llamó la atención era cuán tempraneros eran. La gente ya estaba ahí a las ocho de la mañana, y a las cuatro de la tarde se iban. Almorzábamos juntos, cada uno traía sus cosas, a eso de las doce. Si llegabas un día a las 8:30 de la mañana, ya no había lugar para estacionar.
Texas tiene una característica muy especial. A diferencia de otras universidades en Estados Unidos, se vive y se visita mucho las casas de colegas. Los profesores invitan a sus alumnos y no existe esta distancia enorme. A lo largo del tiempo que estuve en Texas, especialmente en el mundo latinoamericano o latinoamericanista, llegué a conocer las casas de todo el mundo. Cuando vas a otro lado, no te invitan a una casa ni por broma. Había algo que sí se parecía a este estilo más porteño.
— Aquellos años eran tiempos de ebullición política y social en Estados Unidos. ¿Cómo te afectó ese contexto?
— Los años en Texas, del 66 al 68, fueron años de ojeras, de estudio y trabajo intensos. Estaba la Guerra de Vietnam presente. Pero el mundo político estaba bastante lejano. Esto cambiaría cuando me mudé a Nueva York, en el 69.
— Si tuvieras que comparar la sociología en Texas, en ese momento, con lo que había sido tu experiencia en la Universidad de Buenos Aires, ¿en qué se diferenciaban?
— En Texas descubrí institución y estructura. Quiero decir que en Texas todo estaba mucho más pautado, y en Buenos Aires todo era mucho más laxo. Estaba mucho más crudo acá.
En términos de la estructura del programa, había que tomar materias clásicas. Teoría sociológica era una repetición del curso que había tomado con Rodríguez Bustamante. Una cosa que Browning transmitió, y que fue fundante para toda mi carrera, tiene que ver con la preocupación por el tiempo y las temporalidades. Toda la problemática de los cursos sobre vida, la historicidad, todo eso lo aprendí de él en Texas. También descubrí el mundo de la estadística como algo especial.
Además, eran los primeros años del uso de computadoras y nuestro estudio fue muy pionero en el uso de computadoras. De modo que el primer artículo que escribimos con Browning se llamó “El uso de computadoras en el análisis de historias vitales” (Balán, Browning, Jelin y Litzl, 1968). La metodología computacional que desarrollamos fue muy utilizada después para codificar historias de vida. Trabajamos con un programador, y yo me metí a estudiar mucho sobre los distintos modelos estocásticos y cosas de ese estilo. Incluso llegué a aprender a programar un poco. Me metí mucho en eso y ahí me di cuenta de que, si yo no hubiera estudiado sociología, por ahí el camino que hubiera seguido es matemáticas. Lo descubrí antes, pero comprobé que la parte de matemáticas, como juego lógico, estaba muy en mi cabeza.
— ¿Y había algunos autores que tuvieron impacto en tu pensamiento?
— Si tuviera que pensar en mi lista de mentores, tendría que mencionar a C. Wright Mills, a quien ya conocía en Argentina. Él es uno de mis faros, y sigue siéndolo; lo sigo citando en mis trabajos. Especialmente la parte inicial y final de La imaginación sociológica. Creo que es tan válida ahora como lo era en 1959 (Wright Mills, 1961). Hay un punto que me gusta mucho citar y lo reitero en distintos trabajos desde entonces, que tiene que ver con ubicar la imaginación sociológica en ese punto de convergencia entre la inquietud personal y el mundo público. Para mí eso es central. Hay también algo que siempre le digo a la gente y es algo que viene de Harley Browning. Él decía que no estaba dispuesto a dirigir una tesis donde no hubiera pasión. Decía que si se encontraba con un estudiante que no podía tener un orgasmo intelectual con su tema de tesis, no le interesaba dirigirla. Yo creo que, de alguna manera, en todo lo que hacemos hay algo autobiográfico, a menos que lo hagamos como trámite burocrático. Autobiográfico en el sentido de que hay alguna pasión personal. Yo creo que eso está en Mills y yo lo aprendí de él, y luego lo retomé con Harley.
— ¿Tu tema de tesis doctoral es una continuidad de lo que habías empezado a hacer en Monterrey junto con Browning?
— Mi tesis es sobre Monterrey. Digamos que, dentro de la tradición de la época, había tres patas. Una pata tenía que ver con los procesos de urbanización y migración rural urbana, selectividad de la migración, etc. Eso lo analizaron más Browning y su esposa, Waltraut Feindt. Yo tomé carreras ocupacionales, y Jorge tomó movilidad intergeneracional. Yo trabajé con ideas sobre cohortes y curso de vida. Mi pesadilla, cuando estaba haciendo la tesis, era que de pronto un peón de construcción se volvía ingeniero al día siguiente. Yo tenía que explicar las transformaciones a lo largo del curso de vida y si un peón al día siguiente era ingeniero, me volvía loca. Además, trabajaba sobre la secuencia de ocupaciones; ese fue el foco central de la tesis.
Nueva York, 1969-71
— Terminan el doctorado y Jorge y vos se van a enseñar a Nueva York.
— Exacto. Defendimos las tesis el mismo día. Nos quedamos en Austin un semestre más –la segunda parte del 68– después de que terminamos. Nos quedamos en Texas porque queríamos avanzar en el armado de los libros vinculados al proyecto. Ahí dábamos clases en Texas como lecturers. Y ahí surgió la posibilidad para Jorge de ir a New York University (NYU), en la tradición masculinista que te contaba. Ahí quien fue fundamental fue Kalman Silvert. Ese vínculo se mantenía, y Kalman estaba en NYU. Así que surgió la posibilidad de NYU para Jorge. Yo terminé en el City College of New York (CCNY), pero creo que empezando un semestre después, en septiembre del 69. Enseñaba, como assistant professor, sociología del desarrollo y sociología urbana.
— En Nueva York te toca un momento político agitado.
— Sí, ese fue el momento de la invasión a Camboya, la guerra de Vietnam y toda la movilización neoyorkina. Inclusive un poquito antes. Cuando fue el Cordobazo, en mayo de 1969,15 estábamos en Nueva York y recuerdo que fuimos a manifestarnos frente al Consulado Argentino, a la manera norteamericana, que era dar vueltas por la vereda con una pancarta. Éramos alrededor de veinticinco y desde la ventana del consulado nos tomaban foto a cada uno. Luego nos fuimos a Europa, volvimos, y ahí es que Nueva York era un verdadero hervidero. Era una revolución.
En mayo del 70 fue la invasión norteamericana a Camboya. Yo estaba embarazada, a punto de dar a luz, y mis colegas y el director de departamento me llamaban para decirme que no fuera a la universidad, que era peligroso. Y yo iba igual a dar clases y a los sit-ins (una sentada en señal de protesta) que ocurrían en Harlem, en el campus. Ahí íbamos juntas con Frieda Silvert, que también enseñaba ahí. Vivíamos en el mismo edificio en NYU. Ese era el mundo más cercano.
— ¿Había mujeres enseñando en ese departamento?
— Había pocas. Ahí fue que yo me di cuenta más claramente de lo que te he contado ya, que las cosas eran para Jorge, y yo era secundaria. Ya había vivido toda la cosa sexista en México de una manera espectacular. Te cuento una anécdota. El director del departamento donde enseñaba lo llamaba a Jorge si me tenía que decir algo a mí sobre alguna de mis clases o algo que los alumnos pedían. Él no hablaba conmigo.
Y en Nueva York yo no estaba tan al tanto de cómo era el lugar de las mujeres en la universidad hasta cuando estuve embarazada y daba clases. Venían las alumnas en las horas de oficina a preguntarme cómo era posible ser madre y docente universitaria al mismo tiempo. Inclusive, el director del departamento dio por supuesto que yo iba a tomar una licencia después del nacimiento de Pablo, y no me anotó para cursos para el semestre siguiente. Yo le dije que “no,” que “yo iba a volver a dar clases”. Ahí no había licencias por maternidad, para nada. Yo le dije que iba a volver después de dar a luz al nene, que en septiembre estaba de vuelta en la universidad. Eso le resultó insólito. La posibilidad de combinar lo personal y lo profesional se veía como imposible.
— Ustedes no se quedan en Nueva York. Se van a Brasil. ¿Por qué se van a Brasil?
— Estuvimos en Nueva York un total de dos años y medio, hasta junio del 71, cuando nos vamos a Brasil. ¿Por qué nos vamos a Brasil? Mi versión –si le preguntas a Jorge probablemente te diga algo diferente– es la siguiente. Yo tenía una posición en City College que tenía sindicato de docentes, algo único en Estados Unidos. No había que negociar salarios de la manera como se negocia comúnmente en Estados Unidos,