colega y co-autor Pablo Vila fotocopió esa nota y la colgó en la cartelera del CEDES, para indicar que alguien con mucha autoridad decía otra cosa sobre el libro. Este libro se reedita ahora, junto a un segundo volumen de estudios sobre su impacto a lo largo de treinta años y sobre el uso de imágenes en la investigación social (Jelin y Vila, 1987c).

      — Y tu trabajo con Eric Hershberg, que llevó al libro Construir la democracia (Jelin y Hershberg, 1996), ¿también lo ves como un intento de abordar temas políticos desde una perspectiva más amplia que la que suelen usar los politólogos?

      — En el libro están Kathryn Sikkink, Eric Hershberg y Fábio Wanderley Reis, politólogos, analizando la ciudadanía y el activismo político. Y están junto a antropólogas y sociólogas, en un libro que no es de “sociólogos versus politólogos”. Pero sí tratan de ofrecer una visión más amplia sobre la democracia.

      — Mencionaste que en los ochenta te enfocás en el tema de los movimientos sociales, y luego estudiás en tema de ciudadanía. Venías trabajando desde antes sobre el mercado de trabajo, clase obrera y huelgas. ¿Ves continuidad entre esos temas y los movimientos sociales y ciudadanía?

      — Sí, durante los setenta había trabajado sobre sindicalismo, protestas de base, siempre viendo la relación entre la base y el liderazgo, las tensiones, tomando un enfoque más bien basista (Jelin, 1974c; 1978, 1979; Torre y Jelin, 1982). Y hay una cierta continuidad entre esos trabajos y mis investigaciones sobre movimientos sociales, porque también veo los movimientos sociales desde abajo, y el movimiento obrero es parte del tema. Lo que pasó es que en esa época, fueron otros movimientos los que surgieron y se tornaron más protagonistas centrales de la esfera pública: los derechos humanos, las mujeres, la juventud.

      En esta línea también pondría los trabajos que hice desde principios de los ochenta sobre la familia. Al estudiar la clase obrera, quizás porque estábamos en dictadura y no se podía entrar a las fábricas, entro en la casa, lo que me abre otro camino. Entro por el lado de las familias para ver qué le pasa a la gente trabajadora. Los productos fueron varios libros (Jelin y Feijoó, 1980; Jelin, 1984, 1991 y 1998). Estos trabajos se enfocan en la vida cotidiana y el mundo de la domesticidad, y me abrieron una nueva manera de estudiar a los sectores populares, que tenía algo de conexión con el tema de mujeres que venía trabajando y con los temas de las carreras ocupacionales y el mercado de trabajo que venían desde mi tesis doctoral.

      Para mis colegas académicas feministas, la familia era un tema denigrado. Me decían, “¿por qué te vas a meter a estudiar el tema familia si lo que tenemos que hacer es cambiar eso por completo?” Yo siempre seguí estudiando la familia, y fue central en mi trayectoria. Hice investigación comparativa con Suecia (Jelin, 2008) y seguí en el tema hasta la actualidad (Jelin, 2017b).

      — Estos estudios sobre domesticidad, familia y las experiencias cotidianas de los individuos, son el relato de cómo la historia pasa por sobre los individuos. El movimiento inverso es cómo estos individuos, atravesados por esta historia, intervienen o modifican la historia por medio de los movimientos sociales. O sea que estos trabajos pueden ser vistos como la otra cara de tus estudios sobre movimientos sociales y ciudadanía.

      — Sí, básicamente la contraparte de estos estudios sobre la familia y la situación cotidiana de los trabajadores son mis trabajos sobre participación popular, movimientos sociales y demandas de ciudadanía y derechos.

      Género

      — Hablemos ahora del tema de género en detalle. Este tema ha ido apareciendo en diversas oportunidades, pero sos la persona indicada para tratar cómo el tema de género ha sido incorporado en los estudios sociales latinoamericanos. ¿Cuál es tu trayectoria en estos temas? ¿Qué implicaba estudiarlos en América Latina?

      — La conciencia de relaciones desiguales de género y, desde ahí, el intento de militancia intelectual, creo que se originó en mí a partir de mi experiencia en Nueva York a fines de los sesenta, después de haber pasado por México. El contraste con el mundo del departamento de sociología en Buenos Aires era grande, porque en esa temprana etapa no tuve conciencia de la discriminación hacia las mujeres, que en todo caso era sutil. Lo manejaba de una manera relativamente igualitaria en mi vida privada, y aceptaba las reglas de juego –que ya mencioné– en las relaciones con colegas. Especialmente en México, pero también en Nueva York, parecía que el mundo era completamente masculino y las mujeres no teníamos nada que ver. Al mismo tiempo y de manera incipiente, en Nueva York había gente que