Adam Zmith

Inhalación profunda


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del cuerpo sobre los que me gustaría reflexionar aquí. No me parece exagerado decir que nos ha dado todos y cada uno de los subidones de popper que tenemos hoy.

      En 1866, Brunton era el tipo de estudiante de Medicina brillante e impaciente que simplemente quiere que la gente se sienta bien. En la época de Brunton, el proceso por el que una terapia pasaba del laboratorio al paciente era muy largo y, a menudo, era aplicado por médicos que no tenían claro cuál sería el resultado. Para Brunton, la terapéutica era una ciencia endeble y esto le fastidiaba mientras recorría los pasillos del Edinburgh Royal Infirmary durante su formación médica.

      La dedalera, o digital, por ejemplo, fue considerada un remedio casero para las afecciones cardiacas durante mucho tiempo. En 1785, el científico William Withering publicó el primer trabajo sobre esta planta como medicamento. Y aunque los médicos habían usado la digital antes de que Brunton empezara sus estudios, la forma exacta en la que funcionaba aún no se conocía. Tampoco se usaba como tratamiento de forma sistemática. Así que Brunton hizo de la digital el objeto de su tesis y llegó a probarla con él mismo. A la vez que buscaba entender el funcionamiento de la digital aplicada a las afecciones cardiacas, Brunton se buscó problemas con la totalidad de la profesión a la que intentaba unirse. Su tesis afirmaba que la terapéutica avanzaba de forma más lenta que la fisiología o la patología, como podía apreciarse en el ejemplo de la digital. Los médicos se limitaban al sistema de prueba y error administrando medicamentos diferentes a una variedad de pacientes, argumentaba, sin establecer protocolos terapéuticos estandarizados. «Abandonando este método insatisfactorio», escribió Brunton, «nos disponemos a buscar ansiosamente otro de una orden mucho más racional, que estará basado no solo en el conocimiento de los cambios inducidos por la enfermedad, sino en un estudio pormenorizado de la acción de los remedios prescritos para su curación».

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      Thomas Lauder Brunton en 1881 fotografiado por G. Jerrard.

      Su atrevimiento fue recompensado. Su universidad premió su tesis con una medalla de oro. Aquello debió disparar la confianza del joven médico. El potencial para convertir hallazgos en tratamientos basados en conocimientos fisiológicos era inmenso. Tras la digital, otra sustancia esperaba a ser explotada. En particular, Brunton buscaba algo que ayudara a los pacientes que sufrían dolores en el pecho cuando la cantidad de sangre que fluía hacia su corazón no era suficiente. El problema recibía el nombre de «angina pectoris» y los médicos carecían de una forma fiable de aliviarlo. En aquellos días, los pacientes de angina eran tratados con sangrías controladas, pero no siempre funcionaban. Brunton escribió lo siguiente acerca de estos pacientes de angina: «Hay pocas cosas más frustrantes para un médico que sentarse junto a un paciente que sufre y lo mira con ansiedad esperando un tratamiento que le alivie un dolor que siente que ya no va a poder soportar»2. Esta frustración lo llevó hasta el nitrito de amilo, que fue producido por Balard en el mismo año en que nació Brunton. Todavía no se había dado con un uso para aquel vapor de olor penetrante, salvo hacer que los químicos se ruborizasen al inhalarlo. Pero Brunton había estado leyendo los trabajos de un químico en concreto, Benjamin Ward Richardson, que había pasado algún tiempo observando su efecto en conejos, ranas, gatos y perros. Incluso en sus amigos.

      No todos los que inhalaron el nitrito de amilo de Richardson fueron objetos de estudio por voluntad propia. Un amigo suyo vio la botella con la sustancia sobre la estantería de Richardson, habiéndose ausentado el científico brevemente de la habitación, e inhaló un poquito. Cuando aquel volvió, el amigo seguía inhalando cada vez más profundamente y su cara y su cuello se habían puesto del color de la ternera cruda. Richardson intentó quitarle la botella de las manos. Ese hombre, quizás el primer vicioso de popper de la historia, acabó por ceder, de repente, sin palabras y buscando a tientas una mesa cercana para apoyarse. «Nunca olvidaré cómo galopaba el corazón de aquel hombre», escribió Richardson. «Cuando se apoyó en la mesa, esta vibró y reprodujo visiblemente las pulsaciones». Llevó a su amigo al aire libre y, tras unos instantes de decaimiento y bajón —todos hemos estado ahí—, se recuperó.

      Richardson estaba perplejo. Él mismo lo había inhalado más de cuarenta veces; para investigar, supongo. Convenció a sus amigos para que se apuntaran. Y, por supuesto, lo probó con todo tipo de animales. Empezó por meter conejos en cajas saturadas de vapor de nitrito de amilo e incluso inyectó el líquido en gatos. Al administrar la sustancia de diferentes formas a sus objetos de estudio de cuatro patas, advirtió una «excitación temporal» que parecía disminuir en cuestión de minutos. Algunos animales murieron, en especial aquellos a los que les hizo beber el líquido. Y algunas veces volvieron a la vida. Una rana que Richardson había dado por muerta después de administrarle nitrito de amilo se reanimó después de nueve días.

      Pero fueron en concreto los efectos en los músculos y en los vasos sanguíneos lo que interesó a Brunton mientras leía el trabajo de Richardson. Este documentó sus observaciones acerca de un gato que había estado atrapado en una campana de cristal junto con una determinada cantidad de vapor de nitrito de amilo. «Su muerte llegó en dos minutos», escribió. Sin embargo, desconocemos cómo definía la muerte. La respiración del animal se había detenido, las pupilas se habían dilatado y Richardson y su colega no esperaron mucho tiempo antes de abrir el pecho de la pobre criatura. «El corazón se contraía vigorosamente», escribió en sus notas. Pronto, los músculos respiratorios empezaron a contraerse de manera espontánea, moviendo las costillas y el diafragma. Un músculo del muslo del animal también se contrajo. Estas señales de vida continuaron durante una hora y veinticuatro minutos.

      Los vasos sanguíneos y los músculos se veían claramente afectados por el nitrito de amilo, y eran el objetivo que Brunton buscaba: una forma de bajar la presión sanguínea de los pacientes sin recurrir a las sangrías. «Ya que creo que el alivio producido por las sangrías se debe a la disminución que ocasiona en la tensión arterial», escribió, «se me ocurrió que una sustancia con el poder de disminuir [la tensión arterial] en un grado tan considerable como el nitrito de amilo probablemente tendría el mismo efecto y podría repetirse tantas veces como fuera necesario sin perjudicar la salud de los pacientes»3. Por eso las ranas eran tan importantes. La piel de sus ancas membranosas es tan fina como para poder observar los capilares. Quizá las ancas de rana permitieron la observación científica del efecto del nitrito de amilo en los vasos sanguíneos de una criatura viva.

      Brunton, el médico que buscaba una forma de aminorar el torrente sanguíneo hasta el corazón de los pacientes con angina, leyó que Richardson vio cómo los capilares de las ancas de rana se dilataban cuando les hacía inhalar nitrito de amilo. «La velocidad a la que la sangre fluye se acelera enormemente», escribió Richardson. Esto debía ser lo que les pasaba a Richardson y sus amigos cuando inhalaban. Se dio cuenta de que la cara de las personas que lo probaban se enrojecía por la acumulación de sangre. Cuando se lo administró a un hombre calvo, pudo ver el mismo efecto prácticamente en la totalidad de la cabeza. Algunos humanos dicen sentir calor; otros, cosquilleo. «Cuando estos síntomas alcanzan su punto álgido se nota una sensación peculiar en la cabeza, una sensación de presión en la frente, de plenitud, de vértigo, un golpe de calor, pero sin dolor agudo», escribió Richardson. Estas palabras le dieron a Brunton la idea para una innovación corporal.

      Al describir los efectos del nitrito de amilo, los investigadores victorianos no hicieron mención alguna a la excitación sexual o la repentina necesidad de ser follado. Pese a observar un «golpe de calor» en alguno de los sujetos de estudio humanos, Richardson no amplió sus investigaciones hasta considerar los efectos en los músculos del ano. Dejó un reguero de cadáveres de gatos y conejos espídicos, pero ningún diagrama de bonitos ojetes fruncidos. Brunton tampoco exploró ese camino, al menos a tenor de sus notas. Pero en el invierno de 1866, mientras estudiaba en el Edinburgh Royal Infirmary, conoció a un paciente llamado William H. Este joven solo tenía veintiséis años, pero se había formado como herrero y más tarde había trabajado como cobrador en un peaje. Su primer trabajo debió ser demasiado exigente para él, porque las notas de Brunton revelan que William sufría problemas cardiacos. Cuando Brunton lo conoció, William había padecido recientemente un dolor sordo e intenso cerca del pezón izquierdo que se repetía cada tres días durante