la oportunidad de pedir “early tenure” y aumentos salariales. Ahí nos miramos con dudas. Pablo era chiquitito, y dijimos: “¿Queremos criar un hijo en Estados Unidos? No. Si en este momento no nos vamos, el sistema nos atrapa.” Teníamos total conciencia de que una vez que entraste en el sistema, estás en el juego y estas, por decirlo así, atrapado.
Ahí pensamos que teníamos que buscar alternativas. Una alternativa que surgió, a través de Kalman Silvert –que estaba en la Fundación Ford al mismo tiempo que en NYU– era ir a reforzar el Departamento de Ciencia Política en Belo Horizonte. Esa Universidad estaba en la onda que se iban los docentes a estudiar afuera, y ya estaban volviendo los de ciencia política; pero la parte de sociología estaba más débil. Al mismo tiempo, la oficina de Ford en Brasil necesitaba a alguien de ciencias sociales para supervisar programas. Entonces lo pensamos y al final nuevamente tuvimos que hacer una fuerte negociación, porque la gente de la Ford me decía a mí que, si mi marido iba a tener un buen salario, para qué tenía que trabajar yo; que bastante tenía con un nene chiquito. Otra vez lo mismo: la condición era que, si no teníamos trabajo los dos, no íbamos. Ahí se negoció que en la docencia de ciencia política íbamos a estar los dos. Además, yo iba a tener una inserción en CEBRAP (Centro Brasileño de Análisis y Planificación) en São Paulo,17 y Jorge en la Fundación Ford en Río.
Brasil, 1971-73
— Así que se mudan a Brasil.
— Sí, vivíamos en Belo Horizonte. Pero viajábamos mucho. Yo iba a São Paulo a cada rato; era muy fácil ir y venir. Jorge también iba a São Paulo. E íbamos a Río.
CEBRAP
— Trabajás en el CEBRAP del 71 al 73. Este centro se había creado hacía poco, en 1969, en un momento político duro del régimen militar en Brasil. ¿Nos podés contar de tu experiencia en CEBRAP?
— En CEBRAP eran todos hombres, menos Elza Berquó, una demógrafa increíble, que tenía el mismo status con autoridad en la institución que los hombres. Las reuniones que se armaban entre ellos eran potentes intelectualmente. Además, eran muy eruditas. CEBRAP tenía un rigor académico fortísimo.
Yo estaba integrada en un grupo de estudios sobre fuerza de trabajo desde una perspectiva marxista. Era un grupo en que estaban el sociólogo Fernando Henrique Cardoso, el economista Paulo Singer, la demógrafa Elza Berquó, el sociólogo Francisco de Oliveira, y alguna gente más joven. Estaba también Vilmar Faría, que le daba los toques más cuantitativos al asunto. Teníamos un proyecto de investigación sobre la estructura ocupacional de Bahía.
Al mismo tiempo, yo estaba comenzando a trabajar sobre sindicalismo, con Francisco Weffort, que también andaba por ahí. Ahí se armó el grupo de trabajo de CLACSO (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales), que me tocó coordinar en algún momento, con Juan Carlos Torre, Weffort, y Daniel Pécaut.
Había seminarios sobre cualquier tema que uno se pueda imaginar. Era un clima intelectual muy efervescente y, al mismo tiempo, era un momento político duro en Brasil. CEBRAP era un refugio: poder hablar ahí adentro sobre muchas cosas cuando, por afuera, era más duro.
De hecho, los años que estuvimos en Brasil, en Belo Horizonte solo enseñamos posgrado, porque se sabía muy bien que en las clases de grado había infiltrados e informantes.
— ¿Cómo fue esa investigación sobre Bahía?
— La investigación sobre Salvador, Bahía, usó el modelo de investigación que habíamos usado en Monterrey. Este modelo se replicó primero en Ciudad de México. Lo hicieron Orlandina de Oliveira, Humberto Muñoz y Claudio Stern, y Harley, Jorge y yo fuimos algo así como asesores. Al mes de nacimiento de nuestro hijo Pablo, en 1970, nos fuimos a México a trabajar con ellos durante el verano del hemisferio norte. Luego, el trabajo se replicó en Bahía, a través de CEBRAP. La diferencia es que el estudio en Bahía incluía mujeres y hombres, mientras que en Monterrey era solo sobre hombres.
En el proyecto de Bahía, además de lo metodológico, el foco de mi trabajo tenía que ver con el debate sobre la incorporación de las mujeres y el trabajo doméstico, y qué pasaba con la relación entre producción y reproducción. Era un tema que en ese momento estaba empezando a trabajarse.18
Leíamos cosas de Marx. Había grandes debates. Yo no recuerdo que en aquella época tuviera una conexión con Isabel Larguía y John Dumoulin, que estaban trabajando en Cuba sobre estos temas (Larguía y Dumoulin, 1971). Heleieth Saffioti ya había defendido su tesis y su libro estaba publicado (Saffioti, 1969). Su modelo de análisis ponía el énfasis sobre la explotación capitalista. Era el capitalismo el que sometía a las mujeres. Entonces había un debate sobre qué fue el pre-capitalismo, con una cierta romantización que, sin duda, encontramos todavía en algunas académicas feministas.
En el caso de Brasil, esto se cruzaba con la relación entre razas, que había sido tan fuerte en la formación de Cardoso y Saffioti, por Florestan Fernandes (1965),19 y esa gran investigación sobre el lugar del negro en la sociedad de clases. Era algo que estaba en el aire.
De vuelta a Argentina, 1973
— Vuelven a Argentina en el 73.
— En Brasil teníamos contratos de dos años, del 71 al 73. Era la época más dura de la dictadura brasileña y, entonces, llevar extranjeros venía bien en Ciencia Política. Cuando se estaba perfilando el final de estos dos años se nos abrieron oportunidades diversas. Una era ir a FLACSO-Chile. Otra era volver a Estados Unidos. También podíamos quedarnos en Brasil. Habíamos salido de Argentina casi nueve años antes. Pablo tenía dos años y medio, hablaba perfecto portugués. Y la pregunta era qué hacer y dónde era más probable que dejáramos de ser tan nómades. Descartamos volver a Estados Unidos, y no estábamos tan convencidos de lo que podía pasar en Brasil. Ahí optamos por Argentina, no Chile. Por suerte no fuimos a Chile, porque hubiéramos llegado tres días antes del golpe.
— ¿Tenían trabajo en Argentina?
— Jorge volvió para insertarse en el Instituto Di Tella, como parte de un programa que se llamaba Programa de Investigaciones Sociales sobre Población en América Latina (PISPAL). Esto era algo bastante grande, pero no era una posición estable. Yo volví con una beca posdoctoral del SSRC (Social Science Research Council). Pero no tenía una conexión institucional. Volví a mi casa, no tenía nada de nada.
Yo estaba en mi casa, investigando sindicalismo y movimiento obrero, con conexiones internacionales. En esa época coordinaba la comisión de CLACSO sobre movimiento obrero, y teníamos reuniones con Weffort, Torre, Pécaut, Francisco Zapata, y otra gente más joven.
CEDES, 1975-93
— Luego participarías en la fundación del CEDES en 1975. ¿Cómo entrás en contacto con quienes serían luego tus colegas en CEDES?
— En el Instituto Di Tella había un Centro de Investigación en Administración Pública (CIAP). En un momento, el CIAP se va del Di Tella, y poco después se divide en dos grupos: uno iría a conformar el Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES) y el otro, el Centro de Investigaciones Sociales sobre el Estado y la Administración (CISEA). La idea del CEDES la empiezan a conformar Guillermo O’Donnell, Marcelo Cavarozzi, Oscar Oszlak y Horacio Boneo, que habían trabajado juntos en CIAP. Pero Kalman Silvert—como gestor de las ciencias sociales latinoamericanas desde su posición en Ford20 y con quien estaban negociando un posible subsidio para el lanzamiento del Centro—les dijo que si querían apoyo de Ford necesitaban más gente, necesitaban a alguien que sea más de sociología que de política, y que no les vendría mal una mujer. Les dio mi nombre, por eso ellos se contactaron conmigo.
— ¿Los conocías ya a O’Donnell, Cavarozzi, Oszlak y Boneo?
— No. Yo creo que alguna vez lo había visto a Cavarozzi por temas de sindicalismo. Pero personalmente no los conocía. Boneo no estaba en aquel momento en Argentina, aunque era parte del grupo. De modo que las reuniones para la formación del CEDES fueron con O’Donnell, Cavarozzi y Oszlak.
— ¿Tenías referencia de quiénes eran ellos?
— No. Yo los conocí personalmente