Sergio Caggiano

Pensamientos y afectos en la obra de Elizabeth Jelin


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Estaba también Jorge Graciarena que era una persona muy importante en el departamento: era como el segundo de Germani, y Ruth Sautu, la mujer de Graciarena en ese entonces.8 Otro de los profesores que recuerdo como uno de los mejores que tuve fue José Luis Romero.9 ¡Su curso sobre Historia Social era tan vívido! Era único, absolutamente espectacular.

      — En esos tiempos, ¿venían muchos visitantes del extranjero?

      — Sí, muchísimos. Y visitas muy importantes. Germani traía a gente de vanguardia. Los que venían siempre eran Irving Louis Horowitz y Kalman Silvert.10 Kalman Silvert daba un seminario de Política Comparada y Frida Silvert, su esposa, dio Sociología Urbana. Uno de los que visitó en esa época fue Eisenstadt.11

      Uno de los más divertidos que vino, con quién hice mucho trabajo, fue Aaron Cicourel. Cicourel venía de la etnometodología, como Harold Garfinkel. Era de esos que te cuestionan todo. Ahora sería como una deconstrucción derridiana, pero de 1960 la etnometodología era una corriente en Estados Unidos que tenía que ver con “deconstruir” los sobreentendidos del sentido común. Hacían unos experimentos loquísimos. Por ejemplo, sabemos que cada uno tiene un espacio vital, que protege. ¿Qué pasa si estás tomando café en un bar y viene alguien, agarra tu tacita y se la toma? Te rompe por completo. Ellos usaban ese tipo de metodologías disruptoras para estudiar las normas sociales. Si se quiere, los parámetros de la vida. Hacían experimentos intrusivos. Cicourel estuvo bastante en Argentina, yo hice trabajo de campo y seminarios con él. Después escribió un libro basado en sus investigaciones en la Argentina (Cicourel, 1974).

      Cicourel nos marcó. En la carrera había un paradigma dominante, que era el estructural-funcionalismo. Germani tenia un texto sobre marxismo, pero no es lo que más mostraba. Él priorizaba más la otra cara, lo que es la modernización. El marxismo se veía, pero no en la carrera misma. Había un paradigma dominante que era la Teoría de la Modernización, la secularización, la asincronía del cambio, el paso de la sociedad tradicional a la moderna, y todo ese tipo de cosas.12 Cicourel venía a romper eso de una cierta manera. No rompía el paradigma en su conjunto, sino los elementos que estaban en ese paradigma.

      Otro que recuerdo es Albert Meister, un suizo-francés que vino en el año 61. Meister era de los que estudiaba comunidades y resistencias al cambio, a la francesa. Y a raíz de un convenio que había armado Germani se desarrolló un proyecto de investigación con Meister en San Juan, para trabajar con el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria y el Consejo Federal de Inversiones en una zona de San Juan que se llama Pocitos. Querían introducir una nueva forma de podar en la producción de olivo y la gente no aceptaba el cambio, tenía resistencias. El estudio era para ver cómo promover el cambio entre los líderes locales. Yo fui parte de un grupo de seis que fuimos tres meses a San Juan. Salíamos al campo a hacer entrevistas, a hablar con los líderes de opinión locales, que podían ser los almaceneros. Fue una experiencia importante para mí, por lo que aprendí en términos de investigación y por los líos políticos que se generaron por nuestra presencia en la zona. Tuvimos amenazas, propaganda en contra orquestada por la iglesia. ¡Hasta tuvo que intervenir el gobernador para que se pudiera completar el estudio!

      — Vos terminás la carrera de sociología en el año 62.

      — Sí, terminé de cursar en el 61, y termino la parte formal en el 62.

      — Y luego te vas a México.

      — Sí, yo me voy México en el 64. A esas alturas yo ya estaba casada con Jorge Balán;13 me casé en el 61.

      Teníamos nuestros proyectos, pero muy poca plata. Torcuato Di Tella estaba a cargo de la Carrera en la UBA, y apareció un pedido de Víctor Urquidi, presidente del Colegio de México,14 que había decidido, junto con la economista Consuelo Meyer, crear una carrera de economía moderna en la Universidad de Nuevo León, en Monterrey. Ahí estaba metida también la Fundación Ford, que siempre andaba por ahí en algún lado. La idea era mandar a alguna gente de Monterrey a hacer posgrados para que luego pudieran volver como profesores. Esto también ocurrió en otros lados como manera de conformar el núcleo de un nuevo programa.

      Por esta razón, Urquidi le preguntó a Torcuato si había alguien de Argentina que pudiera ir un par de años a Monterrey para hacerse cargo de Sociología del Desarrollo. Y Torcuato le ofreció esta oportunidad a Jorge. Este gesto era típico de esos tiempos. Cuando yo me casé con Jorge, éramos “los Balán.” Y si bien tuvimos carreras muy paralelas en esa época, si había algo, se lo ofrecían al varón. Había masculinismo, por no llamarlo machismo.

      Teníamos ganas de ir a hacer un doctorado afuera, eventualmente. La primera camada ya se había ido. De sociología, Miguel Murmis y Darío Canton se habían ido a Estados Unidos, y Eliseo Verón a Francia. Y teníamos muchas ganas de salir del país. Lo de Monterrey parecía atractivo, pero pusimos una condición: que nos den cargos a los dos y que tengamos responsabilidades equivalentes. Eso fue aceptado, y nos fuimos los dos a enseñar a Monterrey.

      México, estudios de posgrado en Texas, y Nueva York, 1964-71

      — La estadía en Monterrey fue breve, ya que pronto se mudarían a Texas para trabajar en un doctorado.

      — Estuvimos dos años en Monterrey, aunque el contacto con Texas se dio temprano. Cuando llegamos a Monterrey, peripecias de por medio, muy en la onda de lo que era estructura social, urbanización, fuerza del trabajo, y ese tipo de cosas –“desarrollo” era eso en el fondo– preguntamos dónde podíamos tener acceso a censos para saber qué era México a través de sus censos. Y nos dijeron que para encontrar ese material el mejor lugar, el más cercano, era la Universidad de Texas, que quedaba más cerca que la Ciudad de México.

      Nos fuimos a ver los censos con un colega historiador que estaba vinculado a Texas porque se había ido a estudiar ahí. Ahí conocimos a Harley Browning, que era el director del Population Research Center. A partir de ahí armamos la investigación grande de Monterrey con él, que tenía fondos de la Fundación Ford para estudiar México. Y armamos el proyecto grande que fue la base de nuestras tesis y un libro que luego escribimos con Browning (Balán, Browning y Jelin, 1976).

      — ¿Es por este vínculo con Browning que eventualmente se van a Texas a hacer el doctorado?

      — No fue automático. En Monterrey estábamos eligiendo un lugar para ir. En esa época, el lugar para ir a hacer un doctorado en sociología en los Estados Unidos era Berkeley. Era el súmmum. Sobre la base de que Browning había hecho su doctorado en Berkeley y que ahí estaba Kingsley Davis –el gran sociodemógrafo de la época– nosotros hicimos un viaje. Primero estuvimos con Cicourel en la Universidad de California en Riverside; él estaba ahí entonces. Y luego tuvimos una entrevista con Davis y su grupo de trabajo. No nos gustó para nada. Nos dio la impresión de que ese señor usaba la ocasión de que unos potenciales estudiantes estaban ahí para tomarle examen a toda su gente joven. Cuán inteligente era la pregunta que hacían, cuán incisivos, cuán brillantes eran. La relación de autoridad era una que no iba con nuestro modo de ser. No era nuestra manera de pensar. Como el canal para llegar a Berkeley era este buen señor, lo descartamos. Texas era otra cosa, y teníamos un buen vínculo con Harley Browning.

      Doctorado en la Universidad de Texas en Austin, 1966-68

      — ¿Cómo fue tu experiencia en Texas?

      — Llegamos en una circunstancia muy especial. Ya habíamos hecho el trabajo de campo de una investigación conjunta en Monterrey con quien iba a ser nuestro director de tesis. Ahí estábamos juntos, los tres –Jorge, Harley y yo– en igualdad de condiciones, prácticamente. Ibamos con un aval muy fuerte y llegamos no como estudiantes comunes que entraban a la escuela de posgrado, sino que veníamos como investigadores del Population Research Center, que dirigía Browning, para hacer un doctorado. El vínculo era más con los profesores que con los alumnos. Esa era una de las cosas que nos pasaba en ese espacio.

      Teníamos que hacer las materias; rendimos los exámenes comprehensivos. Había que estudiar bastante y nos pasamos esos dos años encima de los libros. Recuerdo que, en el verano texano, con el calor que hacía, la preparación para los exámenes significó vivir tres meses en los que prácticamente no levantamos la cabeza, estudiando y preparando lo